jueves, 9 de julio de 2009

SOLEDAD

He experimentado la sensación, como el que experimenta un desafío roto.

Ha desaparecido como ese árbol que es tragado por su propia tierra, por su propia existencia dentro del vaso que lo sostiene. Ese vaso que se ha alzado desde su repisa y mirándome, pienso con odio, se me ha tirado y viendo su fin cercano, ha desviado su trayectoria para perecer no, más si joderme una mano que queda aplastada contra la bayeta que sirve de sostén a sus hermanos recién lavados.

No sería algo que mereciera ni tan siquiera unas líneas en mi cerebro, a no ser porque la rasera se ha sonreído, acostada como estaba en la bayeta, mientras que la sartén lloraba lagrimas de aceite sobre los azulejos, sobre la campana extractora y sobre el mueblito que da paso al salón. Allí siguen, casi aburridos, los platos usados en la cena.

Ella se ha ido.

Me ha dejado por una película, por una cama, por una gripe, por Barcelona.

No es que me importe, pero eso ha supuesto mi desentendimiento en las labores que conforman el contubernio activo que dirimo contra, o con los artefactos, que sugieren la comodidad del fuego y de la tan denostada limpieza.

He tirado el recipiente del gazpacho que quería utilizar como abrevadero.

Creo que será mejor usar una simple botella de las que se venden llenas y que una vez trasegadas se pueden convertir en ese recipiente que ni siquiera el del gazpacho puede igualar.

No sé por qué esto tiene que ser así. El gazpacho es apenas rojo en su nacimiento y el agua no.

Estos son los secretos de este mundo.



Me he separado de la que compartiera varios años de mi vida.

Curiosamente es lo que menos echo de menos. Acaso si, por lo que tiene de madre.

Sorbo lentamente el cubata que imprime a mis manos la velocidad necesaria para escribir estos encuentros, pero con una cierta punzada derivada de la esquirla de vaso que aún conservo desde ese ataque, descubierto, que por ello me ha pillado totalmente de sorpresa.

El vaso rompe su estructura para introducirse en mi.

Debo confesar que me siento halagado por este hecho.

Pero si lo miramos desde el punto de vista de que este vaso ha roto su existencia en raso vuelo para producirme esa sensación…

¿Será por el amor que siente por mí?

¿O todo lo contrario, me considera un intruso en la estancia que compartíamos hasta su autodestrucción?.

He pretendido, vano intento, sonsacar a la rasera las motivaciones que la han llevado a sonreír, pero se ha cerrado en agujeros y opaca y parca ha desestimado mis ruegos.

He probado llorar delante de ella, pero no he sabido transferir al llanto la idea de a que era debido.

¿Al abandono que se me impone?.

¿Al dolor que este hecho “vásico” me proporciona en mi cansino teclear?.

¿A que sugiere nostalgia de tiempo que no existe?.

Así, la rasera es de un ostracismo que llama al desespero, y se mezcla el llanto con el llanto de la necesidad de un acercamiento ella, de ser comprendido por ella, de participar de su angosto estado y suplir con faltas la falta que angustia infiere a mi estado.

¿Que cual es la falta?.

¿¿¿Si lo supiera!!!.

¿No es acaso la falta de… lo que hace que el mundo llore?,

¿No es vana presunción lo que corrige el desespero y desde él aboga por una causa justa?.

Asumo el arresto y divido mi alma en la secuencia lógica.

Ella me deja,

…por Barcelona,

... por el cine,

…por la gripe,

…por la comodidad que supone la no injerencia.

Y yo, denostado e irresoluto, muero desangrado por el arte sádico y malintencionado de un vaso de una repisa de un sitio donde estoy sin estar y desde donde me multiplico en tantos seres como suficientes sean para conformar mi precaria entereza.

Nunca he sabido algunos porqués.

¿Por qué se ha ido a Barcelona?

¿Por qué se ha ido al cine?

¿Por qué tiene la gripe?

¿Por qué el hijo de puta del vaso está contra mí?

¿Por qué la gente es así cuando tú has pensado siempre que eran así?

¿Por qué, sobre todo, la rasera sonríe?

