jueves, 23 de julio de 2009

ESQUIZOFRENIA

CONTRA NATURA

El ruido era ensordecedor.
Los motores de los 16 coches que estaban en la parrilla de salida rugían como verdaderos diablos, preparándose para la carrera que comenzaba. Era la última carrera del campeonato mundial de formula uno.
Javier Corrales estaba posicionado en la primera fila de la parrilla de salida. No en vano iba el primero en la clasificación general, aunque dependía de esta carrera alzarse con el campeonato mundial. Su primer campeonato en caso de que ganara.
Los altavoces no paraban de bombardear a los espectadores con clasificaciones, números, especificaciones de los coches...
La bandera a cuadros bajó en la línea de salida y el rugido de los potentes motores invadió todo el recinto. La tribuna rugió no menos que los motores. Los espectadores levantados y con las bocas abiertas y brazos en alto, y su grito confundiéndose con el grito de los coches.
Había comenzado la carrera del año. La más esperada. Se preveía un duelo entre Javier Corrales y Stephen Thompson que prometía emociones más allá de las que acostumbraban estos finales en que siempre había un favorito. Los dos podían alzarse con el campeonato del mundo.
“Faltan ocho vueltas” bramó el altavoz cuando Stephen iba primero, y a milésimas de segundo, casi al rebufo de su coche, Javier.
Javier ya sabía que faltaban ocho vueltas aún para el final de la carrera, pero a pesar de ello intentó un adelantamiento en la Curva del Arco, que en vez de posicionarlo en cabeza, lo retrasó casi un segundo.
La curva era buena, lo sabía, pero la velocidad que había de adquirir para realizar la proeza le hacía perder, casi, el control del vehículo, que encabritado se desplazaba en derrape hacia la derecha. Le costó acercarse de nuevo a Stephen cuatro vueltas al circuito.
“Faltan cuatro vueltas”.
Es ahora cuando Javier Corrales debería intentar la primera posición, porque si no, Stefhen Thompson se alzaría con el prestigioso campeonato mundial...
Bramaban los altavoces. El público ya descontrolado rugía por el magnifico espectáculo que estaba presenciando. No esperaban menos de lo que estaban viendo, que no difería mucho de lo que ya se anunciaba semanas atrás en los periódicos de todo el mundo.
Cuando Javier vio el cartel de “4” que un técnico de su equipo enarbolaba a la altura de boxes, decidió atacar de nuevo en la Curva del Arco. Se pegó literalmente al culo del coche de su rival y al llegar a la curva dio un volantazo rápido y aceleró a toda potencia de los motores. El coche comenzó a derrapar más que la vez anterior y fue a estrellarse contra las vallas de seguridad. Dio cinco vueltas de campana en el aire y volvió a caer contra el suelo donde explotó y las llamas lo envolvieron. No se hicieron de esperar los servicios del circuito, que efectivamente llegaron hasta el lugar del suceso y apagando las llamas sacaron a Javier de entre aquellos hierros retorcidos que solo unos segundos antes era el orgullo de la marca competidora. Una ambulancia lo llevó al helipuerto situado a la salida del recinto, donde un helicóptero lo transportó hasta el Hospital.
El parte médico que se pudo leer en todos los periódicos hablaba de coma profundo con muy pocas posibilidades de recuperación.
Así quedó Javier solo en el hospital a pesar de amigos, familiares y personal hospitalario. Solo con sus pensamientos, sus recuerdos. Ya no importaba nada la carrera, ni esta última ni ninguna. Los recuerdos iban más lejos en el tiempo. Había recuerdos a la mano de su hermana mayor. Él con 2 años y ganas de orinar. Era plácido. ¿Dónde estaba?. Estaba absolutamente consciente, pero ¿Dentro de un sueño?.
No recordaba nada del accidente pero sí una sensación de placidez.
En un momento determinado comenzó a oír lo que pasaba a su alrededor.
Oía a los médicos hablar con los familiares, a estos con los amigos, a todos. Incluso reconocía voces: Este es Antonio, este otro es Papá, aquella es Marina. ¡Marina!. Intentó levantarse, hablar, tranquilizar a su intima amiga Marina de que él estaba bien, que pronto estarían juntos de nuevo.
--“Están hablando de mí. Dice el médico que no voy a recuperarme nunca. Esto se lo dice a sus colegas cuando están solos. Cuando hay algún familiar dice que existe alguna posibilidad. Piensa el médico que sería preferible desconectar la respiración asistida para que muera en paz. ