jueves, 13 de agosto de 2009

LA DECISIÓN

Mi nombre es Herard, Herard Kruger.
Claro está que mi nombre no les dirá nada. En realidad casi nunca ha dicho nada. He vivido toda mi vida en mi país, Austria. Hace quince años, cuando cumplí los sesenta y cinco años, ya hacía mucho tiempo que mi mujer me había abandonado yendo a reunirse con sus ancestros. Me quedan, eso sí, algunos hijos diseminados por mi suelo patrio. Como digo, cuando me jubilé, a los sesenta y cinco años, me propuse buscar un sitio agradable donde pasar los inviernos. Durante cinco largos años estuve visitando diversas ciudades del mediterráneo hasta que encontré esta. Su calor, su luz, su cielo siempre azul, me cautivaron y la adopte como ciudad de invierno. Así hace diez años que paso la mayor parte de mi vida en esta ciudad. No conozco a mucha gente, ni creo que me apetezca conocerla, aunque he de reconocer que son especialmente amables conmigo.
El año pasado me detectaron un cáncer de pulmón para el que no estaba preparado, pero que al final acepté como se aceptan todos los retos en esta vida. Me dijeron que tenía que dejar los viajes de invierno y someterme a ciertas curas de no sé qué bombardeos, a lo que me negué.
En esta ciudad y en este año de 2.002 he acudido al hospital aquejado de ciertas toses que no tenía antes y que se me van recrudeciendo cada vez más. Allí me han confirmado lo del cáncer y además me han dicho que no hay cura posible ya que tengo metástasis. Que es imposible cualquier tipo de intervención. Pero yo sé que ya, a mis ochenta años, nada tiene este viejo que temer a la vida ni a la muerte. Estoy de paso como todo el mundo y he llegado a mi fin.
Tampoco me hubiera puesto delante de esta vieja máquina de escribir si no tuviera algo importante que decir. Algo que quiero que lea el máximo número de personas posibles, para que entiendan que el hecho de afrontar la muerte con esta espera cansina con la que lo hago, con esta resignación y con este amor a la vida, no es nada en comparación a la decisión que tomaron los protagonistas de esta historia. Historia sacada de la realidad, de la ciudad que me ha acogido durante los últimos diez inviernos, de mi barrio, en definitiva del paseo marítimo que es donde se ubica el apartamento que cada año alquilo.
Es un pequeño apartamento con hermosas vistas al mar y muy cercano al Café Lisboa. Un pequeño café que durante el verano, me cuentan, es un verdadero agobio por la cantidad de visitantes que tiene, pero que durante el invierno, debido a que esta ciudad, cosa que agradezco, vive de espaldas al mar, se encuentra casi solitario. Somos muy pocos los que lo frecuentamos. Algún borracho noctámbulo, algunos pescadores frustrados, algún marinero desahuciado de la mar y Antonio.
Antonio ha nacido en una ciudad separada de esta los suficientes kilómetros como para ser tan transeúnte como yo. Vino aquí destinado en su trabajo y sigue aquí desde entonces. Tiene ya... bueno tenía, cuando murió, 45 años y dos preciosos hijos. Un hijo y una hija. José y Helena.
Antonio fue de las primeras personas que conocí en la ciudad. Con el que compartí buenos momentos, conversaciones, e incluso alguna vez hemos dibujado las bases de algún negocio. Un soñador por excelencia.
La primera vez lo vi arrastrando una caja a la que le había acoplado unas ruedas de cojinete, donde, sentado, su hijo de dos años de edad volaba a las vertiginosas velocidades del paso de su padre. El mismo carro que años más tarde, su hijo José lleva cada día, al salir del colegio, para hacer la compra en el supermercado que hay cerca del Café Lisboa. Así fue como lo conocí. Nunca ha faltado a las horas de nuestras tertulias. He de reconocer que todas las necesidades de contacto con alguien en mis estancias en esta ciudad se han visto cumplidas en Antonio. No solo por las divertidas e ingeniosas conversaciones, sino por la calidad humana que rezumaba por cada uno de sus poros. Porque estando cerca de él uno podía impregnarse del amor con que obsequiaba a sus hijos, a la vida, al mar...
Ahora que llego al final de mi vida, sé que a la única persona que podría echar de menos está esperándome, seguro, al final de ese túnel blanco que dicen que se ve cuando uno termina. Además estará esperándome con algún juego de piezas móviles que habrá que encajar formando alguna figura conocida. Así era Antonio.
- ¡Herard! - Me llamó un día. - Vente corriendo al hospital, ¡VOY A SER PADRE DE NUEVO!
Así fue como conocí a Helena, que pronto, casi demasiado pronto, se unió a la pandilla que ya formábamos Antonio, José y yo. Ya éramos dos los que tirábamos de dos cajas de madera con ruedas de cojinetes con sendas criaturas sentadas.
“El tito raro”, me llamaban. No sé si porque les costaba pronunciar mi nombre o porque en realidad me veían raro. O posiblemente fuera por este acento que tengo cuando hablo español.
Este año no iba a ser como los demás. Los demás siempre, en navidades, cenaba en su casa con su familia. Este año no. Antonio había quedado en pasar las navidades en esa ciudad... no recuerdo su nombre, pero sé que está lejos. A unas seis horas de carretera en coche. Ya no volvió. Pero no quiero adelantar acontecimientos. Lo que sigue está sacado con sacacorchos a José y a Helena. Intentaré novelarlo lo mejor que pueda, porque solo de esa manera es posible que al llegar a tus manos lo leas. Y quiero que lo leas porque es la primera vez y la única en toda mi vida que he sentido y quiero expresarlo, un respeto tan profundo a la calidad humana como el experimentado hacia estos dos personajes: José y Helena. Nunca sabré si esto sucederá, porque es mi último año en esta ciudad. Si me queda algo de vida, la pasaré en mi país con los que me consideran suyo. Así pues me dirijo a ti, lector, conocido o no, para hacerte participe de mi asombro, de mi respeto.
Les he prometido que nunca diría nada de ellos. Que jamás me inmiscuiría en su vida. Que para nada haría algo que fuera contra su deseo. Pero faltaría al respeto que a mí mismo me debo si no escribiera estas líneas. A ellos no le he translucido el sentimiento que me embarga por su postura ante el mundo, pero si quiero dejar constancia del mismo. A ellos y ti, lector, para que el mundo sepa, tú sepas, lo que es verdaderamente enfrentarse a la vida con coraje. Pero más que nada, escribo estas líneas para dejar constancia de mis verdaderos sentimientos. De la verdad que escondo en mi corazón y el profundo respeto que les profeso. Asimismo, darles con esto las gracias por haberme hecho comprender que este salto que me espera es una nimiedad comparado con su decisión.

- ¡Helena, José, venga, rápido que estáis perdiendo mucho tiempo!
- ¿Habéis hecho vuestra maleta?
- Sí, mamá, yo sí la he hecho - dijo Helena
- Yo también - respondió José
La casa era un hervidero de actividad. La familia al completo pretendía ir de vacaciones de Navidad a la ciudad donde naciera el padre. Los abuelos habían muerto. Pero no quería decir nada. Allí se encontraba el grueso de la familia. No en vano, Antonio, tenía varios hermanos más y casi todos vivían en esa ciudad. Alguna vez, en alguna de nuestras diarias tertulias, me contó, o se contó a sí mismo y yo lo oí, sobre su pena porque la idiosincrasia de su familia los hacia estar separados a pesar de vivir tan cerca unos de otros. Él lo achacaba a la pareja de cada uno de ellos, también a la maldita herencia que dejaran sus padres, aunque sabía, estaba seguro, que eran ellos mismos los que se habían distanciado. Ya no tenían ningún punto de conexión.
Ya acariciaban la idea de los mil juegos que les esperaban con sus primos en las tardes de casa y de salida al parque que hay justo enfrente.
José tenía once años bien cumplidos, ya que muy pronto tendría doce. Esa edad en que comienzan a salirle, según pensaba él, los primeros pelos en las piernas, en la barba, en el pubis. Helena desde sus 7 años, lo contemplaba como a una persona mayor con la que podía hablar, ya que sus padres le consideraban menos que nada porque nunca contestaban a sus preguntas.
Fue su hermano el que le enseñó todo lo que quería saber. Todo lo que él sabia y lo que no sabía se lo inventaba.
El viaje fue como siempre. Los padres inventando juegos para que no se aburrieran.
- Vamos a mirar las matriculas de los coches que van delante de nosotros. Sumando, restando, multiplicando y dividiendo, tenemos que intentar lograr un cero. Por ejemplo, mira ese coche de alante. Es GR 5419 A. Pues sabéis que cinco y cuatro son nueve. Nueve entre nueve es uno. Y uno menos uno cero. ¡Conseguido!
- Mirad, Mirad, un paso elevado allí al fondo. Vamos a contar desde 10 a cero y cuando lleguemos a cero debe ser justo debajo del paso
- diez, nueve, ocho, siete seis, cinco, cuatro tres, dos uno, CEROOOOOOOOOOO
- Habéis hecho trampa - decía la madre - Hay que contar con la misma pausa entre números siempre.
Así transcurría siempre el viaje. O como aquella vez que por poco el padre se sale de la carretera cuando, contando chistes, José, contó aquel:
- ¿Cuál es el pez que usa corbata?
- No sé, dímelo tú
- El pez cuezo.
Fue la risa del padre la culpable de que el coche casi se saliera de la carretera.
Mientras José, como siempre le pasaba, se derramó desde el asiento de atrás hasta el suelo del coche con una risa floja que era mirada con sorna por Helena desde su asiento.
El viaje estuvo sazonado de las mismas o parecidas anécdotas a las que cada viaje que hacían estaban acostumbrados. No había lugar para el aburrimiento.
José, responsable y tímido, sentía verdadera veneración por su padre. Helena era algo más independiente.
Llegaron a la ciudad casi a la hora de la cena.
A José no le gustaban mucho sus tíos, los hermanos del padre ni los de la madre. Los veía siempre muy egoístas en sus concepciones y ningún apego a las cosas que pasaban en su casa. Recordaba aquella vez en que el padre se había metido en negocios, como él decía, y le salieron mal. La familia no quiso saber nada de él ni de sus negocios, por lo que se vio impelido a solicitar un crédito que hube de firmar yo como avalista. Los besos que le prodigaba la familia, pues, le sabían a hiel y no a miel.
Por eso, José, se cuidaba muy mucho de ninguna exageración en los amores familiares. Desde sus once años los conocía muy bien.
Pasados unos días Antonio y su mujer quedaron para cenar en noche vieja en casa de otro hermano que vive en un pueblecito en la sierra cercana a la ciudad.
Le pidieron que tuviera cuidado, pues estaba nevando y podía ser que la carretera se encontrara en mal estado.
- No os preocupéis, hijos, - dijo la madre - papá es un buen conductor. Ni Fangio es tan buen conductor como tu padre.
A Antonio lo perdió precisamente el hecho de ser demasiado bueno. Creo que en una curva se encontró de bruces con una cabra montes y dio un volantazo para no herirla. Esto le valió salirse de la calzada y caer por un barranco, que aunque pequeño, hizo que perdieran el conocimiento y heridos los dos, murieron entre la nieve y el frío y los hierros retorcidos del coche. La cabra montes también pereció en el accidente.
El día de año nuevo llamaron desde el pueblito en la sierra para ver como lo habíamos pasado en noche vieja y preguntar por qué a los padres les dio por quedarse en la capital en vez de venirse con ellos. Pero hicieron bien, porque la noche no estaba para demasiados viajes. Habían cerrado la carretera a altas horas de la madrugada y estaban prácticamente incomunicados.
- ¿Qué no están allí?
- No
- Pues se fueron a eso de las nueve y media
- Pues aquí no llegaron
Movida general. Búsqueda. Guardia civil. Por la tarde del día uno de enero los encontraron ya muertos en el pequeño barranco que te digo.
José oyó las conversaciones que por teléfono tenían unos con otros.
- ¿Qué vamos a hacer ahora?
- Pues los niños se tendrán que quedar con alguien.
- En mi casa es que no caben. Ya sabes como es, y mis hijos...
- Pues en la mía ya conoces a Damián. Nunca quiso tener hijos por no ocuparse de nadie. Así que ya me dirás...
- ¿Y Julián?
- Llámalo a ver que dice.
- Bueno, pero de los cadáveres nos tendremos que hacer cargo
- Eso sí. Lo que cueste lo dividimos entre todos y a lo que toquemos hemos tocado.
- Bien.
- ¿Qué hacemos entonces?
- ¿Sabes si tenían seguro?
- Creo que sí
- Pues ve llamándolo a ver que cubre. Espero que todo. Pues no estamos para muchos gastos. Ya sabes... la casa nueva que hemos comprado... los gastos...
- Que me vas a decir a mí, los gastos de los niños, los colegios...
- Además, él tendría algún dinero... espero...
- No te creas, recuerda el préstamo que nos pidió el año pasado
.
Se organizó una batida de casas de seguros y se encontró la que les pertenecía. Y con los aditamentos que les dijeron se llevó a la práctica su entierro.
Los llevaron a un tanatorio de la ciudad en donde velaron a los cadáveres.
- Tenéis que ser fuertes - les dijo la tía - vuestros padres han muerto en un accidente yendo a casa de los titos. Pero no os preocupéis porque han ido al cielo.
Se quedaron petrificados, aunque José ya lo sabía por las conversaciones telefónicas que había oído. Fue Helena la que más petrificada quedó. Sin habla. Sin lagrimas. Pero con esa expresión que tanto la define. Su desamparo desapareció cuando miró a José que sin volverse a ella le tendió la mano abierta donde ella refugió la suya sintiendo el agradable apretón que José le proporcionó. Helena estaba a salvo. José cuidaría de ella. El desconsuelo de José fue en aumento viendo como en conversaciones habidas entre todos sus familiares se intentaban quitar el problema de tener a dos nuevas bocas en sus casas. Cada uno le instaba a cada otro a que se quedaran con ellos.
Iban dejando sin cerrar este extremo, pensando cada uno que al final se alzaría alguno de ellos en adalid del infortunio de los dos niños y de eso ya no se hablaba más.
Quisieron que se quedaran en casa y que no fueran al tanatorio pero ellos insistieron en ir. Querían estar cerca de sus padres.
- Bueno, pues veniros.
La noche fue muy concurrida. Estaban los amigos de los padres venidos de su ciudad. Todos los hermanos y alguien que no conocían los niños que estaban allí también.
Muchos besos y apretujones al principio. Mas tarde las lagrimas asomaban a los ojos de los hermanos y de las cuñadas y de todos los que velaban los cadáveres cada vez que venía alguien nuevo al que los niños no conocían.
Ellos se separaron del grupo y se sentaron en unos sillones que había en la sala de recepción, lejos de la sala donde se velaban los restos de los padres
- Échate aquí, Helena, y pon la cabeza encima de mí. A ver si puedes dormir algo
- Es que tengo hambre, José.
Bueno pues espera un momento y voy a traerte algo de la cafetería.
Helena quedó esperando a su hermano que fue en busca de algo para comer. José vio a uno de sus tíos y le dijo
- Helena tiene hambre.
- Pues vete a la cafetería que allí está tu tío Fernando, dile que te de un bocadillo o algo para tu hermana
.
Cuando José llega a la cafetería no vio a Fernando. No vio a nadie que al que pudiera sablear un bocadillo. Pero si vio a alguien que se levantaba de la barra dejando medio bocadillo sin comer. José disimulando se acercó hasta el medio bocadillo y lo cogió sin que lo viera nadie y se lo llevó. Cuando fue llegando a donde estaba Helena comenzó a hacer como si lo mordiera.
- Toma Helena, lo que falta me lo he comido yo.
- Hum, que rico
- dijo Helena mientras se lo engullía entero.
Seguía entrando gente, amigos de la familia. Gente que José no reconocía. Gente que Helena no podía reconocer porque se ha había quedado durmiendo con la cabeza apoyada en las piernas de José.
Nadie les hizo caso. Si acaso una señora gorda y con faja que se les acercó y le dio un beso a José. A Helena la dejó porque estaba durmiendo.
Alguien en un momento determinado vino con una bolsa de plástico y se la dio a José diciéndole que eran las pertenencias de su padre. El reloj, la cartera, la documentación...
Pasó mucho, mucho tiempo. Unos se fueron marchando y otros iban viniendo, pero nadie hablaba con los niños. José tuvo mucho tiempo para pensar que hacer mientras miraba a Helena durmiendo placidamente encima de sus rodillas.
José sacó los anillos de sus padres y estuvo mirándolos durante largo tiempo. Sacó la cartera de la bolsa de plástico y observó la cantidad de dinero que había en la misma
En el insomnio de José se agolparon todas las reacciones de sus tíos, todas las bellas imágenes que el recuerdo le traía de sus padres, todo el calor de sus perdidas risas. Toda la angustia del desamparo, de la soledad. Pero no derramó ni una sola lágrima.
Miró a Helena que seguía durmiendo apoyando la cabeza sobre sus piernas un largo rato.
Suavemente sacó las piernas prisioneras y deambuló en busca de un periódico. Ninguna esquela de sus padres muertos. Sí una breve reseña sobre el accidente. Pasó de lejos la reseña sin ni siquiera curiosidad sobre lo que podrían decir y llegó a la página que buscaba. Dejó el periódico en el mismo asiento donde lo encontró y se dirigió de nuevo a donde Helena dormía.
- Helena, despierta y no hagas ruido. Nos vamos. - Le dijo suavemente al oído.
- ¿Adónde? - Preguntó la niña desperezándose.
- Nos vamos a casa - contestó él convincente por lo seguro que estaba de la decisión que acababa de tomar.
- Pero ¿ a qué casa?
- A la nuestra - respondió José tragándose la rabia de la pérdida de sus padres, la rabia de conocer a la familia.
- A nuestra casa. El tren sale a las ocho de la mañana y son las seis y media. Vamos.
- ¿La maleta? Preguntó Helena.
- Ya la pediremos - dijo José a sabiendas que no la iban a pedir nunca.
- ¿Dónde están los niños? Preguntó alguien sin muchas ganas de saber donde estaban.
- Se habrán ido con alguien a dormir, los pobres deberían estar cansadísimos y destrozados. -Contestó otro alguien con las mismas ganas de saber.
Salieron al aire frió de la mañana que se avecinaba sin más escolta que ellos mismos. Sin más ropa que la que llevaban cuando llegaron.
- Tengo frió - dijo Helena
- Toma, ponte esto - dijo José mientras se quitaba la chaqueta vaquera que le protegía.
A la salida del tanatorio tomaron un taxi en una parada cercana y le dijeron que los llevara a la estación del tren. Allí, José se acercó a la ventanilla y pidió dos billetes.
- ¿Y tu padre? - preguntó la expendedora
- Está en la cafetería. Me ha pedido que venga yo a por ellos para que me vaya haciendo mayor.
- Eso está bien, muy bien. Así me gustan los padres y no los de hoy día que piensan que los niños son tontos. Pues no. No son tontos. Solo son niños. ¿Qué edad tienes
?
- Once - respondió José
- Pues entonces tu tienes que pagar solo medio billete. Así que aquí los tienes.
José pagó los dos billetes y dándole las gracias a la señora de la ventanilla se fue hacia donde estaba Helena, y tomándola de la mano se encaminaron hasta el bar. Allí José pidió dos bocadillos de tortilla para llevar y se fueron hasta los andenes, donde un señor tocado con una gorra con visera les indicó cual era su coche.
- ¿Y vuestros padres? - Les increpó cuando se iban.
- Vienen detrás. Nos han dicho que vayamos delante para ver si somos capaces de llegar sin su ayuda
- ¡Bien hecho, sí señor! - Comentó el revisor.
Una vez en sus asientos, Helena se quedó profundamente dormida mientras que José quedó pensativo. Tenía tiempo. El tren tardaba al menos nueve horas en recorrer la distancia entre las dos ciudades.
Volvió a mirar el contenido de la bolsa de plástico que le habían dado. Sí, las llaves de la casa estaban allí. Abrió la cartera y contó el dinero que había en ella: Trescientos veintiún Euros con cincuenta y cuatro céntimos.
Bien. Ya no estaban sus padres, así que había que pensar que se podía hacer con ese dinero. Lo que tenía muy claro es que no iba a buscar a nadie para que los ayudasen. No creía que necesitaran ayuda.

