miércoles, 15 de julio de 2009

CARACOLA

CARACOLA
--Hola!!
La voz parecía salir de una caracola abandonada a la orilla del mar por su propietario.
Llegué a la playa de “Las Arenas” empujado por una sensación de hastío y de cansancio. La vida no había sido fácil, y el hecho de estar en esa playa tampoco satisfacía las necesidades de no-sé–qué, que se esforzaban en mantenerme a la expectativa de que llegara ese no-sé-qué.
La playa, un manto enorme de arena blanca que se extendía hasta los confines de la vista, estaba llena de murmullos, del mar que la lamía, de cantos de sirenas, de los “click click” del choque de las pinzas de los cangrejos.
Me acerqué curioso, tal vez sorprendido de oír esa voz dentro de la caracola. ¿O quizás la voz estaba dentro de mí?, y contesté al saludo
--“Hola”
No me contestó enseguida. Volví a pasear por la orilla de aquella inmensa planicie dejando que la blanca espuma formara pompas sobre mis pies descalzos.
El tiempo se había detenido. No existía.
La playa no estaba resultando ser la panacea contra mi sensación de ahogo. Solo me proporcionaba la sensación de un estado virtual dentro de un tiempo y de un espacio que no me pertenecían, que se me escapaban.
Solo, me adentré en su espacio, caminé sobre su arena, salpiqué sobre sus aguas, comí de los frutos de sus árboles, doré mi cuerpo con su sol, y tirité con el relente de sus noches. Y solo estaba cuando por segunda vez pasé por su lado y volví a oír su saludo.
--¡Hola!
No había duda. Lo que parecía ser un saludo era un saludo. De nuevo me encontré un tanto ridículo hablándole a una caracola:
--¿Hola?
Y tomé la caracola en mis manos, y la acerqué hasta mi oído, la olí, lamí su concha y, todo confundido, no encontré ninguna pista sobre el origen de ese saludo que me hizo sentir curiosidad.
¿A mí? ¿Me saludó realmente a mí, o es una caracola-despertador que funciona solo a determinadas horas y con un hola, y han coincidido mi paso y su requiebro por pura casualidad?
Miré hacia un lado y hacia otro. Nada. Solo sombras huidizas con formas extrañas, bultos de tiempo y de espacio. Voces, solo voces que despiertan la necesidad de un contacto que en su comienzo se esfuma. Palabras suelta, huecas, disconformes, alegres ahora, ahora tristes, necesitadas, a veces gritos de socorro, a veces deseos comprimidos. Miles de voces que se cruzan, y el viento que las transporta, las trae hasta mis oídos, las lleva a otros, y jamás se posan. Mueren en su propia palabra, y se pierden en el eterno juego que confiere la posibilidad del engaño.
Sí, allá al fondo, muy al fondo, se vislumbran torres de caracolas muertas en su encierro. Me acerco lentamente, disfrutando del tacto de la arena. Al cabo hay carteles que anuncian direcciones. “Jóvenes”, dice este, aquel otro “Más de treinta”, grupos de caracolas con mil voces y murmullos que surgen de sus fondos y se entremezclan.
Presto atención y las palabras me suenan huecas. Me alejo tan lentamente como vine, tan lentamente como triste. Paso de nuevo por delante de la caracola que me saludó.
--¡Hola, estoy aquí!
--¿Hola?,-- Respondo sin saber a quien, a qué, por qué. Tomo la caracola en mis manos de nuevo, acerco su boca a la mía y pregunto:
-- “¿Hola?, ¿Hay alguien?
-- Siiiiii…-- Y la voz me llega lejana con dejes de amargura.
-- Soy un sueño, una entelequia, soy la fuerza que me quedó.
-- ¿Qué quiere decir eso?
-- Soy el resto de mis sueños…
-- ¿Eres acaso una voz de tiempo?, ¿Un sonido perdido? ¿Acaso perteneces a mi onírico mundo? Hablas como el silencio, como la esponja amiga que asume su presencia y la desalada presencia de lo arcano…
-- No, soy persona.
-- No, las personas tienen rostro, y mirada, y sonrisa… No, no puedes ser persona, además, las personas no caben en una caracola. Si acaso, pueden caber sus sentimientos, los sentimientos no ocupan espacio aunque lo necesiten todo para cumplirse.
