domingo, 5 de julio de 2009

ABISMO

“DE LA VACUIDAD ADOLESCENTE EN LA EDAD MADURA”


Aún recuerdo el día que llegué al abismo.
Aún recuerdo como me abatió, y en aquel saliente del abismo, con sonrisa, y romanticismo, y pasión vetada.
Aún recuerdo como resbaló en aquella seca roca con las lagrimas de la pubertad, y como con la pubertad, y en una vorágine de melancolía, y recuerdo, y creacionismo, cae en descenso vertiginoso hasta las lodosas aguas, y sucias, que en grumos oscuros, y grises, y sin color, admiten en su vacuidad todo aquello que se rinde a su lucha, todo aquello que se avejenta en la persistente vejación que se impone.
Aún recuerdo el surtidor de su pelo al viento en la roca seca.
Aún recuerdo sus tristes manos, su sonrisa triste, su entristecida mirada de lobezno, perdida, y sus manos de ansias llenas, y sus manos de nada, y vacías.
Aún recuerdo sus mientes llenos de futuro, y de proyectos, y de viajes, y de búsqueda de sol.
En el recuerdo, y en su caída, se aferra a un saliente de la roca.
Éramos muchos los que estabamos en la roca. Cada uno, y con su cuerda, hizo un fuerte nudo en la roca seca, en la triste roca, y se deslizó hasta el saliente.
Y allí estaba.
Ya la risa llanto.
Ya el surtidor, cascada.
Y grité, y oí como gritaban: “agárrate fuerte, subimos”.
Pero no lo hizo.
Dejó que el lastre anímico, que como amplexicualo atenaza su garganta, prendiera su peso en su peso, y amargura en su rictus, y tristeza en la mirada, abre su mano que firme pareciera en el saliente, y en una vorágine de melancolía, y recuerdo y creacionismo, cae en descenso vertiginoso hasta las lodosas aguas, y sucias, que en grumos oscuros, y grises, y sin color, admite en su vacuidad todo aquello que se rinde a su lucha.
Y en el saliente quedan parte de sus sueños, y de su alegría, y de su futuro.
Y todos en difícil ascenso volvimos a la roca seca.
Y allá abajo, y a esa distancia que solo el inconmensurable abismo de la ceguera provee, su mano prende un nuevo saliente, y volvimos a bajar, cabo atado a la roca seca.
Ya no éramos tantos, ya, los descolgados pragmáticos, desaparecen de la roca seca por la vereda de roca que lleva al principio, y le gritamos y le cantamos, y vimos su llanto seco, y húmedo, y su tristeza de adiós al futuro, y más al fondo, lapida de fango, y de grumo, y gris, y sin color, que paciente espera, y de rabia ruge por nuestros gritos.
Y era su última estación, y dejó resbalar su mano de sangre, y en una vorágine de melancolía, y recuerdo y creacionismo, cae en descenso vertiginoso hasta las lodosas aguas, y sucias, que en grumos oscuros, y grises, y sin color, admite en su vacuidad todo aquello que se rinde a su lucha.
Y en saliente queda su deseo, su compañía, sus amigos, y su fe en sí, y su amor.
Y volvimos a subir, tedioso ascenso que nunca acaba, y difícil, más lograble, a la roca seca.
Ya se convierten en motas de lejanía todos por la vereda de piedra que lleva al principio, y yo, recogiendo mi cuerda, y triste en mi trabajo, miro al abismo y presiento su frío de lodo, y su lágrima seca, y sin color, y su mano que pugna en lucha por mantener limpia de lodo su limpia y triste mirada.
Y cómo el canto de falsas sirenas falsas llama a sus oídos a horas suyas.
Y como a horas suyas le suplican ayudas indignas, y como en su maldita ignorancia, y en su estúpida racionalidad, y en su equivocado sentido del deber, y de la amistad, y de la fidelidad, y en su olvido de sí, y en su miedo, y en su soledad, y en su angustia, y fuerte deseo de abrazo compartido, se empuja hacia las primeras rocas, símbolo claro del comienzo de su salvación, y en ello, y levantando una en mano su esperanza, va hundiéndose lentamente en el lodo, y en el grumo, y sin color.
Y de nuevo bajo, aferrándome con mis llagas a la cuerda que ya solo resiste un último encuentro, y llego a su vida sufriendo envites de lodo en forma de marrones diversos, y de deseos frustrados, y de nuevo le tiendo mi lacerada mano, y le lleno la cabeza de mar, y de luz, y de color, y de nieve y de esperanza, y de futuro, y exorcizo su miedo, y su angustia, y su cada vez más mustia dignidad, y le digo que es el final, que no puedo bajar otra vez, que me duelen las manos, y el alma, y la vida, y su cuerpo, y su vida, y su alma, y sus manos.
La droga es dura, pero se puede salir de ella.
Cuando toda tu vida se derrumba en un instante, cuando en el camino caes y pierdes todo, y sin una lagrima, y con una sonrisa, te levantas y vuelves a andar, entonces te puedes considerar persona.
Y este es mi último grito:
¡¡¡SUBE!!!
Seca las lagrimas que te hicieron resbalar.
Ya el sol, y la luz, y el color, han barrido la vereda de piedra que te lleva al principio.

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