Me enteré de su decisión a primeros de febrero. Cada día le preguntaba por su padre y siempre me contestaba con evasivas. Un día se derrumbó y su cara se llenó de lágrimas y me contó sus últimas navidades en casa de uno de sus tíos. Me pidió por favor que no le contara nada a nadie pues ellos estaban bien y la única pretensión que tenía era hacer lo que su padre hubiera hecho en su lugar.
Yo tenía mi salida prevista para el día 15 de febrero, pues ya era casi insoportable la tos que me acuciaba y la dificultad en la respiración, pero cambié mi billete para un mes más tarde.
En un momento determinado, José me comentó que debía haber algún problema con la tarjeta de crédito porque ya no le daba más dinero. Que debería haberse estropeado.
Le dije que si quería yo le podía prestar algún dinero.
Me dijo que no hacía falta, que su padre le había dejado dinero en la cuenta, de eso estaba seguro, que su padre no se iba a morir sin dejarle a ellos algo para vivir hasta que pudiera trabajar.
Le dije que su padre quería que tanto él como ella estudiaran y tuviesen cada uno una carrera. Así que por ahora no era necesario que buscara trabajo.
Me dijo que cuando se acabara el dinero ya buscaría trabajo. Que su padre le había dejado una casa donde vivir, y ropa, y dinero para comprar comida.
Le dije que efectivamente era cierto todo eso, pero mientras se arreglaba el problema con la tarjeta yo le prestaría dinero.
Se negó en rotundo.
- Te lo agradezco mucho tito raro, pero no es necesario. De verdad. Estamos bien. Te lo cuento para ver si tú puedes arreglar lo de la tarjeta y que te den una nueva en el banco. Es que si voy yo me van a ver pequeño y no me van a hacer caso.
Tomé la tarjeta de crédito de sus manos y me fui al banco. Allí me enteré de las penurias que estaba pasando Antonio, con el crédito y con la hipoteca de la vivienda. El director me dijo que habían escrito reiteradamente a Antonio para que se pasara por el banco, pero que ante la ausencia de cualquier tipo de acercamiento, habían decidido cortar la línea de crédito de la tarjeta y que además llevaba dos meses sin ingresar nada en la cuenta de la hipoteca y que al tercer mes pasaría a moroso, con lo que actuarían contra la vivienda para recuperar la deuda.
Arreglé todas las deudas con el director del banco haciendo algunos traspasos de mis cuentas en mi país, dejé una buena suma de dinero en la cuenta de la tarjeta de crédito, ordené un traspaso mensual hasta que cumplieran los 21 años y me despedí del banquero.
Cuando vi de nuevo a José me preguntó con ansiedad en la mirada:
- ¿ Te la han arreglado?
- , - le contesté - ha sido un malentendido del banco y me han rogado que os pida disculpas.
- ¿No ves? Ya te decía yo que papá no nos iba a dejar sin nada. - Me contestó llenándosele la mirada de orgullo por el padre.
- Mi padre tiene confianza en mí y sabe que nunca gastaría nada de dinero si no es imprescindible. - Terminó diciéndome.

Ya sabes, estimado lector. Si se te ocurre algo que hacer por ellos, no dudes en acercarte al paseo marítimo. Es fácil encontrar el Café Lisboa. Pues justo al lado se encuentra el supermercado al que he aludido antes. Suele bajar a la una y media. Lleva una caja de madera con ruedas de cojinete arrastrando y sobre ella la compra del día. Ah, seguro que entre las cosas que ha comprado hay un tubo de leche condensada La Lechera. A Helena le encanta y él no sabe negarle nada. Pero jamás se te ocurra interponerte en su vida. Está bien organizada y sabe lo que quiere para él y para su hermana. Lleva en la cabeza lo que su padre quería para ellos y no me cabe la menor duda de que hará cuanto sea necesario para alcanzar sus objetivos. No se trata de dinero su problema. Ya he dispuesto que mi herencia quede para ellos. He organizado los bancos para que pueda seguir haciendo uso de su tarjeta y he domiciliado todos los pagos de hipotecas y demás que su padre nunca había domiciliado. La llamada que te hago, lector, es solo por si te sobra una sonrisa, o una palabra de aliento, o por si sabes algún juego de carretera. A mí ya no me quedan fuerzas para nada de eso. El lunes parto para mi país. No me quedo más tiempo porque sé que más que una ayuda sería un estorbo en su vida. Ya casi no puedo respirar, aunque siempre lo he disimulado cerca de ellos. La única vez en mi vida que he rogado algo ha sido pidiéndole al cielo aunque fuera un año más para estar con ellos hasta que se hicieran realmente a su nueva vida, pero no se me ha sido concedido. Mis fuerzas cada vez son menos y mis toses cada vez más insoportables. He comenzado a tener dolores fuertes y he de cumplir mi destino. No quiero dejarlos con la sensación de perder dos veces a una familia. Por eso confío en que alguno de vosotros los encontréis y le ofrezcáis eso que ya no puedo hacer yo. Por cierto, nunca les digas que he muerto, o que estoy enfermo. Que se queden con el recuerdo de alguien que tal vez, en algún momento, puede aparecer. No le hagas saber de mi dedicación ni de que les he dejado el dinero que poseo en herencia. Solo he intentado ser un amigo. Ese “tito raro” que ha compartido con ellos estos deliciosos años y que ahora debe afrontar solo su partida. Espero que nunca llegue este escrito a las manos de ninguno de sus tíos, aunque pienso que si así fuese lo olvidarían enseguida. No creo que sepan enfrentarse a la realidad del abandono que hicieron manifiesto en José y Helena, las únicas dos personas de este mundo por las que me duele dejarlo, y las únicas dos personas de este mundo que me han enseñado a dejarlo sin pena.

EDIFICIO LAS CARACOLAS 5º 8

EL PERIODISTA
Luis vive aquí con su mujer desde el mes de Julio.
Ha salido al Paseo Marítimo al ruido que producen los fuegos de artificio que marcan el comienzo de la Feria de Agosto de la ciudad.
Las luces que suben, que prenden, que explotan., fugaces siempre, iluminan el cielo de levante, allá, al fondo, a la altura de la antigua térmica.
Luis tiene seis hijos, cinco varones y una hembra.
Falto algo a la verdad.
Luis tenía seis hijos, cinco varones y una hembra, hasta que a Andrés le ocurrió aquello.
Luis vive en Francia desde hace aproximadamente 20 años.
Vino de Colombia como periodista enviado a Europa y quedó a vivir en Francia. Su lugar de residencia lo fijó en una zona residencial, a 12 Km. De París. Allí todos los habitantes tienen al menos tres vehículos para realizar sus desplazamientos. Se respira tranquilidad, orden, paz, dinero, clase, lujo…
Su apartamento en París es amplio, muy amplio. Son queridos y conocidos. Todo transcurre plácidamente hasta que ocurre aquello. Hasta ese momento, hasta varios meses pasado aquello, no tenían idea de la existencia de esta ciudad. No tenían ninguna necesidad de pensar en la existencia de ninguna ciudad.
Cuando ocurrió, avisaron a su hija Dori que vive en Washington con su marido, un funcionario, alto cargo de la Banca Mundial, y ella tomó el primer avión con destino a París, y desde allí se desplazó a Marsella donde fue recibida por el resto de la familia.
Andrés siempre ha tenido problemas de comportamiento. Este problema tiene un componente físico dominante. Según la psiquiatría, se debe a un mal funcionamiento o atrofia de los circuitos neuronales que conforman las pautas de comportamiento. Ya de pequeño expresaba su agresividad contra todos los más allegados, contra él mismo. Este comportamiento cada vez más y más agresivo hacen que tengan que internarlo en un centro de asistencia para personas con sus mismos problemas.
Andrés vuelca sus neuras y problemas contra la directora del centro. Una señora de edad avanzada que llegado un punto no aguanta más la agresividad que sobre ella se vierte, tanto verbal como física y por ello convoca un cónclave de todo el personal del centro y lanza la frase que provocará el desenlace que hace que Luis hoy me haya contado su historia: “No aguanto más esta tensión, o me voy yo, o Andrés se va”. La reunión de médicos y demás acuerdan ingresar a Andrés en el hospital general de Marsella para que allí bien cuidado y observado y medicamentado a base de sedantes y demás pueda recuperar el buen comportamiento que nunca conseguirá.
Andrés es el que más sufre esta situación, pues este tipo de enfermos tienen sus momentos de lucidez en que son incapaces de olvidar sus hechos anteriores por lo que los accesos de agresividad son seguidos por tiempos de depresión por sus actuaciones. Sufre.
Andrés escapa del centro como quien escapa de su destino sin saber que esa escapada es la que lo acerca a su destino. Y su destino no es otro que el que impronta la misericordia del Divino.
Andrés escapa del centro y al atravesar la primera vía que encuentra en su incontrolada fuga, es arrollado por un camión de alto tonelaje.
Andrés muere.
No instantaneamente.
Si esa muerte que te permite aceptarla.
Andrés entra en coma durante tres días, al final de los cuales muere.
Ha dejado de sufrir.
Ha eliminado su problema físico de la manera más drástica que imaginarse pueda. Los demás, los que se quedan, podrán sentir su perdida. Entonaran la cantinela “quizás yo hubiera podido hacer algo más de lo que hice por él”. Una cantinela innecesaria, vana, a veces hipócrita y siempre incierta.
La mujer de Luis ha acabado los tramites siempre engorrosos de su entierro.
Dori, la mujer de Luis vuelve a su casa.
A doce kilómetros de París.
No descansa.
Depresión.
La mujer de Luis comienza un éxodo por todos los médicos habidos para paliar su angustia.
Según Luis, quien más siente la muerte de un hijo, a pesar de ser esta deseada por casi todos y más, sin saberlo, por el mismo sufridor, es la madre.
Dori, la madre, no cesa de hablar de él y de él y de él, con los médicos, con las amigas, con todo el mundo.
Piensa en huir de su entorno.
-No puedo seguir viviendo en este sitio. No puedo seguir viviendo, ni siquiera en Francia. Me voy
-¿A donde? - pregunta Luis sin saber como retenerla.
-No lo se ni me importa. Me voy, eso es todo.
Unas amigas le hablan de Almería. El lugar más tranquilo del planeta. Una luz al borde del mar. Un lugar apacible, tranquilo y que rebosa de paz y de calma. Un lugar de recuerdo pero de olvido, un lugar donde el pensar siempre se deja para otro día porque es más imperioso vivir ese día dejándose llevar por el rumor del mar, por la intensa luz de su cielo, por la morriña de su aire, por la excelsa fuerza de sus vientos, por la agradable calma que infiere la conversación vecinal, tan en desuso en cualquier otra parte del mundo.
No lo piensa.
- Vente conmigo a Almería
- Pero mujer, si ni tan siquiera sabemos qué es Almería, no sabemos si es un pueblo, o una ciudad, o donde está…
- En España, esto es bastante. Yo no aguanto más aquí. Me voy y te espero allí
Pero Luis es más pragmático y no cree que esto sea una solución
Luis piensa que su mujer, dolida, extresada, sufre una perdida de la cual se culpa, de la que se ha culpado durante los años de sufrimiento de Andrés.
Luis no quiere dejar todo por la perdida de Andrés.
Este, París, es su sitio, su trabajo.
El, aunque ya está jubilado, trabajaba en la Radio Televisión Francesa, y además es corresponsal de algunas agencias de noticias de Hispanoamérica.
Su mujer también es periodista. Bueno, ya hace tiempo que no ejerce.
Ella se ha venido a Almería. Alguna amiga de alguna amiga le ha buscado un estudio, suficiente, en la ciudad, al borde del mar. Desde sus ventanas abiertas puede oler la sal, oír la calmada serenata de sus olas al besar la arena, no olvidar en paz...
Ella ha ido a buscarlo. Le ha contado el vuelo de una gaviota sobre las azules aguas. Le ha llenado la cabeza de sol y de playa y de paz y de melancolía y de serenidad.
El la ve feliz y llena de vida, de una nueva vida alejada de la bruma, de la prisa, de sus lugares de recuerdo estático.
Ella habla con sus hijos para que le ayuden a convencerlo.
Pero el tiene a sus amigos en París, tiene su trabajo en París, tiene a sus hijos, no a todos, en París.
Pero nada le ata a París.
Sus hijos le compran el billete y mandan un aviso a Dori.
- Dori, papá llega a Madrid el día 9 de Julio a las 8,30.
Dori toma un tren y espera en la estación la llegada de su marido.
Y hablándole de Almería montan en el Talgo. Y hablándole de Almería llegan a ella. Y él se enamora de Almería y goza de la armonía que encuentra en la armonía que encuentra su mujer.
Luis está pensando en buscar un apartamento más grande que el que ahora habita, pues lo considera pequeño para darle entrada a los muebles y ropajes que piensa traerse de Francia.
Luis ha tomado su decisión de venirse al reencuentro con su mujer, al reencuentro con la vida. A la placidez del letargo y de la contemplación del tiempo por el simple placer de dicha contemplación. Sin miedo al final porque está al principio.
Ya escribirá desde aquí los artículos que le requieren en América Latina.