La música está entrando por mis oídos prestando oídos sordos a la necesidad de estar completamente solo.

Absolutamente solo.

La necesidad de morir desangrado por el dedo herido que mácula de rojo fuego impronta en cada tecla del jodido ordenador.

De ese teclado que me lleva al sacrificio de la desesperanza, de ser único entre los únicos a la vez que nadie entre los nadies.

Y me rasco la cabeza notando como la gomina sostiene los escasos pelos que a cada lado se desabrochan con la caída de la noche y con la salida esperpéntica de un jersey mal avenido con ellos.

He notado que a nadie más que a mí le sugiere esta noche ser la última noche.

La primera noche.

Esa noche que, estigma de cadáver ensañado en la gloria purificadora de la sangre de dedo derramada, vuelca su sustento en arrobas de rojo contenido por las fachadas de los instrumentos que usas para sentirte vivo.

Y si sigo aún vivo, es por ese preciso instante en que recuerdas que aunque nadie te quiere, puedes pensar que nadie te quiere porque no te quiere nadie.

Esto es un consuelo que enarbolas mientras lloras a la rasera su comprensión,

…o su complicidad en su risa,

…o una explicación del abandono,

Por Barcelona,

Por el cine,

Por la gripe.

La televisión me mira desde el ojo que le confiere el reflejo de la bombilla que se aposta tras de mí y contra la pared.

No sabe la jodida que no la voy a encender.

Ella piensa, seguro, como todos los demás que me acompañan en este acto de conmiseración hacia lo archiconocido de mi estatus, que me siento desangelado por los consumados hechos que explicados quedan desde mi dedo ensangrentado.

Ella piensa que debo hacer acto de contrición y dejarme mecer en sus imágenes.

¡Me niego!.

Reniego de los actos de contrición que tanto desespero proporcionan al energúmeno que los busca en satisfacciones insatisfechas.

Mi deseo es que vuelva de Barcelona.

Mi deseo es que vuelva del cine.

Mi deseo es que vuelva de la gripe.

Estoy muriéndome.

Comencé hace mucho tiempo a morir en el lento satisfacer los placeres de la estancia.

Morí ayer cuando un reojo superpuso la frente en la almohada.

Morí anteayer cuando la presa de no sé dónde se partió y anegó la montaña que sube.

Morí hace tanto tiempo por mil causas, que la muerte de hoy no supone una gran perdida para mí.

Pero como debo dormir de vez en cuando, aprestaré la discordia en claro efluvio de oníricas satisfacciones.

Es tiempo de que algo sea mío.

Será mi sueño.

Será el deseo.

Será esa marquesina que se derrumba a los altos de la cafetería que entra al Paseo.

Donde cierra su coche en las noches de sueño robado.

De tiempo robado al sueño.

De copas que omnubilan la mente en claro rechazo de la necesidad, que encerrada en el último rincón, se subleva ante la impotencia de ser, y se conforma con la rutina de uno mismo.

Donde, parco, el beso se escapa.

Donde las horas imprimen sueño a las horas y en descanso, el paso, se vuelve paso aportando alas a la noche, al sentido de lo deseado, a la nada, al fin de la existencia.

Donde el paseo se conforma en rápidas entradas seguidas a músicas y alcohol.

Cada vez es más sangrante mi encuentro con las palabras que duermen en las teclas.

Cada vez el sopor de la delicada, informe y exuberante dejadez que proporciona la huida de la sangre, adormece mis sentidos en la queja de la incomprensión, por el hecho de haber sido abandonado en la lucha por un puñetero vaso que rompe vasos que en dedo frío y escuálido y desestimado ha convertido a mi arrogancia, mi sentido, mi historia de amor y de vida y de aceptación, en algo ajeno a mí mismo.

En una secuencia de imágenes que en cinematográfica escapada se observan desde ese butacón que compartes ¿junto a?, Que comparte ¿junto a?

¿Y sabes qué?

Me siento engañado.

Ya no solo por la rasera que en burla esquiva sonríe mi presencia.

No ya los tenedores que, púas de gomina, destacan por su inclinación al medio.