-- Ya, pero soy persona aunque vivo fuera del tiempo y del espacio, al menos fuera de tu tiempo y de tu espacio. Si estoy en esta caracola es porque soy curiosa.
-- Es raro lo que me dices. La curiosidad hace que busques en tu propio mundo, en tu propio espacio todas aquellas cosas que te enriquezcan. Yo creo que solo me metería en una caracola si necesitara algo que se me negara en mi mundo.
Y como si me hubiesen oído desde el cielo, y como regalo, y como aceptación de una realidad incontrovertible ¡PLOP! Me encontré dentro de una caracola justo al lado de mi caracola amiga. ¿O debía decir de la caracola habitada por un sueño? ¿O por el sueño del sueño en mi caracola escondido? ¿O por la nostalgia de la lejanía?… No sé. Pero lo que si sé es que de pronto entendí que los “click click” que oía antes no venían de los encuentros de las pinzas de los cangrejos. Entendí, supe, que venían de los esfuerzos de los habitantes de las caracolas por tener un contacto más real dentro de la virtualidad que les confería habitar en la playa. Que ese click click era un claro choque de rústicas conchas contra conchas rústicas en el deseo de contacto más allá del permitido en esa playa.
Y hablamos, Hablamos durante mucho tiempo, escondidos en nosotros mismos. Me habló de su niñez en un país lejano. Le hablé de mis ilusiones. Me habló de sus sueños de niña. Le hablé de mis cuentos. Me habló de sus estancias en tierras de otros. Le hablé de soledad. Me habló de cariño. Le hablé de amor…
-- ¿Qué es eso? -- Me preguntó mientras una lágrima me resbalaba por la mejilla.
Intenté explicárselo. Mezclé los adjetivos, confundí los fonemas, y al fin, solo pude decirle “Pues es lo que siento por ti”. Para después quedar mudo y confuso y sorprendido por la apabullante realidad del aserto. ¡Era eso! Después de mucho hablar y confidencias y exámenes y divertidas piruetas de lenguaje, todo se resumía a que había quedado enamorado del tiempo inexistente.
Me contestó con una frase que no recuerdo, pero que me trajo a la memoria un viejo poema de amor imposible, interrumpido, de aceptación sí, pero no de entrega.
Al tiempo, y formando ya parte del musical grupo de los click click en vano intento de más acercamiento, le pedí que asomara por un segundo su rostro al sol. Pero no quiso. Le rogué un fortuito encuentro en el éter. Pero no quiso. Mi necesidad me hizo decirle: Te escribiré un cuento, y en él sabrás lo que siento, lo que pienso, cuales son mis fines, que sensaciones me provocas. Ella muy contenta me impulsó en la idea y escribí el cuento, pero no tenía final. Busqué por toda mi concha un final que me valiese, lo busqué en mi círculo, salí a la playa en su búsqueda, nada hallé. Y lo supe. Pero lo supe después de releer el cuento. Lo supe cuando el fondo del cuento no era otro que mis propias ideas de alguien ideal, de ese alguien que posiblemente no exista. De un alguien que te hace soñar, sobre el que viertes todos tus deseos y anhelos, pero sin forma alguna.
Le volví a pedir que se asomara, que me dejara ver su rostro un instante. Lo justo para saber de ella, para darle forma a un cuento de idea. Solo el tiempo de plasmar su imagen en mi retina para que me acompañara en una nueva lectura. No quiso hacerlo. Ahora me veo arrastrando mi concha milímetro a milímetro apartándome de aquella caracola. De vez en cuando lanzo un nuevo grito “asómate” pero ella no quiere, solo contesta con evasivas de miedo, de imparcialidad, de orgullo, de tiempo, de fiebre.
Y yo sabiendo que podría ser lo más bonito de este mundo con que algún dios me hubiese mejorado, pero se quedó en un casi. Así, hoy, ya a varios milímetros de ella, escribo esto para dejarlo a la puerta de su caracola.
Espero que algún día se atreva a salir, aunque no sea yo quien la reclame, y la vea y la lea y sienta lo que yo sentía… en aquella vieja playa… de tiempo…. de espacio…

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