APUNTES PARA UN RETRATO

LILIANA
(agosto de 1.999)
Li nace en las postrimerías de la edad paterna, siendo la más joven de sus hermanos y a la vez casi la nieta de sus padres. Este hecho hace que sea mirada y mimada en un grado al que los demás hermanos no tuvieron acceso. Ya de chiquitina, y desde la cuna comienza a reír antes con la mirada que con su boca.
Debemos hacerla nacer en un país exótico. Exótico bajo el prisma del escritor, ya que el exotismo siempre pertenece a otros que no a uno mismo, o al país donde el escritor escribe. ¿Qué por qué nace lejos de mi cuarto de escribir?, Porque estamos haciendo el retrato de una desconocida y el escritor conoce muy bien la idiosincrasia de la gente que lo rodea, y sin embargo, no conoce la de esos países exóticos que dicen los mapas que existen, y en el que algún privilegiado conocido del escritor ha estado para corroborar su existencia. Este sutil dato, “desconocida”, es el que nos impulsa a referirnos a...
Hagámosla nacer en Colombia.
Para el escritor, Colombia es con bastante acierto, uno de los países más exóticos que existen. Además, dicen, allí se vive en plenitud la vida sexual, dándole la importancia que requiere sin menoscabo de encontrarla acertadamente satisfactoria. Este dato es importante desde el momento que la vamos a confrontar con el mundo de la lascivia y del engaño para conocer sus reacciones, pero eso será más tarde.
El escritor es nativo de Hesperia mal llamada actualmente España y nacido en la posguerra civil, cuando un adalid convertido por obra y gracia del Señor (y con bastante ayuda de él mismo y sus balas) en “caudillo”, créese portador de valores eternos y confiere a la nación un halo de misticismo mistificante, hasta tal extremo que de pequeños debíamos dormir y en invierno, con las manos entre las sabanas y la manta para evitar cualquier roce con esa protuberancia indigna que todo hombre tiene entre sus piernas y que, decían por aquellas fechas, o no se decía pero se intuía por las obligaciones en el dormir, que servía para más menesteres que para aquel para el que lo usábamos que era para miccionar. Evidentemente y de este conservadurismo a ultranza, surgió una degenerada generación curiosamente con dos penes, a saber, el que también servía para miccionar y otro aún más deformado y degenerativo que se encontraba en las circunvoluciones del cerebro. Toda esta introducción la hace el escritor por la importancia que tendrá este hecho en el relato distorsionado del retrato anónimo que se pretende. Además, un poco también para proporcionarle al personaje que ya se va dibujando y que pronto le haremos conocer a Li, una defensa a la que, dicen, todo el mundo tiene derecho. Incluso este personaje al que me refiero.
Pero prosigamos con la ubicación de nuestra heroína (en su grado más puro y etéreo, no inyectable). Debe pertenecer al mar, así que debemos proporcionarle un mar cerca. Y su vida por siempre estará condicionada al mar. Le introduciremos sus recuerdos más gratos cerca de este. Veranos alegres, divertidos, pero siempre lamida por las pequeñas olas del mar que juegan con sus pies mientras que ella, vulnerable, sonríe al viento y a la espuma.
Debe ser bonita pero sin llegar a la exultez, ya que en algún momento de su vida deberá mirar con vehemencia esos otros cuerpos que se pasean cerca de ella. Más tarde se dará cuenta de que la real belleza tanto de ella como la de cualquier mortal está en su interior, un interior a prueba de deterioro, y no conoce el escritor ningún cuerpo con esos condicionantes. Si acaso el brazo incorrupto de Santa Teresa que descansó y en la mesita de noche del aludido “caudillo” durante 40 años, pero eso es otra historia.
Proporcionémosle un padre suficientemente acomodado, pero no en demasía. Un padre que tenga un trabajo estable, que le pueda proporcionar a nuestra pequeña amiga un lugar confortable y unos estudios para que se pueda desenvolver en la vida con independencia adquirida. Pero debemos hacer que el padre se jubile el año de su nacimiento para que le pueda dedicar a ella una atención que no todos los hijos tienen, y ella a él muchos momentos de ternura. Procuremos pues que se jubile de su trabajo, digamos a los 50 años.
Proporcionémosle además una madre nada severa, soñadora, abnegada, que le haga comprender con su abnegación todo lo que ella desearía, y todo a lo que ella se va a rebelar en su consciencia que se delata. Además que le fabrique trajes con una maquina de coser que le comprará su marido.
Hagamos, ya de paso, que el padre le lleve 10 años a la madre. Este punto será de estricta necesidad a la hora en que se presente delante del seductor.
Hagamos también que, como país tropical que es el suyo natal, sea preceptiva la siesta. ¿Para qué? Pues para darle el espacio y el tiempo necesario para las risas con sus hermanos en esa complicidad que más tarde perderá para encontrarla en el sitio más impredecible.
Vamos a tocarla con un toque de amarga frustración. Vamos a hacer que un hermano suyo muera en plena juventud por medio de una enfermedad, por ejemplo... un tumor cerebral. Esto, seguro, la va a condicionar acercándola al Carpe Diem.
¿Lo hacemos un poco más difícil? Bien. Hagamos que un nativo se enamore de ella y que tras un noviazgo más o menos largo, se convierta en ese amigo incondicional que tanto necesitamos todos. Un amigo que a pesar de su renuncia esté contando los días que faltan para el feliz regreso de su amada de las aventuras emprendidas. Claro, cuando esto ocurra, pero no precipitemos los acontecimientos. Estamos creando a la criatura, como digo, imaginaria.
Hagámosla eternamente joven, así podremos dejarla que realice el sueño de su abuelo con un buen bagaje vital y cultural, pero a una edad en que cualquier mujer es mayor, sin dejar ella de ser una niña. Pongamos que a la edad madura de 28 o 30 años aparezca como una bella adolescente, con cuerpo de adolescente, con la inocencia de la pubertad, con las ilusiones de una niña, con la mirada inmaculada. Pero ha vivido todas las experiencias que una persona sana de su edad puede vivir, y sin las alteraciones que la imposición de una cultura decrépita y moribunda puede ejercer en uno mismo. (El lector es hábil al intuir que esto es lo que le pasa al seductor con quien la vamos a confrontar).
Debemos instigarla con algo, alguna ilusión más grande aún que su deseo innato de ver España. Démosle una capacidad infinita de amor y de entrega. Habilitemos a un seductor típico español y proporcionémosle un trabajo en el que deba ir a Colombia. Allí la conocerá y la seducirá. Le llenará la cabeza de lugares (para ella exóticos), le hablará de la madre patria, la encandilará con miradas de superioridad, la protegerá y le susurrará al oído deliciosas frases que harán que ella tiemble de amor. Posiblemente el lector piense que en ese caso es tonta nuestra protagonista, pero el lector no sabe de su pureza y de sus ansias, y de su mundo interior mil veces más rico que cualquier mundo donde se pudiera vivir.
El grado de inocencia que le debemos conferir hará que nunca le tenga envidia a nadie, pero será una enamorada de la perfección, de la belleza. Aunque ella siempre interpondrá la belleza interior a la belleza física, creándole no pocas inquietudes este hecho. Se dejará arrastrar por una belleza física en contra de su propia realidad. Se dejará embelesar por una quimera. Tal es la GRAN necesidad de amor que tiene. De dar todo eso que le come por dentro en una entrega sin limites. (Lógico es pensar que el seductor jamás entenderá esto, pues pensará que todo es debido a esa rara habilidad que le confirió Dios al nacer que hace que todo aquello que mira se convierta en deseoso)
La haremos rebosante en ella misma, pero para que esa atracción que ella ejerce no se vea empañada por el mundanal deseo de la carne, no la haremos explosiva, más bien la haremos bajita.
Le daremos el tono de piel necesario, el mínimo tono de piel obscura para que el exotismo quede prendado en ella, asimismo, le proporcionaremos unos labios carnosos que se distienden con su risa.
A veces confundirá su llanto con su risa y no sabrá discernir entre uno y otro. Cuando deba llorar, ella reirá contagiando al cielo con su risa, y cuando deba reír, ella llorará desconsoladamente por la amistad y el amor. Pero, ¡ojo!, No debe el escritor confundir la risa con el llanto, pues debe saber en cada momento como se siente en realidad. Por ello la dotamos con unos límpidos y legibles ojos. Ya está. Ella podrá reír y llorar, que el escritor solo deberá en cada momento mirarle a los ojos y ellos le dirán como se siente, si es risa de risa, o llanto de llanto, o risa de llanto, o...
También debemos proporcionarle un deseo, pero debe estar oculto, debe llevarlo en los genes. Así debemos hacer que alguno de su familia, pongamos que su abuelo, haya muerto sin haber cumplido su deseo más grande, por ejemplo... visitar España.
Bien, tenemos su fotografía.
Ha llegado el momento de ver como reacciona un ser tan angelical como el descrito en un ambiente torcido.
Con muy mala idea hacemos recalar en su ciudad al ser deplorable, no tan descrito pero si apuntado, denominado el seductor.
Este es mayor que ella, arrogante, mirando siempre de soslayo desde su atalaya (es más alto, no en vano la hicimos pequeñita)
El seductor gasta dinero como si nunca se le fuese a acabar, aun cuando siempre, y al llegar a su hotel, cuenta las monedas, hace números en una libretita, sopesa estrategias...
El seductor, por definición, es mayor en edad que la protagonista. Asimismo, por definición es artero, cínico y embustero todo su tiempo, pero combinando una cierta gracia, amabilidad y preocupación durante el período de galantería. Así, el seductor, a veces, obsequia a nuestra niña con regalos que ella comenta encantada con su amiga y con su propia familia, que ya está viendo venir al lobo que se esconde en el seductor.
Pero... Vamos a complicar un poco las cosas. Vamos a hacer que el seductor quede momentáneamente atrapado en la tela que lógicamente conforman los ojos de nuestra desvalida. Hagamos que lleve hasta el límite su seducción y quede, como digo, preso de su propia seducción y de la seducción innata de la que hemos provisto a nuestra protagonista. El seductor siente la necesidad de prometerle un mundo feliz lejos de su patria, de su familia, de sus amigas, lejos, en fin, de todo aquello que le proporciona una seguridad, esa seguridad que en ese momento tanto necesita. Así, esta es la causa de su pronto viaje a España, donde vivirá un prometedor futuro junto a su amado.
Antes de partir, su abuelo, y como para subrayar el aserto que el escritor se permite sobre su genético deseo de conocer España, le dice: “Li, vas a realizar el GRAN SUEÑO que siempre tuve y nunca pude ni podré realizar... Viajar a España". Esta revelación se incrustará en ella hasta conseguir que ese gran sueño se vea cumplido, al menos, en sus padres. Pero eso será más tarde. Prosigamos pues con la narración.
Antes de partir habla con su ex novio convertido en ese amigo - confidente del que la hemos provisto para que pueda comparar la ficción con la realidad.
Vamos a provisionarla también con un montón de amigas, pero con una especial. Amiga, confidente, que le inculcará su fácil verborrea, su riesgo, sus sueños, con la que compartirá felices días en la Gran Avenida. Esa avenida donde a las seis, cuando acaba el trabajo, se desplazan bellas mulatas con esas minifaldas que a penas soportan el menor envite del viento que las levanta, elegantes mujeres ejecutivas con sus trajes de ejecutiva, un sin fin de sueños y de sensaciones vividas y vivificantes que se agostarán en su enmarañado sueño de por vida. Y allí, en esa avenida, y al finalizar su trabajo, se encontrarán ella y su amiga para disfrutar de tardes lánguidas y enteras.
Al fin llegamos al principio del relato. El lector avezado comprenderá que tras esta minuciosa entrada, el relato debe ser breve, claro y conciso. El relato consta de varias páginas, que para que el lector no se pierda en ellas, las titularemos como si de estampas de la vida se tratara.

LA PARTIDA
Li ha hecho su maleta, una maleta de fácil porte, una maleta con dos asas, una vertical y otra horizontal y una manilla telescópica con freno para poder arrastrarla aprovechando unas pequeñas ruedecitas incrustadas en su parte baja. Una maleta llena de trajes, y de bragas, y de ilusiones, y de recuerdos. Una maleta en la que cabe toda su vida anterior. Con un departamentito para cada una de sus amigas, de sus familiares, de sus vivencias. Y la ha hecho con nerviosismo, con prisas. Pero no con las prisas de salir de alguna situación comprometida, o que se le haga insoportable, o que le produzca dolor. Li es feliz, ha sido feliz hasta ese momento, pero el cambio le va a proporcionar ese estallido de felicidad que siempre ha soñado. Ha encontrado a su Hombre, con mayúscula, a su amante, a esa mitad complementaria que la sacará de su feliz rutina para desembocarla en una vida plena y sin rutinas, que en cada esquina encuentre un secreto, una vivencia, una nueva sensación, un regalo, un suspiro. No sabe Li que nada de eso le va a faltar, pero sí este escritor que no se confunde pero la deja hacer, porque esto es un cuento, y en los cuentos todo es posible. Es por eso que está nerviosa haciendo la maleta. Es por eso por lo que le tiemblan la voz y los ojos y las manos y se adentra, mientras la hace, en un onírico mundo de “por venir”. Le espera un agotador viaje, desflorando el cielo, de 9 horas.