No por los platos que aplauden desde cada uno de los rincones de la alacena.

Es por las putas cucharas que con boca abierta desnudan sus risas iridiscentes ampliadas por la deformante, exigua, luz de la vela que prende al fondo.

No noto la presencia de los muertos.

Estos están muertos.

Es la pena de ser un muerto.

Las cucharas, en absoluto, están muertas.

Ni tan siquiera yo estoy muerto.

Sería gracioso, agradable e incluso grave para uno mismo, o para los demás.

Por esto se me está vetado incluso morir.

Debo pues vivir.

Pero vivir con estos hijos de puta, los vasos, me está produciendo ese constante dolor de cabeza que en pulsaciones de prístina delicadeza rompen la armónica presencia de mi necesidad.

Estoy, como diría ese amigo que siempre se dice tener, ajilipollado.

Subo a las nubes cuando me dejan, para desde allí poder mear engañando a los mortales que recogen fina lluvia.

Estoy obsoleto.

Muero en la presencia de los únicos seres que comprenden mi existencia.
Los vasos.

Las cucharas.

Los tenedores…..

Y sobre todo de la putanca rasera que no para de ostrazarse en su propio ostracismo.

Y este es el puto día lunes en que hace ya dos días de su abandono.

Dos horas de su abandono.

Dos minutos de su abandono.

Debo ir a la cama.

Allí por lo menos se muere con dignidad.

(Al menos eso pasa en las películas)

Miércoles.

La pesquisa indaga la necesidad de un catorce.

Miércoles.

He quemado los mandos de la cocina.

Creía la insolente que me ganaría en mi lucha por la supervivencia en este antro que de solo amartilla mi conocimiento.

He hablado con ella.

Mil veces he hablado con ella en este lunes, en este martes, en este miércoles.

He fregado mil veces los platos que sustentan mis huevos fritos, mi ensalada, mi filete. Esta chica de Philadelphia chilla cantidad.

Noto más su ausencia por un olvido, que por la realidad.

Podría entonar réquiems por vulgaridades, o cambiar un car que sustenta al sonido, para convertirme en vuelo de mariposa, cayendo lentamente, una, y, otra vez en la triste estancia del recuerdo.

¡¡¡¡Para nada este concepto!!!

A pesar de todo, me queda salchichón, empanadillas, cogollitos, y un montón de cosas más.

Claro que todo nace de otra mente, de otro concepto, de otra vida que lustrosa y exultante acompaña el silente silencio de la voz que suena tras los altavoces de este equipo ordenático

Nihil volitum, nisi praecognitum…..

Quisiera verme con el autor.

No conozco nada, ni se nada, casi ni pienso, pero…

… No conozco, y amo.

…No se nada y estimo.

… Casi no pienso y ……

Jueves

Ardo en la intriga de lo advenedizo.

Ayer, y antes de acostarme, y antes, mucho antes de que la presencia se ausentara en clara ausencia de presencia, sonó.

Sonó breve y carismático,
intuitivo,
extraño,
caluroso
y frío,

Relampagueante, y rojo, y fibroso.

Sonó como suenan las tripas.

Como el pálpito de un infarto, con el dolor de la espera infinita que se acaba, con la prisa de presto abdicar a la nostalgia, con la fuerza del esfínter en negro mundo.

Sonó en la escala que todo lo mueve.

Sonó allá en la lejanía del tiempo y su sonido de cavernas y de fuego en lumbre celeste, se abrió paso hasta mi cerebro.

Dejé la maculada presencia de la nada en la nada que me inunda todo este tiempo y en clara respuesta a mi necesidad tomo el teléfono.

Es.

Y la risa y la lagrima en ladrillo se convierte y el tiempo, detenido en tiempo, comienza a mover sus dentadas ruedas, y el sonido de la calle penetra en mis centros, y la bolsa de basura está donde debiera, y la ventana tiene cristales, y oigo algún externo ruidito que me habla de vida y de muerte ahí fuera, y desaparecen los fantasmas, y las nubes se levantan.

Ella no sabe.

Ella no espera.

Duerme.

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