LA DECEPCIÓN
No todo siempre sale como esta pensado. Los caminos del devenir, lo impuesto en los astros jamas se asemejan, ni por asomo, a nuestros deseos.
Nueve horas en avión es agotador, cierto, pero ha tenido tiempo de reír y de llorar y de sentir una amalgama de sensaciones de lo que deja y de lo que espera encontrar. Se ha acordado de todos sus momentos buenos, de su familia, de sus buenos ratos en que junto a su amiga utilizaban el encanto de una buena “salsa” para seducir a los hombres en la discoteca.
“Abróchense los cinturones y dejen de fumar, vamos a aterrizar”.
El corazón comienza a desbocarse en un intento por salirse por los poros de las sienes, del pecho, el estomago se niega a retener los alimentos ingeridos, una borrachera de placer y de ansiedad se apodera de su cerebro, todas las dudas de su vida se apagan, solo divisa en su horizonte a su galán que en ansia parecida espera que el avión se pose, que se abran sus puertas, que pase la aduana. ¡¡DIOS!! Que sufrida espera, que amor, que dulce, amarga, muerte. Todo pasa en esta vida, los momentos malos, los buenos, la risa, el llanto, incluso el trámite de aduanas a la llegada del avión. Se tropieza consigo misma en su carrera a las afueras del aeropuerto, la mirada fija en todos y en cada uno de los mil que pueblan la espera, ¿dónde está? ¡Dios mío, ¿habrá venido?, Mira y mira esperando ver los brazos de su amante, de su esposo, de su hombre, extendidos en una carrera frenética que la acoja y la proteja y la mime y le de calor, ese calor con el que tiempo lleva soñando. Por fin lo ve y un chaparrón de periódico se le viene encima. Un brazo a media altura enarbolando un periódico del día, compañero de espera, se alza en apática situación de desidia.
... Y sus manos se vienen abajo dejando caer la maleta de sus ilusiones que ya descansan en el frío suelo del aeropuerto.
... Y su sueño se va hundiendo cada vez más en el pozo de la frustración.
... Y su estomago vomita sobre sí mismo.
... Y su salsa se entronca con el tango en difícil armonía.
... Y ya nada será igual.
-Li, te tengo que decir algo... pero no te preocupes... podrás vivir el tiempo que necesites en casa... uno, o dos días....
Es un manotazo de la vida. Todas las ilusiones rotas en un segundo. Y su pensamiento: “Li, ya estás aquí, ya estás y sola, no tienes a nadie, tienes dos opciones, volver a casa con el rabo entre las piernas y aguantar que todos te digan “te lo dije” o “ya sabía yo” o ver en sus caras la satisfacción de tu fracaso, que por otra parte es el deporte mundial, o quedarte y afrontar una nueva etapa, eso sí, de tu vida, pero sin la música que esperabas, sin la compañía requerida, sin nada más que tú, y sola, en este Madrid que ya comienza a pudrirse bajo tus pies”

EL CURSO
... Y comienza un calvario lleno de risas y de nuevas promesas y de premuras y de cine y lectura, y de confesiones a medias, y de llanto amargo y fino, y de silente frío que se encumbra en la parte alta de la espalda, y de pensiones y de pisos de amigos y amigas, y...
Li, ¿sabes?. Han convocado un curso de publicidad, como tu sabes de periodismo... Además, puedes pedir una beca. ¡Anda, no seas tonta!. Si no te lo dan pues.. Nada. Pero el NO ya lo tienes, inténtalo.
...Y Li va a enterarse, y presenta rellenos todos los formularios requeridos, y milagrosamente es admitida su asistencia, le han dado la beca, y comienza el curso.
¡Mis ahorros! Han desaparecido, se han perdido, seguramente en las manos de mi compañera de piso. Además tengo que irme de donde estoy.
“Li, piensa, estás en la calle, con tu maleta de ruedas y manilla telescópica, y sentada sobre ella. ¿Qué vas a hacer?. Llama a ese amigo colombiano... o no, mejor a esa amiga. ¡Que te vengas ahora mismo para acá!.
Treinta mil pesetas en su bolso. El compartimento del amor vacío, el compartimento de la desesperación lleno, el compartimento de la frustración a rebosar, y el del miedo, y el de la desgracia, y ... también lleno el de la ilusión por recuperar la sonrisa, y el de la capacidad de amar, y el de la fuerza, y el de la salud. ¡Li, ¿por qué llorar, por qué estar triste cuando deberías estar dando gracias al cielo por haber ocurrido prestamente en vez de haber esperado más tiempo? ¿por qué no agradecer al seductor que se haya descubierto como mísero cobarde cuando aún es tiempo?
¡Animo Li, comenzamos una nueva etapa sin límites ni fronteras, sin meta pero con mil caminos que escrutar!. ¡Todas y cada una de tus decisiones serán tuyas, de nadie más!.
Y Li toma la manilla telescópica de la maleta y se adentra en la húmeda calle en pos de un taxi que la lleve a su destino cierto, pero... incierto.
¿Los nuevos amigos?. Solo un detalle. Para la consecución de la beca necesita tener 350.000 pesetas en una cuenta bancaria. Solo tiene 30.000 pesetas y unas ganas de llorar horribles. ¿Sus nuevos amigos? Entre todos recolectan la cifra que se aparece como astronómica y es depositada en una cuenta a su nombre. Cuenta que será de nuevo vaciada a los 20 días de su inclusión, pero que le permite optar al curso. Nada se le es regalado en esta nueva etapa. Nada va a ser como antes, o como pensaba, o como le susurraba el seductor en su crédulo oído en aquellas tardes de Colombia.
Una llamada de teléfono: ¿amigo? Si... soy Li... Perdona que te llame tan tarde... Necesito información... para comer... para bono - bus... no tengo dinero y estoy en la calle... Y por la mañana, muy temprano, descuelga el infernal aparato más para acallar su estridente chillido que para oír algún interlocutor desagradable, y... ¿Li?, ya me he informado, vete a Cáritas en la calle... número..., allí te darán de todo, incluso si quieres comer, pues también. Asimismo te darán gratis el bono - bus que necesitas para la asistencia a tus clases... “No le des peces, enséñale a pescar”. Esta frase salida del saber popular nunca se hizo tan patente como en esta ocasión. Li, desmoronada, encuentra la señal en flecha que la llevará a depender de ella misma y no de nadie. Porque la gente como Li, solo necesita, a veces, que le señalen donde. De esta manera, y rodeada de buenos amigos de lucha, Li termina el curso al que se apuntó, llenando aun más el compartimento de su extenso saber.

PRIMERA VENIDA
Alguien, en un punto determinado de este relato le apunta a Li que además de Madrid existen otros sitios, como ese que se llama Almería, Uno de los lugares más tranquilos del planeta. Una luz al borde del mar. Un lugar apacible, tranquilo y que rebosa de paz y de calma. Un lugar de recuerdo pero de olvido, un lugar donde el pensar siempre se deja para otro día porque es más imperioso vivir ese día dejándose llevar por el rumor del mar, por la intensa luz de su cielo, por la morriña de su aire, por la excelsa fuerza de sus vientos, por la agradable calma que infiere la conversación vecinal, tan en desuso en cualquier otra parte del mundo. Que se venga. Además son sus ferias y fiestas de Agosto. Y ella va. Y en Almería, en sus fiestas, en sus ferias, conocerá a ese amigo de pensamiento, a esa alma gemela que lee los mismos libros que ella, que como ella es aventurero huidizo. Esa amistad durará tiempo y tiempo. Él la seguirá viendo a cada paso que el destino lo arroje en Madrid.

SEGUNDA VENIDA
¿Li? Soy yo. ¿Por qué no te vienes a Almería a pasar una semana? Mi casa es grande y podremos convivir sin necesidad de chocar por los pasillos. Y ella se desliza de su Madrid gris y monótono y se adentra en el asfalto que le llevará a la estación donde le espera el artefacto que la llevará hasta Almería. Allí se impregnará de su encanto que la cautivará. Adoptará la necesidad de una vida en esa isla de mar y cielo y luz y sueño. Allí conocerá al retratista que confundirá en principio, y debido a su educación cartesiana, lo bonito con lo contrapuesto, pero que al cabo se desprenderá de sus aprendidas cortedades de mentalidad provinciana y aceptará la magia del sueño, la leve esencia que la viajera desprende en su deseo de que alguien prenda el hilo de su cometa.

TERCERA VENIDA
Su marcha ha sido triste. Nadie esperó a despedirla como ella había leido mil veces en esas novelas de galanes. Sí, la llevaron hasta el tren. ¡El tren! Ese inmundo invento que todo tiene que envidiarle al autobús, ancestral medio de transporte de su país de origen y que tantos y bellos recuerdos le trae a la memoria. Si, la llevaron al tren, pero nadie se quedó para agitar una mano en dirección a su quieta mirada tras los cristales.
Y su llegada a Madrid, aún más triste si cabe. Triste estancia donde la vida languidece entre asfalto y museos. Triste mirada hacia nadie y hacia nada. Fantasmas de los que se fueron en busca de sus ancestros. Nadie. Y el techo de su habitación la aplasta hasta el delirio. Y aún queda una semana y poco más para que comience Agosto, para que ella comience su trabajo en otra ciudad costera, ¿Benicasim?. No lo piensa, no lo duda. Pero... si lo piensa, y hasta lo duda. Su deseo es volverse a Almería. Pero... ¿No pensará este amigo que vuelve para importunarle? ¿No se sentirá incomodo por mi estancia de nuevo en Almería?. Pero... ¿Acaso no me ha prestado este amigo sirio su casa deshabitada para que la use todo el tiempo que quiera?. “Bueno, lo llamaré por si le molesta”. Este hecho, más tarde le atormentaría durante varios minutos. No el hecho de pensarlo, sino el de haber realizado la llamada. Ha llegado. Su cara transmite su alegría irradiando de sol al propio sol que se le impone. Ha recalado, milagro satisfactorio, cerca del escritor. El escritor la ha llevado al “mojito”, donde bandas de música de distintos lugares lejanos desgranan sus fuertes ritmos de salsa y de merengues y de todo. Se ha erigido en sublimación orgiástica hasta que el alcohol llama al llanto, y lo vierte sobre el escritor. Se ha comunicado, como nunca viera el escritor hacer, con todas las etnias, razas, gentes de todo tipo, hasta ser centro de atracción y de amistad. El escritor, cansado en sus años, reduce el tiempo de espera y desespera en su salida de tan glorioso antro y se esfuma en la noche que afuera le aguarda.
Pero el escritor se ha quedado con lo mejor de Li. Se ha quedado con su languidez, con su arrebato, con su sonrisa, con su estridente risa, con sus cosquillas, con su pelo mojado, y su sueño y su nostalgia. Se ha quedado con su pasión y su secreto. El escritor, en suma, ha sabido leer en sus ojos todo su fuego, su entrega, su frustración y su eterna lucha.
Y con su deseo más vivido. Traer a sus padres a que compartan su estremecimiento al divisar el cielo de Almería.

EL AVIADOR

He salido de mi casa. Debo tener una casa. Seguro que la tengo. Pero no la recuerdo. Lo intento sin mucha fuerza, pero no consigo ubicarla. Algo familiar se me viene a la mente, por eso creo que debo tener una casa. Además, si no la tengo ¿De donde he salido?
Voy andando. Tengo la sensación de haber quedado con alguien en algún lugar, pero no sé a donde voy. El lugar, la ciudad, las calles son las mismas pero diferentes. Lo sé. Como siempre, noto el bulto de la cartera de documentos que llevo en el bolsillo izquierdo de atrás, en el pantalón. Sí. Como siempre en el izquierdo. Y los bolsillos delanteros me pesan porque llevo, como siempre, un sin fin de cosas: monedas, llaves, teléfono y muchas más que nunca recuerdo.
Hace una temperatura fresca para la época en que estamos. Pero no hace frío. Intento recordar en que época estamos pero no consigo hacerlo. Pero tengo la sensación de que no debería ser tan fresca. Será por eso que llevo una gabardina.
Giro en una esquina y comienzo a subir una calle en leve cuesta. Estoy desnudo. Lo sé porque alguien me ha mirado y lo he visto en sus ojos, en su expresión. Me miro y efectivamente estoy desnudo. Me lío en una toalla grande y sigo caminando. No sé porque tengo esa toalla. Debe ser que algún vecino, al verme desnudo por la calle, me la ha arrojado desde un balcón. No sé exactamente a donde voy, pero reconozco un portal y entro en él.
El portal es un rectángulo. Al final de su arista más larga comienzan una escalera a la izquierda protegida por una barandilla de hierro forjado. En los primeros escalones hay cuatro niños, o niñas o mezcla de ambos, sentados en los primeros cuatro escalones, en fila india, apoyados en la pared. Parecen serios o tristes o ambas cosas. Sigo subiendo los peldaños de granito desgastado por el uso. En la primera planta me cruzo con alguien, que me resulta familiar pero que no reconozco, que baja los peldaños de dos en dos o de tres en tres. Va con prisa. No me mira, por lo que entiendo que no se ha dado cuenta de que voy desnudo. En ese instante noto la presión de la cartera en el bolsillo trasero. Me miro. Efectivamente estoy vestido pero sin gabardina. Me quedo asustado entre dos escalones, apoyado en la pared amarilla con una cenefa marrón a un metro de altura sobre el suelo. El desconocido conocido vuelve a subir la escalera con las mismas prisas. Al llegar a mi altura lo paro.
- Dime la verdad. Dime si me ves vestido o desnudo.
Me mira con sorna
- Yo te veo bien - Me dice. Y sin más sigue subiendo a la misma velocidad hasta perderse en la puerta que se abre en el piso de arriba. Sigo subiendo despacio para no desnudarme otra vez y llego hasta la puerta que abierta me traga en su interior. Lo entiendo todo. A la dueña de la casa le ha dado un ataque de algo. Como ansiedad o así. Y el conocido, pero no, es un médico que la está atendiendo. Todo se ha calmado y vestido, se me viene a la memoria el nutrido número de niños sentados en los cuatro primeros peldaños de la escalera. No conozco muy bien a esta señora pero estoy seguro de que por algo he ido allí. Y es porque somos íntimos amigos. Mi novia, la única persona que reconozco, está en la habitación. Han debido pasarlo mal. Un susto o algo así. Pues conozco muy bien a mi novia y sé cuando tiene qué tipo de ánimo. Pero ya ha pasado. El médico le ha dado no sé qué tipo de pastillas o inyección o algo y ella está bastante normal. Muy normal. Esto sin que yo sepa que grado de normalidad habría que aplicarle cuando estuviera normal. Me viene a saludar muy eufórica. Una euforia que considero normal entre dos íntimos amigos. Me da las gracias por haber venido a su cumpleaños. Era eso. Por eso he venido a esta casa. Debemos ser muy amigos. Yo sonrío como aquél que domina la situación por ser normal aunque para mí no lo fuera. Le toco la barriga. Ella, orgullosa, la hincha más aún de lo que está. Esta preñada. Se sienta. Todos están sentados menos yo. Se sienta en el sofá que hay justo al lado de una mesita cuadrada sobre la que está sentada mi novia. Queda un pequeño sitio al final del sofá justo al lado de mi novia. Yo permanezco de pié en medio de la habitación.
Alguien desde una butaca me increpa por algo que he hecho mal en algún momento que no recuerdo ni reconozco. Miro a todos con fingida sonrisa y vuelvo la sonrisa hacia el imprecador.
- Todos aquí me conocen. Saben que eso es imposible.
No es verdad. Nadie me conoce. O yo no conozco a nadie. O a lo mejor sí pero no me suenan. Aunque da la impresión de que ellos si me conocen. Voy a sentarme en el asiento que queda libre junto a mi novia. Hago un comentario sobre los niños que he visto en la escalera.
- Pero si son los míos. ¿No los has reconocido? Es que los han sacado para que no me vieran en el estado en que me he puesto - Me replica la anfitriona.
Sigue hablando la anfitriona con un niño pequeño que hay en su regazo. Lo tomo de sus manos y lo siento, yo repanchigado en el sofá, encima de mi pelvis. La presión hace que se me escape un pedo. Todos callan. No se oye ni el volar de una mosca. Intuyo que no hay moscas. Debe ser por la época en que estamos. La embarazada se vuelve hacia el niño que tengo sentado encima de mí. Algo dice de gases y le achaca el pedo al niño. No en vano los culos están cerca uno de otro. Yo dejo que el equívoco me salve de la vergüenza. Le digo a mi novia que no me encuentro muy bien. Que voy a salir un momento a tomar el aire. Me mira con comprensión.
Al bajar la escalera los niños siguen en el mismo sitio. Los miro. No los reconozco. Ellos me miran. Por su mirada me da la impresión de que tampoco me reconocen. O es que están preocupados. Les digo que ya pueden subir. Sonríen felices y comienzan a subir las escaleras alborotando. Uno de ellos sube a gatas pues es muy pequeño. Salgo a la calle desnudo. ¡DESNUDO! Está anocheciendo y busco las sombras para que no me vea nadie. Una señora tardía se cruza en mi camino. Tengo que salir de mi duda. La paro. Le pregunto que si me ve vestido o desnudo. La señora me mira un instante a los ojos. Luego pasa su mirada por mi cuerpo desnudo y vuelve a mirarme a los ojos y sin decir nada pero pareciendo ofendida se da media vuelta y sigue caminando hacia su destino.
Sigo sin saber si estoy vestido o desnudo. Me toco el que debería ser bolsillo que guarda mi cartera de documentos. Solo noto la carne blanda de mi glúteo. Estoy, pues, desnudo. Sigo caminando pensando en que mi glúteo, antaño terso, está blando. Debo ser mayor. Para comprobarlo me toco la cabeza. Compruebo que mi pelo es escaso. Sí. Debo ser viejo. O al menos mayor. No me reconozco.
Sigo andando desnudo hasta un descampado. Me siento en un muro bajo de piedra fría. Su frialdad entra en contacto con mi piel desnuda. Miro hacia todos lados. No veo a nadie. No logro entender nada de lo que me pasa. Por qué estoy desnudo a ratos. Mi pensamiento deriva hacia mí mismo y compruebo con sorpresa que no sé como me llamo. Hago verdaderos esfuerzos hasta que me viene a la mente un rostro conocido vagamente, pero con nombre. Soy yo. En ese momento noto la abultada cartera en el pantalón. Estoy vestido. Doy un salto y poniéndome de pié saco la cartera. La abro y voy esparciendo sobre el muro de piedra su contenido. Mi DNI. Cuatro fotos pequeñas de cuatro niñas diferentes. Serán mis hijas aunque no se parecen entre ellas. Varios carnés de diferentes asociaciones. Algunos papeles escritos. Una carta doblada del seguro del coche… Saco del bolsillo derecho tres manojos de llaves. Un encendedor. Y una pluma. Del izquierdo un montón de monedas. Un fajo de billetes de euros y algunos billetes, enormes de grandes, de mil pesetas. Recojo todas mis pertenencias del muro de piedra fría pero los billetes de mil pesetas se han quedado pegados al muro y en el intento de recuperarlos se rompen en pedazos.
Vuelvo caminando buscando la primera calle. He tomado una vereda. Más que vereda es un camino. A lo lejos se oyen voces. Risas. Cuando llego a la altura del ruido compruebo que la senda por la que camino pasa entre una explanada a mi derecha y unas gradas a mi izquierda. Las gradas están llenas de gente que ríen felices lo que pasa en la explanada. En la explanada hay un nutrido grupo de gente. Casi todos niños. Debe ser una fiesta. Algunos van disfrazados. Estoy pasando entre las gradas y la explanada. Miro hacia las gradas. Parece que la gente está esperando que ocurra algo. Suena un disparo. O un cohete. Un ruido seco. Todos en la explanada comienzan a correr gritando “Ya han soltado a los jabalís”. Efectivamente observo como dos jabalís pasan cerca de mí con los colmillos al aire persiguiendo alegremente a la marabunta de niños y madres que llenan la explanada. Siento terror y comienzo a correr. Tropiezo con el primer escalón de la grada y caigo al suelo. Por la vereda o el camino se acerca una niña huyendo de un jabalí. Intento agarrar al jabalí por el rabo. El jabalí se da cuenta de mi gesto y se vuelve sonriente hacia mí un instante. Es una niña disfrazada de jabalí. Vuelve la vista a su perseguida y comienza de nuevo a correr en pos de ella.
Continúo andando y en las inmediaciones de la casa de la chica embarazada me encuentro con mi novia. Nos tomamos de la mano y comenzamos a andar. Yo desnudo. Le pregunto que si estoy desnudo. Ella me mira y vuelve la vista al frente sin dejar de caminar mientras niega mi pregunta con un sencillo NO. Pero no es cierto. Yo sé que estoy desnudo. A lo mejor me lo dice para que no me sienta mal. No le quiero comentar que la calle ha comenzado a ablandarse por no preocuparla. Es un ablandamiento leve en que mis pies descalzos se hunden sutilmente en la acera. Como si fuera una esponja. Sí. Es así. Pero ella no se ha dado cuenta por ir calzada. Por eso pienso que es mejor no preocuparla y no se lo digo. Seguimos caminando, yo blandamente.
Llegamos a su casa. Comenzamos a subir la escalera. Está rota. La escalera. Una luz difícil de adivinar se cuela por los rotos de los peldaños de madera. Le pregunto si es ésta su casa. Me contesta que la conozco tan bien como ella, que no pregunte tonterías. Le contesto que efectivamente ésta es su casa, pero la antigua. Que ya se había mudado hace dos años a una nueva. Ella me mira con preocupación y agarrados de la mano seguimos subiendo la escalera. Abre la puerta de la casa y en medio del pasillo hay otra puerta no más alta que ochenta o noventa centímetros.
-¿No ves? - Le digo - Es tu casa antigua!
-Que no. No lo es. Anda pasa y nos acostamos que estas muy cansado. - Me dice.
Nos acostamos. Ella parece dormida. La habitación comienza a moverse. Un papel de periódico se mueve suavemente por un rincón del techo. La habitación está deformándose completamente. Tenso todos los músculos para pararla. Muevo ligeramente a mi novia:
- ¿Estás dormida? - Me contesta que no.
- Por favor, llévame a un hospital - le suplico.
- ¿A qué hospital quieres ir? - me pregunta
- A un psiquiátrico, por favor.
- No. - Me dice - No estás loco. Estás cansado. Duérmete.
No puedo dormir. Me levanto a oscuras. Me acerco a la puerta. La abro y paso a un salón.
Camino hasta los ventanales de cristal limpísimo por donde se cuela la luz de un sol resplandeciente. Me asomo al exterior. Sobre un manto de hierba hay un grupo de niños jugando a perseguirse. Los perseguidores van vestidos de jabalís. Quedo un rato mirando a los niños que juegan. Para afianzarme en mí mismo dirijo mi mano hacia el lugar donde debería estar la cartera. Allí estaba. Estoy vestido. Ya sé como me llamo. He recordado el nombre y la cara de cada uno de los niños que había en la escalera. He oído un rumor detrás de mí. Me vuelvo despacio. Allí están todos mirándome en silencio. Los niños, la señora preñada, los que llenaban la habitación. Todos. Y todos desnudos. Un señor absolutamente desconocido, desnudo, de blanco, me toma del brazo diciéndome con voz suave:
- No deberías salir desnudo de tu habitación. Hace frío ya. Además a los demás no les agrada.
Le sonrío como si entendiera lo que me está diciendo. Pero no es así. En el dormitorio no esta mi novia. Agradezco tener este cuaderno y mi pluma en la mesita de noche. He escrito todo esto para que no se me olvide. Ahora me siento mejor. Me acostaré y me dormiré enseguida. Mañana tengo un día de trabajo duro. Creo que soy aviador.

VIERNES 28 DE ABRIL 2006

Estuve casado durante 17 años, tras los cuales me separé.
Desde aquel momento, que ya se me ha perdido en los recovecos de la memoria, he vivido solo. Bueno, una hermana mía comparte estancia conmigo por temporadas. Es una nómada y siempre está de un lado para otro. Hoy no está conmigo.
Tampoco es que yo siempre haya vivido en el mismo sitio haciendo el mismo trabajo. Puede ser que no tenga alma rutinaria o sí y el destino me haya hecho saltar en el espacio tantas veces.
Ahora estoy viviendo en un pueblo de la costa.
Mi trabajo no puede ser más prosaico, pues me dedico a la construcción. En este pueblo, entre otras estoy dirigiendo, una obra de local, sótano y dieciséis viviendas.
El derribo de la casona existente anteriormente y las obras de estructura se han realizado con el aburrimiento normal de las cosas previstas. Acaso algún sobresalto por imprevisiones no debidas.
Vivo en una casa antigua, alquilada, con cuatro dormitorios, un salón, cocina y cuarto de baño así como dos grandes patios.
Quiero hacer un inciso para dejar claro que nunca he creído en fenómenos paranormales ni en brujas ni en nada de eso que forma parte del culto ancestral generalizado. Todo, porque sé que tras la vida no hay sino olvido. La nada. 0.
El hombre, como cualquier ser vivo, nace solo y exclusivamente con un fin: la procreación y con ello la perpetuación de la especie. Su mayor inteligencia lo hace multiplicarse cada vez más y llegar a un número insostenible de habitantes.
Desde que llegué a esta casa fui cambiando de dormitorio varias veces hasta encontrar el más cómodo. Elegí uno que abre su puerta al salón, y lo elegí porque tenía la bombilla más potente. Así puedo leer un poco antes de dormirme.
Suelo dormir con la puerta abierta y algunas veces me ha dado la impresión de haber visto una sombra pasar delante de la puerta. Nunca le he prestado mas interés del que tenía. Siempre lo he achacado a esta vista cansada o a mi propio cansancio o a mil cosas, circunstancias, azares, etc...
También es cierto que ha veces he oído algunos ruidos extraños que parecían venir de dentro de la casa, pero la idea de que alguien se hubiera colado la he desechado siempre por imposible. Por un lado siempre cierro la puerta con llave y no existe otra forma de entrar si no es por ella.
Hace un mes aproximadamente, o quizás más tiempo, la cisterna del inodoro se vació sola con su característico sonido y pensé que tendría que arreglarla al día siguiente.
Hoy ha sido un día raro.
Amaneció con sol, pero en un instante se cubrió el cielo de nubes y se abrió en tempestad de relámpagos y truenos y una fuerte lluvia, para una hora después quedar como al principio. Un sol agradable. No en vano estamos en primavera.
Bueno, creo que estoy preludiando demasiado este relato. Más que un relato quiero escribir esta sensación que tengo para eludirla, olvidarla y así poder ir de nuevo a la cama y dormir. Eso espero. Son las tres de la madrugada. Y aunque mañana, hoy, es sábado, tengo trabajo que hacer.
Esta noche he salido como cada noche o casi como cada noche a tomar una cerveza con una tapa que me sirve de cena. Al terminar me he dado una vuelta por las obras y en las 16 viviendas he visto una luz moviéndose por la primera planta. Gracias a que está en el centro del pueblo y este tiene una correcta dotación de policía municipal, en ese momento ha pasado una patrulla de dos municipales a los que he llamado. Ellos también han visto al luz y pensando que pudiera ser un ladrón, me han pedido que los acompañase a la primera planta, cosa que he hecho sin ningún temor. (llevaban pistola).
Cuando hemos subido, la luz se escondía por entre los tabiques ya realizados, y la policía, al comprobar que allí había alguien han llamado a sus compañeros que han venido cortando las tres calles a las que da el edificio.
He de decir que se trata de un edificio de tres alturas, levantado sobre 600 metros cuadrados de solar. Hemos recorrido todo el edificio sin encontrar nada. La luz desapareció tras un tabique recientemente construido y allí no había nadie.
No les he contado nada de lo que se me venía a la mente.
No les he contado nada de lo que ya lleva pasando en la obra desde hace dos semanas.
Todo empezó cuando a plena luz del día uno de los obreros vio a un hombre desgarbado cruzándose delante de él. Como no le hizo caso se volvió hacia donde estaban sus otros compañeros para llamarlos y cuando volvió la vista al hombre, este había desaparecido. El obrero quería irse de la obra diciendo que a él no le pagaban por ver fantasmas. Entre risas los demás le quitaron la idea de la cabeza. Cuando llegué ese día a la obra me comentaron el encuentro del que también reí la ocurrencia. Le pregunté al que lo había visto que si en ese momento había o estaba haciendo algún esfuerzo que le pudiera haber hecho perder momentáneamente la correcta visión. Me dijo que no y que además si le ponían delante a diez hombres sabría reconocerlo enseguida. De cualquier manera me fui pensando que había sido debido a ese sobreesfuerzo que yo me había inventado.
En los días siguientes seguían ocurriendo cosas, por así decirlo... raras. Objetos cambiados de lugar, reglas que estaban perfectamente aplomadas con desviaciones de hasta veinte centímetros y muchas más.
Lo más extraño, para mí fue cuando vinieron a verme unos representantes de productos para la construcción para hacerme una prueba de un liquido adherente para pegar el ladrillo con el hormigón. Subimos a la primera planta, donde estaban trabajando los obreros levantando ladrillo, y en un pilar pegamos un ladrillo. Me dijeron que debía dejarlo allí pegado una semana para intentar después quitarlo, asegurando que nos sería prácticamente imposible. Nos despedimos y ellos bajaron a la calle mientras yo me dirigía al otro lado de la obra donde los obreros trabajaban.
Oí como me llamaban desde la calle porque se habían dejado un portafolios con propaganda junto al pilar donde estaba el ladrillo pegado y les dije que subieran a por él. Así lo hicieron y nos acercamos al mismo. Allí estaba el portafolios.
“¿Y el ladrillo?” Preguntaron.
Miré hacia el pilar y el ladrillo no estaba. En el suelo tampoco estaba. Miramos en los alrededores y lo encontramos encima de un montón de ladrillos a unos 15 metros del pilar. Se fueron ofendidos pensando que lo habíamos arrancado y tirado.
El encargado y yo nos miramos y no dijimos nada, pero los dos sabíamos quien había sido. Tampoco le dijimos nada a los demás para evitar bromas de mal gusto.
Hemos bajado los dos policías y yo a la calle, donde hemos estado un rato comentando el suceso.
Han estado hablando de la inseguridad que se está viviendo en la zona por las bandas organizadas de delincuentes.
Yo no les he contado nada sobre los fenómenos raros que se estaban produciendo en la obra.
Se han ido y me he quedado un rato mirando hacia arriba para ver si veía de nuevo la luz. No ha sido así. Me he vuelto dando la espalda a la obra para dirigirme a la casa y he oído perfectamente como “alguien” corría unos puntales metálicos por el piso aún de hormigón.
No me he vuelto.
He oído como caía arena desde la primera planta hasta las vallas que cierran el edificio y no me he vuelto. Me he dirigido a la casa y sin mirar hacia atrás ni un solo momento he entrado y he cerrado con llave. Presumo que estaba un poco asustado.
Como tengo mucho trabajo me he metido en el ordenador para hacer un presupuesto de una estructura que corre mucha prisa, pues lo tenemos que presentar el próximo martes.
Ya había olvidado el episodio.
Le busqué mil interpretaciones racionales y me las creí todas.
Hace un rato que no cesa de oírse como si alguien rascase la puerta de la calle.
He dejado de trabajar y me he puesto a escribir esto para ahuyentar posibles equivocaciones.
Al principio los arañazos se oían en la puerta de la casa. Debía ser algún gato o perro o algún gamberro despertando a los vecinos. Se han parado por unos instantes. Pero ahora los arañazos son más claros. Suenan exactamente detrás de mí sobre la puerta abierta de la habitación donde me encuentro. Estoy de espaldas a ella y no me atrevo a mirar. Tampoco me atrevo a dejar de escribir pensando que si es algo extraño, al verme sin miedo y realizando una labor cotidiana, se canse y desaparezca. O si es mi imaginación, que desista de ese intento y me deje poder mirar hacia atrás y poder irme a la cama a intentar dormir.
Me está viniendo un perfume intenso a algas, ese olor a mar fuerte y profundo.
Ahora mismo estoy notando un aliento que me da directamente en la nuca.
Como si alguien estuviera mirando desde atrás lo que estoy escribiendo.
Se va. Noto como se va. Oigo como la puerta de la habitación donde estoy se cierra. Debe de ser el viento. Pero no hace viento. A lo mejor, ojalá sea una brisa. Debe hacer brisa.
Oigo como tiran, como aquella vez, de la cisterna.
Oigo como se enciende la televisión. Eso puede ser porque la instalación de la casa, por ser tan vieja, haya hecho algún contacto raro y se haya encendido sola.
Lo de la cisterna lo tengo que arreglar de una vez por todas y tengo que presentar una denuncia sobre la gente que se mete en la obra por la noche a robar.
Estoy algo cansado, así que como ya tengo la solución al enigma me voy a la cama.
Mañana Leeré esto y me moriré de la risa.
En fin. José, que duermas bien.

SABADO

No dormí.
Apagué el ordenador.
Abrí la puerta.
Fui al salón para apagar la televisión y acostarme. (Todo esto sin apagar la luz del cuarto del ordenador)
En el salón había una pareja de ancianos sentados en el sofá viendo no sé qué porque no le preste atención. Les di las buenas noches como si no pasara nada y la mujer me miró sonriendo. Parecía muy feliz con ese encuentro.
Me metí en mi habitación y me tape completamente vestido, (con la luz encendida) entero, hasta la cabeza, hasta que los primeros rayos de luz se colaron por la ventana.
La televisión seguía encendida, pero no había nadie.
Desde mañana me pongo a buscar otro piso a ser posible más moderno. O al menos debo pensar durante todo el día una explicación lógica a este suceso. Suceso que por cierto no pienso contarle a nadie. Nadie lo creería. Yo tampoco lo creería.
Por otra parte me llena la curiosidad y estoy tentado de ir a casa de la dueña de la vivienda por si me puede enseñar fotografías de gente que haya vivido aquí, porque la cara de felicidad y la sonrisa de la señora que anoche estaba viendo la televisión en mi salón no la olvidaré jamás.


Carboneras, viernes-sabado
28 de abril de 2.006
José Soria

viernes, 24 de julio de 2009

EL TONTO

E L T O N T O
Su andar es cansino, y su espalda, algo curvada, sostiene la gavilla de cebada que encamina a su ara.
Su mirada perdida a escasos metros de sus pies se agosta en el recuerdo, y se llena su cabeza con los gritos, con sus propios gritos mezclados con los de los demás chiquillos, mientras truenan los cohetes que anuncian el comienzo de las fiestas en honor del santo patrono. Entre tanto, a lo lejos, y seguramente en la plaza, como en su recuerdo, se oyen los estallidos asordinados por la distancia de los cohetes que hoy anuncian el comienzo de las fiestas.
No vuelve la espalda.
Ni el chirriar de las cigarras, ni el zumbido constante de los tábanos y moscardas lo detraen de su pensamiento.
Cada arruga de su curtida cara habla de una alegría, y de una zozobra, o de una pena, o de un arrebatado deseo, o de una plegaria, un rezo para conseguir algo que es a veces conseguido y a veces, casi siempre, denegado.
El camino está plagado de lastras que tiene que soslayar con su carga.
No es la primera vez que realiza este recorrido, ni será la última si Dios así se lo permite, y sus fuerzas.
Tiene esa edad indefinida que da el campo agreste y hostil, y el sol que lo rodea, esa edad en que se cruzan los recuerdos, y el presente, y los deseos, y el sol.
Se ha parado en la cima del promontorio, donde se bifurca la senda. Es su lugar de descanso.
Desde que murió Torda, siempre descansa en el mismo lugar y se desprende un momento de su carga para liar un cigarrillo mezcla de cuarterón verde y cuarterón rojo.
Y cada vez que realiza este acto tiene un recuerdo de claro amor hacia su mula, que hasta su muerte fue su compañera de trabajo, su confidente.
Un día, y como este, de calor y de sol, y este en su cenit, Torda, cargada con tres gavillas como la que hoy descansa en la lastra que divide los caminos a la espera de que se consuman las hebras mal cortadas de tabaco, al llegar al promontorio, resbaló en la lisa piedra y se partió una pata.
Y de aquella cara curtida, y de aquella rudeza, brotó una lágrima, y con cuanto amor la despojó de su carga, y como se sentó a su lado y poniendo la cabeza de Torda en sus piernas comenzó a acariciarla y a contarle como él mismo ayudó a su madre, una burra que vivía en el barrio del Castillo, a traerla al mundo.
Le contó cuantas fueron las risas con sus primeros intentos de ponerse de pié, y como se le torcían las patas.
Le contó como después de verla nacer no pudo dejar de sonreír cada vez que se acordaba de ella. Y como convenció a su mujer para comprarla, hablándole del dinero que podría ganar al transportar más carga de una vez.
…”Pero, ¿como la vas a pagar si no tenemos una perrilla?”.
Y él siempre le contestaba que se levantaría más temprano para poder trabajar más horas y de alguna manera la pagaría.
“Además, Anica, la de la posada, necesita a alguien que le lave la ropa de cama y los manteles esos que pone en las mesas, y lo podrías hacer tú”
Le habló de su niñez triscando en los abalatados campos, y de como saltaba de una parata a otra persiguiendo un tábano, o aquella libélula en la Bancada de los Juncos.
Siguió hablándole hasta que los recuerdos se encontraron y le contó los suyos propios.
Hasta que se fue Lorenzo y un manto de penumbra y de fresco preparaba el tiempo de Catalina y de mil estrellas que los acompañarán en su dificultosa vuelta a casa.
“Ya no podrás ayudarme hasta que te pongas buena” y le frota la pata
torcida mientras a Torda le tiemblan los belfos de dolor.
“Seguro que serán dos o tres días” y le rasca detrás de la oreja, como siempre que quería agradecerle algo.
“Venga Torda, tienes que ser valiente para volver a casa”
“Acuérdate cuando me caí por el risco de José de Amo y me partí una pierna, y si no llega a ser por ti me quedo allí para no contarlo” … y suavemente retira la cabeza de sus piernas, y se levanta, y suavemente tira del ronzal, y ella se mal levanta, y emprenden el camino de vuelta ya sazonado por los olores de la noche y del lugar, o del lugar de noche, o los olores del día mojados por la fresca brisa que baja de Dos Hermanas y de la Chanata, y allí, en el promontorio, se quedan las gavillas, rubias, y los arreos de Torda.
“Ya vendré mañana a recogerlos…” pensó.
Y de como al cabo de los días, Torda, no encuentra sosiego y, triste, canta todo el día su desesperanza.
Y como al final tuvo que traer al médico para que la curara, y el médico le habló de gangrena y de podredumbre y de sufrimiento.
Y como la tuvo que matar de un certero disparo en la cabeza mientras ella lo miraba sin comprender, o comprendiendo y dándole las gracias mezcladas con un último adiós.
Terminó el cigarrillo y miró hacia el este, allá, más allá del pequeño valle, donde la carretera sesga la falda de las montañas, esas montañas donde comenzó, y desde pequeño, a perder visión con la recogida del esparto que al terminar el día vendería por unas monedas en La Romanilla, en las Casas Nuevas, donde pesaban el esfuerzo de todo el día agachándose y robándole el esparto al monte en lucha con alacranes y tarántulas y bichas, donde cada semana venía un camión a recoger el sudor de todo un pueblo.
Él siempre le llevaba a su padre, ciego y postrado de la reuma en una silla a la puerta del muladar, un manojo de esparto que majaba con agua y rodillo y que su padre, con sus diestras manos, y sin necesidad de sus ojos muertos, lo transformaba en pleita que su mujer convertiría en espuertas y capazos, y en seras que más tarde vendería a Luís el molinero, y en hondas que repartiría entre la chiquillada que iba a verle.
Ya de vuelta, y desde el recodo de Las Troneras, divisó a lo lejos, nunca se le pareció tan lejos, y tan tarde, luces sobre piedra, el campanario de la iglesia, y sobre él pequeños destellos que iluminan momentáneamente la nada.
“uno… dos… tres…
Contaba mentalmente como le había enseñado, hace muchas noches, don Juan el cura para calcular la distancia de la tormenta en invierno.
Y miró hacia el oeste, y su mirada asciende por la falda del Cerro de la Matanza hasta la boca de la Cueva de los Moros, donde, de niño, y en manada, iluminados por manchos, se dejaban tragar por aquella boca negra y fría repleta de tesoros y de sorpresas, y de risas, y de miedos.
Mira hacia uno y otro lado al final de los caminos que se abren en i griega. No cambia su rictus, pero sus ojos se hunden más y más en su misterio.
Mira la gavilla, que tendida a sus pies espera sin comprender, y sacando la petaca que guarda la mezcla, se sienta junto a la gavilla y lía un cigarrillo, y lo prende, y apoya los brazos en las dobladas rodillas, y queda su mirada fija en la tela de araña que une dos ramas de un cardo y se abisma en su mundo de sombras y suspiros.
…Como se fue apagando poco a poco. Primero dejó de lavar la ropa de Anica que tuvo que buscar deprisa y corriendo a Lola la del panadero para estos menesteres. Después dejó de trabajar en el pequeño huerto, despensa de su sustento. Más tarde se negó a levantarse y a comer, y cuando acudió el médico le habló de tristeza, y de enfermedad, y de depresión, y de sufrimiento, y de muerte, y le manda unas pastillas y un jarabe.
Como se acordó de Torda y como la echó de menos.
Como se sentó en la cama y le puso la cabeza sobre sus piernas y le acarició la cana cabeza y le habló de cuanto dinero iba a ganar.
“No te mueras y me levantaré más temprano y trabajaré más y te compraré la casa de la ladera que tanto te gusta y no tendrás que trabajar .
Y le iba a comprar cortinas con manzanas pintadas y macetas y flores y…
“No me dejes solo. No sabría que hacer…”
Y ella se iba poco a poco, huyendo de su nostalgia y de su realidad.
“¿Para quien voy a trabajar ahora?”
Y ella terminó su viaje mientras él le acariciaba la cabeza.
…Y como corrió la noticia por el pueblo…
“¡ Se ha muerto la mujer del tonto!”
Terminó su segundo cigarrillo, lo tiró a su vera, lo apagó con su gastada albarca. Se levantó y miró de nuevo al este. Allá, más allá del pequeño valle, donde la carretera sesga la falda de la montaña, y le pareció ver la figura de un coche que se dirigía al pueblo: “Serán los músicos” piensa, mientras se ve entre muchos, y él los murillos, esperando con la ilusión de sus pocos años la llegada de la pasajera que trae a los músicos que amenizarán las fiestas.
Como comienza a andar hacia el Este, y sin bajar la cabeza, y como al llegar al filo del barranco no se detiene, y como cae rebotando como una vieja pelota entre las agudas rocas tiñendo de rojo la tarde.
La noticia la llevarían al pueblo los pastores de Don Julian:
“El tonto sa matao. Sa caio por el Barranco del Caballar”

jueves, 23 de julio de 2009

ESQUIZOFRENIA

CONTRA NATURA

El ruido era ensordecedor.
Los motores de los 16 coches que estaban en la parrilla de salida rugían como verdaderos diablos, preparándose para la carrera que comenzaba. Era la última carrera del campeonato mundial de formula uno.
Javier Corrales estaba posicionado en la primera fila de la parrilla de salida. No en vano iba el primero en la clasificación general, aunque dependía de esta carrera alzarse con el campeonato mundial. Su primer campeonato en caso de que ganara.
Los altavoces no paraban de bombardear a los espectadores con clasificaciones, números, especificaciones de los coches...
La bandera a cuadros bajó en la línea de salida y el rugido de los potentes motores invadió todo el recinto. La tribuna rugió no menos que los motores. Los espectadores levantados y con las bocas abiertas y brazos en alto, y su grito confundiéndose con el grito de los coches.
Había comenzado la carrera del año. La más esperada. Se preveía un duelo entre Javier Corrales y Stephen Thompson que prometía emociones más allá de las que acostumbraban estos finales en que siempre había un favorito. Los dos podían alzarse con el campeonato del mundo.
“Faltan ocho vueltas” bramó el altavoz cuando Stephen iba primero, y a milésimas de segundo, casi al rebufo de su coche, Javier.
Javier ya sabía que faltaban ocho vueltas aún para el final de la carrera, pero a pesar de ello intentó un adelantamiento en la Curva del Arco, que en vez de posicionarlo en cabeza, lo retrasó casi un segundo.
La curva era buena, lo sabía, pero la velocidad que había de adquirir para realizar la proeza le hacía perder, casi, el control del vehículo, que encabritado se desplazaba en derrape hacia la derecha. Le costó acercarse de nuevo a Stephen cuatro vueltas al circuito.
“Faltan cuatro vueltas”.
Es ahora cuando Javier Corrales debería intentar la primera posición, porque si no, Stefhen Thompson se alzaría con el prestigioso campeonato mundial...
Bramaban los altavoces. El público ya descontrolado rugía por el magnifico espectáculo que estaba presenciando. No esperaban menos de lo que estaban viendo, que no difería mucho de lo que ya se anunciaba semanas atrás en los periódicos de todo el mundo.
Cuando Javier vio el cartel de “4” que un técnico de su equipo enarbolaba a la altura de boxes, decidió atacar de nuevo en la Curva del Arco. Se pegó literalmente al culo del coche de su rival y al llegar a la curva dio un volantazo rápido y aceleró a toda potencia de los motores. El coche comenzó a derrapar más que la vez anterior y fue a estrellarse contra las vallas de seguridad. Dio cinco vueltas de campana en el aire y volvió a caer contra el suelo donde explotó y las llamas lo envolvieron. No se hicieron de esperar los servicios del circuito, que efectivamente llegaron hasta el lugar del suceso y apagando las llamas sacaron a Javier de entre aquellos hierros retorcidos que solo unos segundos antes era el orgullo de la marca competidora. Una ambulancia lo llevó al helipuerto situado a la salida del recinto, donde un helicóptero lo transportó hasta el Hospital.
El parte médico que se pudo leer en todos los periódicos hablaba de coma profundo con muy pocas posibilidades de recuperación.
Así quedó Javier solo en el hospital a pesar de amigos, familiares y personal hospitalario. Solo con sus pensamientos, sus recuerdos. Ya no importaba nada la carrera, ni esta última ni ninguna. Los recuerdos iban más lejos en el tiempo. Había recuerdos a la mano de su hermana mayor. Él con 2 años y ganas de orinar. Era plácido. ¿Dónde estaba?. Estaba absolutamente consciente, pero ¿Dentro de un sueño?.
No recordaba nada del accidente pero sí una sensación de placidez.
En un momento determinado comenzó a oír lo que pasaba a su alrededor.
Oía a los médicos hablar con los familiares, a estos con los amigos, a todos. Incluso reconocía voces: Este es Antonio, este otro es Papá, aquella es Marina. ¡Marina!. Intentó levantarse, hablar, tranquilizar a su intima amiga Marina de que él estaba bien, que pronto estarían juntos de nuevo.
--“Están hablando de mí. Dice el médico que no voy a recuperarme nunca. Esto se lo dice a sus colegas cuando están solos. Cuando hay algún familiar dice que existe alguna posibilidad. Piensa el médico que sería preferible desconectar la respiración asistida para que muera en paz. ¡Pero si estoy en paz!. ¡No vayan a matarme!. El médico ha hablado con mis padres y les ha explicado que efectivamente lo mejor para mí es desconectarme. Que he perdido masa cerebral y que prácticamente doy plano en los encefalogramas. Mi padre ha dicho que lo pensarían, pero mi madre le ha contradicho. Que de ning­una manera, que a su hijo nadie lo va a matar mientras ella viva”.
--“He oído hablar a mi padre con el médico. Esta convenciendo a mi madre para desconectarme. Espero que no lo consiga”.
--“He tenido un sueño ¿o no?. Es que no distingo entre la vigilia y el sueño. Creo que en mi estado no duermo. Siempre vigilo”.

--“Ha ocurrido un extraño fenómeno. Es como si alguien palpara mi mente. Posiblemente estén haciendo algún experimento ahí fuera para ver hasta que grado estoy ya muerto. Es como si me hicieran cosquillas en la mente”.
--¡¡¡¡”Síííí, estoy vivooooo! --grito desesperadamente para hacerles ver a los que intentan entrar en mi mente que efectivamente pienso y estoy consciente”.
-- ¿Quién es? -- me dice una voz dentro de mí.
-- Soy yo Javier, Javier Corrales, aún sigo vivo, no me desprendáis de la máquina de respiración asistida.
-- ¿Qué es una máquina de respiración asistida?
-- ¿No eres tú un médico intentando entrar en mi pensamiento?
-- No, eres tú el que se está introduciendo en el mío. ¿qué quieres?
-- Que les digas a los médicos que estoy bien, que pienso. ¿Quién eres tú? ¿Estás a los pies de mi cama? ¿Estoy en una cama o me habéis llevado a algún otro lugar donde podáis hablar conmigo?
-- Me llamo Liza. No tengo ni idea de lo que me estas hablando. ¿Dónde estas?
-- Estoy en el hospital, pero no sé dónde.
-- ¿Pero estas... en qué estado estas?
-- Al parecer mi estado es bastante lamentable. Ya ves que me quieren desconectar.
-- No me refiero a tu estado físico, yo soy del estado de Nueva York. ¿Y tú?
-- Debo estar en Madrid, España. ¿Qué haces aquí? ¿Estáis aplicando algún nuevo avance científico para entrar en mi mente?
-- ¿Qué dices?. ¡Nunca he contactado con nadie que esté a más de 20 metros de donde me hallo
-- ¿Cómo que nunca contactas con nadie...
-- Pues veras, es que tengo una facultad extraña que me posibilita el contacto con otras mentes. Pero siempre ha sido con mentes cercanas.
-- ¿Eres telépata?
-- Si, pero nadie lo sabe. Me da miedo que piensen que soy extraña
-- ¡Que va! A mí me parece muy bien.
-- ¿Cómo es que estas en España?
-- Porque soy español. Sé que estoy en un hospital porque he oído hablar a la gente a mí alrededor y me he enterado de todo. Ellos piensan que estoy inconsciente.
-- ¿No puedes hablar con ellos?
-- No. Pero cuando cuentan cosas me entero perfectamente. El sentido del oído no debo haberlo perdido. Me he enterado de que he tenido un accidente. Mi profesión es la de piloto de formula uno. Estaba conduciendo en la última prueba del campeonato del mundo cuando al parecer tuve un accidente. Bueno el caso es que estaba perdido y de pronto has aparecido.
-- ¿Qué puedo hacer por ti?
-- No se, pero algo se nos ocurrirá. ¿Qué puedo hacer yo por ti?
Ambos rieron mentalmente de la propuesta que hizo Javier.

-- ¿Cómo has tardado tanto en aparecer?
-- Mi familia piensa que estoy loca, o algo parecido. Me llevarán a hacerme unas pruebas en un hospital mental.
-- ¿Cómo es que siendo yo español y tu americana nos podemos entender?. Yo nunca he hablado más de dos palabras de ingles.
-- Yo tampoco hablo español. Ni tan siquiera las dos palabras que dices.
-- ¿Será por lo de la telepatía?
-- No sé, hace muy poco que se me ha despertado esta facultad y además no he hablado con nadie de esto ni a través de la telepatía. Es la primera vez
-- ¿Cómo me encontraste? A mí lo que me pasó es que de pronto algo me hacia cosquillas por dentro y ahí estabas tú.
-- A mí me paso lo mismo. Yo siempre he podido captar las mentes de los demás pero nunca he contactado con nadie como contigo. ¿Tú tenías esa facultad antes de?... Bueno... Tú me entiendes.
-- Si te entiendo. Te refieres antes de entrar en coma, pues no. Nunca he tenido esa sensación. Es más nunca he creído que hubiera alguien con esas facultades.
-- A mí me están matando. Me siento mal por tenerlas. Además me siento rara y me creo que todo el mundo se da cuenta de que me entero de lo que piensa. Así que, no se como, pero lo he logrado, puedo ponerme un escudo protector contra la intromisión de ideas de la gente que me rodea. Solo lo vencen los pensamientos demasiado fuertes. Contra ellos no tengo defensa.
-- ¿Acaso ha sido fuerte el mío?. No contestes, me da igual. De cualquier manera me alegro de que haya ocurrido. Aunque... a veces me parece que es solo una ilusión mía. Que no existes y que te invento para no volverme loco.
-- A mí me pasa lo mismo. Estoy absolutamente aturdida. Desconozco todo esto. Además me da miedo.
-- Pues yo no te voy a hacer nada. Aunque quisiera no podría. Estoy en coma, recuerda.
-- No seas tonto, no me refiero a eso, lo sabes.
-- Ya lo sé. He intentado hacerte una broma.

-- ¡Ya sé donde estoy!. En el hospital “La Paz” de Madrid. Lo que pasa es que no sé que habitación.
-- ¿Puedo hacer algo?. Oye, me gustaría ir a verte, pero ya sabes que vivo en Estados Unidos. No tengo dinero y además se supone que estoy loca.
-- Ya.
-- No te enfades, es verdad que no puedo.
-- Sí. Lo sé. Pero si pudieras... Más que nada para que les dijeras a mis padres que estoy vivo. O al menos eso creo. Que no me desenchufen de la maquina de respiración artificial.
-- No se como hacerlo
-- Pues yo tampoco. Lo único que espero es que mi madre siga firme a lo que dijo en la habitación y que no deje que me desenchufen. Así al menos te tendría a ti para hablar. Pero si me desenchufan... adiós a todo. Bueno... adiós a ti que eres lo único que tengo.
-- Anda ya. Seguro que tienes miles de cosas más.
-- Si pero son recuerdos. Nada actual. Tú eres mi única actualidad. Mi única referencia de tiempo.
-- Bueno pensaremos algo. Debo descansar. Nuestra comunicación se me hace agotadora. Debe ser por la distancia. Mañana hablaremos.
-- ¿Hablaremos?
-- Bueno. Lo más parecido a hablar. De cualquier forma, creo que he hablado contigo más que con cualquier persona conocida. Eres la única persona a la que he sido capaz de contarle lo de la telepatía.
-- Porque no tenias más remedio. Porque es así como hemos entrado en contacto.
-- Sí pero a pesar de ello.
-- Lo sé. No te preocupes, princesa, que te guardare el secreto.
-- Jajaja, me haces reír. Eso es malo. No estoy acostumbrada. En mi familia dicen que cuando un chico te hace reír es la primera señal de que te estas enamorando.
-- ¿Qué edad tienes?
-- Diecisiete, ¿tú?
-- Veinticinco.
-- ¡Que viejo!
-- Bueno, pero no soy demasiado feo. O al menos no lo era antes del accidente. Es que como no sé si me duele algo, no sé como ha quedado mi cuerpo.
-- Seguro que bien, no te preocupes.

-- ¡Javier???
-- Sí, estoy aquí
-- Se me ha ocurrido algo para ayudarte
-- ¿Qué?
-- Puedo llamar por teléfono a tu madre, o al hospital y hablar con ella para explicarle lo que pasa.
-- ¡Fantástico!
-- Sí, pero ¿cómo le hago entender que no soy un fraude?
-- No sé... ¡SÍ! Ya lo tengo. Te contaré cosas que solo ella sabe.
-- Me parece muy bien, espera que coja un boli y un bloc. Ya puedes.
-- No, se me ocurre otra cosa mejor. Cuando era pequeño, mi madre me enseño un alfabeto que solo ella y yo conocemos. Apúntatelo y lo que vayas a escribirle lo haces en este alfabeto. De esa manera ella lo entenderá enseguida.
-- Bien ¿cómo es?
-- Escribe el alfabeto desde la a hasta la z sin incluir la w porque aquí la usamos poco, por no decir nada, y numera las letras de 3 en 3, o sea, la a sería 1 la b 4, la c 7. Así hasta la z que sería el nº 76. después multiplica cada uno por 123 y divídelo por 321. De esa manera obtendrás un número para cada letra. De este número obtenido utiliza el segundo y tercer decimal. Mi nombre, de esa manera, sería ¾ se queda pensando un momento ¾ 29,83,73,79,81,75. Así es como me enseñó a multiplicar y a dividir.
-- ¿No hay repeticiones de letras y números?
-- Sí, se dan en la k y la i, pero en la escritura son fácilmente diferenciables. De cualquier manera, no debe haber problemas. Cuando contactes con ella le dices que le quieres mandar una carta que te he dictado y lo que harás será mandarle una serie de números que serán los que te salgan de aplicar esa ecuación.
-- De acuerdo. Esta tarde, cuando se vaya mi madre llamo por teléfono. Espero que en información me den el número.
-- Si quieres te doy el de mi casa.
-- ¿Cómo podré hablar con tu madre si yo no sé hablar español?
-- Porque mi madre es filóloga. Estudió, aunque no lo ejerce, filología inglesa. Seguro que de algo se acuerda. Procura hablar despacio. Si no la consigues localizar allí, busca el teléfono del hospital y pregunta por mi habitación.
-- ¿Cuál es?
-- No lo sé. Es posible que la hayan dicho, pero no me acuerdo, o no he prestado atención. Pero puedes preguntar por la habitación de Javier Corrales.
-- Bueno, ¿qué le digo a tu madre?
-- Dile, textualmente, “mamá, estoy en contacto telepático con esta chica que te escribe. Sé que estoy en coma, pero estoy vivo. Sé que te han pedido que me desconectes de la máquina de respiración asistida, pero no lo hagas, porque soy muy feliz tal como estoy. Lo que viva he vivido. Tengo una amiga que me gusta mucho que es la que te escribe. Es americana y no habla bien español, pero no te preocupes. Yo hablo mucho con ella. Como señal te diré que cuando tenía yo cinco años me contaste, porque pensabas que no me enteraba de nada, que papá te había puesto los cuernos con la madre de Lucía, sí, la que vivía justo enfrente de nosotros. Y que lo pasaste muy mal, pero que lo perdonaste y que nunca más lo volvió a hacer. Mamá, no dejes que me desconecten”.
-- Bien, así lo haré.

-- ¿Javier?
-- Si, dime, estoy aquí.
-- He llamado a tu madre.
-- ¿Y qué?
-- No la he localizado. Ese teléfono no existe.
-- ¡¿Cómo puede ser?!. ¿No te habrás equivocado? ¿Has probado con el hospital?
-- No, no me he equivocado. Sí he llamado al hospital.
-- ¿Y qué?
-- Me han dicho una cosa muy extraña.
-- ¿Qué?
-- Que no estas allí. Que te desconectaron hace mucho tiempo.
-- ¿Qué?. No es posible. Estoy hablando contigo.
-- Sí, pero eso no es lo peor. Lo peor es que te desconectaron en el año 2.002
-- No puede ser. El accidente lo tuve en 1.999
-- Eso es lo que me temía. Javier. No sé que pasa, pero he de decirte algo más extraño aún.
-- ¿Qué?
-- Que estamos en el año 2.023.
-- Estas de broma. No puede ser. Estaría muerto hace tiempo. Mucho tiempo.
-- Pues así debe ser.
-- Te repito que no puede ser, porque esta mañana han estado aquí mis padres.
-- ¿Es verdad lo del año 1.999?. ¿Lo del accidente?
-- Sí, claro. Seguro que ha tenido que salir en los periódicos de tu país. Ha sido en la final del campeonato del mundo. ¡DOS AÑOS! Hace ya dos años... Increíble. Creía que fue ayer mismo.
-- ¿Sabes? Voy a ir a mirar los periódicos atrasados y ya te cuento.
-- Bien. ¿Por qué no puedes hablar conmigo si no es desde tu habitación?
-- Porque cuando salgo me protejo para que no me entre nadie. Es malo lo que me pasa. Además, no sabes los malabarismos que debo hacer para que el psiquiatra no me interne por loca.
-- Bueno. Pues cuando llegues a casa me cuentas.

-- ¿Javier?
-- Sí
-- Ya me he informado. He estado en la hemeroteca de mi ciudad y he revisado por nombres. He buscado tu nombre y sí. Es cierto que tuviste un accidente en el circuito del Jarama.
-- Ya te decía yo que era cierto.
-- Sí, pero lo tuviste en 1.999
-- ¡Ya te lo dije!
-- Sí, pero no es menos cierto que estamos en el año 2.023
-- ¿Es cierto eso que me dices?
-- Sí.
-- ¡Dios!. ¿Qué me pasa?
-- No sé. ¿Te has quedado atrapado entre dos mundos?
-- ¡Qué va!. Para mí que fue ayer cuando tuve el accidente.
-- Pues en el hospital me dijeron que no sabían nada de ti. Tuvieron que mirar los ingresos de los últimos 25 años que es lo que podían mirar en el ordenador. De esta investigación es de donde sacaron que te desconectaron hace tiempo. Así que busqué en Internet y sí, venían algunas referencias. Pero como no las podía creer, es por eso que me fui a la hemeroteca.
-- ¡Dios!. ¿Qué puedo hacer ahora?
-- Pienso que... pero no.
-- ¿Qué?
-- No, no me atrevo ni a pensarlo
-- ¡Dime?
-- Javier. Ya no sé vivir sin tu presencia en mi cabeza. Me he acostumbrado a ti. No sé si esto es amor porque nunca he estado enamorada. Pero... Si existiera la posibilidad de que te vinieras a vivir conmigo...
-- ¿Cómo?
-- No lo sé. Imagino que debe haber alguna posibilidad de compartir mi cuerpo. Vente a mi mente. De todas formas te pasas la mayor parte del tiempo en ella, así que no habría mucha diferencia.. Sería como compartir piso.
-- No sé... ¿crees que saldría bien? Digo en caso de que fuera posible.
-- Sí. Además no sería peor que esos casos que conozco de doble personalidad. Tú estarías conmigo porque yo así lo quiero. No me serías impuesto.
-- Sí, pero debería estar relegado toda mi... tu vida a esconderme.
-- No sé... podrías asomarte al exterior de vez en cuando, cuando nadie nos vea.
-- Te tomarían por loca. Cuando estaba vivo, en 1.999, tenía una amiga con doble personalidad y no creas, no era muy agradable hablar con ella.
-- ¿Le preguntaste acaso, alguna vez a que era debida su doble personalidad?. Te lo pregunto porque al parecer mis padres piensan que yo la tengo. Y solo porque al principio me pillaron hablando contigo en voz alta.
-- Pues no, la verdad es que nunca se me ocurrió preguntarle.
-- ¿Es posible que estuviera con alguien como tú?
-- Pues... no sé. La verdad es que si me llega a decir que está con alguien como yo, el primero que llama a los loqueros soy yo. Pero ahora...
-- Claro. A mí me pasa lo mismo. Jamás habría pensado caer en esta... en este... no se como calificarlo. A veces pienso que no existes y que realmente estoy loca.
-- Pero no estas loca. Tú sabes que existo. O al menos he existido.
-- Sí, pero a lo mejor lo he leído en alguna parte y me estoy haciendo una ilusión vana. O mi mente me está jugando una pasada de loca.
-- No! Espera... debe haber alguna señal que te haga creer en mí.
-- No, si yo creo en ti. Es una forma de creer en mí.
-- Sí, pero algo más real, más tangible.
-- ¿Cómo qué?
-- Pues no sé... espera...
-- ¡Ya está!, tengo la solución
-- ¿Cuál es?
-- Existe algo que jamás en mi vida he dicho a nadie. Ni a mis padres ni a la interesada, y después a nadie por vergüenza, o por lo que sea. Cuando tenía 10 años más o menos, en el verano de 1.984 estuve con mis padres veraneando en Almería, en un pueblo que no me acuerdo como se llama, puede ser Agua Amarga. Allí me enamoré por primera vez de una chica de 22 años. Era mi sueño. Recuerdo un árbol grande que había en un descampado a la izquierda de la carretera que lleva al pueblo. En ese árbol escribí su nombre. Se llamaba Adelaida. Y la fecha 1.984, o verano de 1.984 y firmaba Don Javier para aparentar más edad. La edad que necesitaba para acercarme a ella. . seguro que si existe aún el árbol estará allí mi nota.
-- ¿Pero como lo hago para ver si es cierto, si no sueño, si no estoy loca?
-- No sé, podrías llamar al ayuntamiento y preguntar.
-- Bueno. Daré por buena tu nota.
-- Bien.
-- Oye. Llega mi madre. Me tengo que ir.
-- ¡Espera!. ¿Por qué siempre me hablas de tu madre? ¿Y tu padre?
-- Hace ya un par de semanas que lo llamaron con urgencia. Por lo visto ha pasado algo en su campo de trabajo que requiere sus servicios
-- ¿Qué campo es?
-- Él es físico quántico y además astrónomo. No me ha dicho nada, pero he leído su mente. Al parecer se han detectado ciertas señales en distintos telescopios que necesitan investigación. Creo que los que lo han llamado pertenecen a SETI.
-- ¡Ah, conozco esas siglas. ¿Tu padre tiene algo que ver con las señales de inteligencias de otros mundos?
-- No sé, pero lo requieren para muchas cosas de ese estilo. Bueno, adiós, me voy a cenar con mi madre.
-- Adiós.

-- ¿Javier?
-- Sí, estoy aquí. Dime.
-- Lo he pensado mucho. Quiero que te vengas conmigo. De cualquier manera, no tienes nada que hacer allí. Lo único es que me da un poco de miedo que estés muerto.
-- Pero no es verdad. Yo me siento auténticamente vivo. Bueno, vivo de mente. La verdad es que el cuerpo no lo he sentido desde que tuve el accidente.
-- Ya lo sé. Por eso te digo que, si quieres, te puedes venir conmigo
-- Bueno, vamos a probar. Así me enseñas tu ciudad y los cambios que ha habido desde que...
-- Dilo, es necesario que lo digas, que aceptes esto como es. Si no lo haces es posible que nos volvamos locos los dos.
-- ...¿Me morí? Jamás pensé que se podría utilizar este tiempo verbal en este verbo.
-- Ja ja ja. Otra vez me haces reír.
-- Dime una cosa: ¿qué estamos estudiando?
-- Ja ja ja. “Estamos” en el último curso del instituto. El año que viene empezamos la universidad. Ya decidiremos que estudiamos. Es posible que tú sepas de algo que nos venga bien.
-- ¿Decidido, entonces?
-- Decidido. Cuando quieras.

-- Doctor Macius, ¿Cuánto tiempo debe quedarse en observación?
-- No le puedo decir exactamente. Creo que Liza, sufre un proceso de esquizofrenia y se le deben hacer unas pruebas y pienso que lo mejor para ella es que se quede una temporada con nosotros para estudiar su comportamiento y comprobar sus reacciones al tratamiento.
-- ¡Dios mío... sola... ¿qué va a ser de nosotros...?
-- No llore, eso no ayudará en nada. Le garantizo que estará perfectamente cuidada. Además ya ha visto al entrar el precioso bosque que nos rodea. Allí pasará la mayor parte del tiempo vigilada por alguien.
-- ¿Podremos venir a verla?
-- Siempre que quieran, y siempre que a ella no le produzca distorsión alguna.
-- Cuídela mucho, doctor.
Con estas palabras, la madre de Liza, la dejó en manos de los especialistas del Hospital Mental.

-- ¿Doctor Macius?
-- Sí, ¿Con quien hablo?
-- Soy Marc, del servicio de vigilantes voluntarios.
-- Ah, hola Marc. ¿Qué quieres?
-- Estoy en el sector del lago vigilando a Liza. Está sola sentada en un banco riéndose ella sola. Me he acercado para ver si necesitaba algo y se ha puesto a hablarme en español sin parar de reirse.
-- hummm... Voy para allá.

-- Hola Liza.
-- Buenos días doctor.
-- ¿Cómo te encuentras hoy?
-- Nos encontramos perfectamente, ja ja ja...
-- Liza, no entiendo bien el español. ¿Qué has querido decir?
-- Que hace un día espléndido, que me siento muy feliz y que comparto todo esto con Javier. Quiero decir, conmigo misma.
-- Hace ya un par de meses que estas aquí, Liza. Creo que me conoces lo suficiente para saber como soy. Quisiera hablar contigo sobre ti y todo lo que te rodea. Si estuvieras de acuerdo...
-- “Javier, ¿crees que el doctor está preparado para que le contemos la verdad?”
-- “Creo que sí. No se ve mala gente. Pienso que lo entenderá todo”
-- “Ya sabes que somos uno solo, a mí, personalmente me gustaría contarle, pero debemos estar de acuerdo”
-- “Creo que no sería malo. Al menos tendríamos a alguien con quien hablar a parte de nosotros. Además se ve que es comprensivo, inteligente y que es un buen doctor. Adelante pues.”
-- Doctor, creo que le debo una explicación. A mis padres no se lo he contado porque no lo entenderían. A mi madre, porque es de Illinois, y ya sabe... y a mi padre, porque nunca está en casa. Apenas lo conozco.
Liza le hizo al doctor un resumen de todas sus vivencias desde que comenzó a desarrollársele la telepatía, hasta que encontró a Javier y hasta el día actual.
-- “Muy bien Liza, hemos estado perfectos”
-- Ja ja ja
-- ¿De que te ries, Liza?
-- Es Javier, me está haciendo reír.
-- ¿Puedo hablar con él?
-- Claro que sí, doctor. Yo le traduciré.
-- Hola, Javier.
-- Buenos días, doctor.
-- Podéis vivir ahí dentro los dos sin problemas?
-- Claro que sí, doctor. Creo que nunca estuve tan bien como ahora.
El doctor Macius se marchó preocupado y pensando que la estaban perdiendo. Solo le quedaba un as en la manga. La Doctora Michaelle Bishop. La más eminente psiquiatra que pudiera existir

-- Hola John, he venido en cuanto me has llamado.
-- Hola Michaelle. ¿Has tenido buen viaje?
-- Sí. ¿Por qué nos reunimos en el hotel en vez de en el hospital?
-- Creo que tenemos un problema que no se puede tratar en el hospital.
-- ¿Qué tipo de problema?
-- Tenemos una paciente llamada Liza. Es telépata. Me lo ha demostrado, y es cierto. No se puede estar a menos de veinte metros de ella sin que nuestras ondas le lleguen. Por eso te he emplazado en este hotel. Aquí estamos a salvo de sus percepciones.
-- ¿Realmente es telépata?
-- Sí, efectivamente lo es. Pero eso no es todo. Sus facultades la han trastornado hasta el extremo de que cree firmemente que ha invitado a vivir en su mente a otra persona. Un español que tuvo un accidente de coche y ha muerto.
-- Eso es imposible.
-- Igualmente pienso yo, pero el hecho es que así lo piensa ella. Entró en contacto con él, que está en España. Mejor dicho, estaba. Tuvo un accidente en 1.999 y pasó a un hospital con respiración asistida hasta 2.002, fecha en que fue desconectado y enterrado en Madrid.
-- Entonces... ¿Cómo es posible que haya entrado en contacto con ella? ¿No dijiste que para ella es imposible recibir nada que esté a más de 20 metros? No creo en la veracidad de esos hechos. ¿No es cierto que cumple todos los requisitos para ser tildada de esquizofrénica?
Macius le hizo a la doctora Bishop un resumen de lo que le había contado Liza.
-- No he podido confirmar todos los datos de ese tal Javier. Es cierto que existió y que tuvo ese accidente, y que estuvo en ese hospital. Lo que no hemos podido confirmar es lo del alfabeto utilizado con su madre, porque ella murió hace algunos años, ni la historia del árbol y el nombre grabado en el mismo porque no existe ese árbol. Hace tiempo que toda esa zona está masificada de viviendas.
-- De alguna manera habrá leído la historia en alguna parte...
-- Puede.
-- ¿Y dices que ella se encuentra feliz?
-- Sí, pero me temo que es la clase de felicidad que deviene del estado en que se encuentra.
-- ¿Razona bien?
-- Sí, perfectamente.
-- ¿Había estudiado español ella?
-- No. Además, he de decirte que su español es perfecto.
-- ¿Puedo verla y hablar con ella?
-- Creo que sería peor. Sabría inmediatamente que habíamos hablado de ella en este sentido. Yo he podido zafarme, creo, de su mente gracias a la aplicación de diversas técnicas. No creas que me está resultando fácil.
-- Bien, creo que lo que habría que hacer es nada.
-- ¿Cómo que nada?
-- Sí, nada de recursos convencionales. Ella, por lo que me dices, está enamorada de esa idea, de ese Javier. No puedes hacer nada contra él. No hay nada sobre esa invitación al amigo. Sabes que la mente aún a pesar de los adelantos habidos en neurología y en psiquiatría, es un campo prácticamente inexplorado. El hecho de que se le haya desarrollado la facultad de expresarse en español deviene, seguro, de algún tipo de herencia genética. Algún antepasado español. Pienso que la única posibilidad de recuperarla es anular su mente ligada a su propia vida con la ingesta de algún psicotrópico y hablarle a su otro yo, a ese recientemente adquirido. En su doble personalidad, seguro que detectaremos algo de amor hacia su otro yo. Es a ese amor al que debemos acudir y explicarle que debe desaparecer.
-- ¿Crees que daría resultado?
-- Se han hecho algunas cosas parecidas en Suiza. El doctor Jean Francois Jarret estuvo trabajando en este sentido en 2.018 o 2.019. pero no obtuvo los resultados esperados. El paciente entró en un estado catatónico del que nunca ha salido.
-- ¿Y crees que lo que ha sido malo para otro paciente para este será bueno?. ¿En qué te basas?
-- En que la teoría es buena. Es la aplicación la que puede haber fallado. Al doctor Jarret no le dejaron seguir la experimentación, aunque yo soy de las que piensan que puede ser, “es”, efectiva.
-- Bien, en caso de estar de acuerdo con tus teorías, ¿estarías dispuesta a compartir conmigo el experimento?
-- Por supuesto que sí. Para eso he venido. Pero estaré en el hotel hasta que la mediques convenientemente para inhibir su volitividad. De esta manera solo estaremos con su otro yo. Con su yo adquirido.
-- Pero... tenemos un problema. Su yo adquirido es español. Deberemos contar con un traductor.
-- Olvídate. Soy mitad chicana, ¿recuerdas?.

-- ¿Michaelle?
-- Sí.
-- Ya puedes venir. La paciente está dormida.
-- Voy enseguida.

-- ¿Está sedada?
-- Sí.
-- ¿Has comprobado si su otro yo está despierto?
-- Está con nosotros.
-- ¿Doctor? No puedo ver nada. Solo les oigo. ¿Qué está pasando? No entiendo nada de lo que dicen. ¿Pueden hablar en español?
-- Hemos anulado la volitividad de Liza. Ahora estas tú solo ahí dentro.
-- ¿Quién es usted?
-- Soy la doctora Michaelle Bishop, una colaboradora del doctor Macius. No debe temer nada. Hemos dormido a Liza para poder hablar contigo sin dañarla a ella.
-- ¿Qué quieren de mí?
-- Solo queremos hablar contigo. ¿Es cierto que eres un piloto de coches español?
-- Sí, lo era. Al menos eso me ha explicado Liza. Que me desconectaron de la máquina que me mantenía vivo.
-- ¿Cómo podemos saber que eso es así, y no eres una suplantación de personalidad de Liza?
-- Mire doctora, yo no entiendo nada de lo que me pasa. Tampoco entiendo como puedo estar aquí. Lo único que sé es que estaba tan tranquilo en el hospital y ella apareció en mi mente. O yo en la suya. No puedo decir como fue. Lo cierto es que me encuentro en un estado muy raro. Puedo ver a través de sus ojos y en definitiva sentir a través de sus sentidos. Lo que a ella le hace daño a mí también.
-- ¿Qué tal te cae Liza?
-- Muy bien. La pregunta me parece una tontería. Si no fuera así me hubiera ido de ella. No sé a donde, pero lo hubiese hecho. Estoy en ella y con ella porque es una persona sensible y además muy bella.
-- ¿Sabes que a ella esto le está afectando de manera muy negativa? Sus padres y todos los que la rodean piensan que está loca. ¿Tú que piensas?
-- ¡Que no está loca, ni mucho menos!
-- Entonces... ¿la quieres?
-- Creo que sí. Que estoy enamorado de ella. Es una sensación rara la que tengo. Es como si estuviera enamorado de mí. Nunca estuve más cerca de mí que lo estoy ahora.
-- ¿Por cuánto tiempo piensas que puedes quedarte con ella?
-- No lo sé. Nunca lo había pensado.
-- ¿Sabes que estando ahí dentro, ella no podrá hacer una vida normal?. ¿Sabes la edad que tiene Liza?
-- Claro que lo sé. Tiene 17 años y el mes que viene cumplirá 18.
-- ¿Crees que a los 17 años se merece quedar anulada para el resto de la vida?
-- No está anulada. Me ha dicho que jamás ha hablado con alguien tanto como conmigo en este tiempo. Que está feliz de que yo esté con ella.
-- Sí, pero... ¿Hasta cuando?. ¿Qué será de ella dentro de unos años?. ¿Sabías que era una buena estudiante y que ahora ha tenido que abandonar los estudios?
-- ¿Por mi culpa?
-- No, no es por tu culpa, pero ciertamente influye. Y lo sabes. Al menos deberías saberlo si eres tan legal como me pareces. Si realmente la quieres, deberías olvidarla. Dejar que ella viva su vida.
-- No lo había visto nunca desde ese prisma.
-- Pues pienso que no hay otro desde donde verlo. Pero solo depende de ti. Solo tú puedes hacer que ella vuelva a ser quien era.
-- ¿Me dejas pensarlo un tiempo? ¿Que lo comente con ella?
-- No podrás hacerlo. Si no desapareces de ella ahora mismo, cuando se despierte estarás con ella, serás ella y no podrás hacerlo nunca más. Debe ser ahora o nunca.
-- No sabes lo duro que es para mí hacer lo que me estas pidiendo. Bien. Desapareceré. Solo quiero que me prometas una cosa.
-- ¿Qué?
-- Que cuando esté bien. Recuperada. Le digas lo mucho que la quiero. Que efectivamente estoy enamorado de ella. Que le agradezco por haberme hecho vivir este tiempo. Que la espero allá donde vaya.
-- Prometido. Ahora os dejaremos solos. Ella despertará dentro de 5 horas. Vuelvo a repetirte que depende de ti el hecho de que ella pueda reintegrarse a su propia vida.
-- Salieron de la estancia y Michaelle tradujo al doctor Macius toda la conversación.
-- ¿Qué haremos con su deseo de que Liza sepa que la ama?
-- Por supuesto que nada. Liza no se puede enterar de nada de eso, porque no ha existido. Cuando Liza despierte, pensará que Javier ha sido un sueño, una pesadilla. -- contestó Michaelle

-- Buenos días señora Quaterman.
-- Buenos días doctor.
-- He aprovechado mi día libre para venir a verla. Hace ya un mes que Liza obtuvo el alta y he venido para interesarme por ella. ¿Cómo se encuentra?
-- Estupendamente doctor. Se ha reintegrado a sus clases y está más despierta. Tiene apetito y creo que no se acuerda de nada de lo sucedido.
-- Ya. ¿Y la telepatía?
-- Creo que le ha desaparecido, al menos no parece que la tenga.
-- Eso mismo opino yo. Antes de venir a verla he pasado por el instituto y me he acercado a ella sin que se entere a menos de 20 metros y no ha contestado a mis llamadas mentales.
-- No sabe cuanto me alegro. ¿Qué pudo ser, doctor?
-- Mi colega, la doctora Bishop, y yo coincidimos en que ha sufrido un PET, proceso de paranoia esquizoide temporal, lo que le provocó una disfunción cerebral que le desarrolló la capacidad telepática. Ella misma quería salir de ese trance. Requería ayuda y por eso hablamos con su personalidad adquirida solicitándole ayuda para la personalidad real y funcionó. Al desaparecer esta personalidad desapareció su PET y con él su capacidad telepática.
-- No sabe usted, doctor, lo agradecidos que le estamos de ello.
-- ¿Entonces dice que no se acuerda de nada?
-- No, a veces he intentado sacar la conversación. Le he preguntado por Javier, o si conoce a algún español, o que tal va con su amigo, pero siempre me mira de forma extraña preguntándome si estoy loca.
-- Altamente satisfactorio. Sí. Bueno la dejo. Solo he venido a preguntar.
-- ¿Doctor, cree usted que debe ir al hospital a hacer algún tipo de revisión?
-- No, no es necesario. Entiendo que está perfectamente reestablecida.
-- Gracias otra vez, doctor.

-- Detrás de nosotros está el doctor Macius, Jhon Macius. Está intentando llamarme.
-- Ten cuidado, no te vuelvas. Seguro que es una trampa para que mires y de esa manera poder llevarte de nuevo al hospital.
-- No lo pensaba hacer. Ahora todo el mundo piensa que me he recuperado y que ni tan siquiera sé quien eres o si has existido en mi mente. Además, creen que me ha desaparecido la capacidad telepática. Lo que no saben es que no solo no ha desaparecido, sino que se ha acentuado. Ya no existen los límites de distancia. Solo los límites que yo impongo.
-- Bueno, olvidemos al doctor. Ya veras, cuando estemos en España te voy a enseñar todos los lugares bonitos que conozco.
-- Sí, pero deberíamos haber comprado dos billetes en vez de uno.
-- Ja ja ja ja, ahora eres tú la que me haces reir.
-- ¿Sabes? Yo solo quiero estar contigo. Te quiero mucho.
-- Yo también te quiero.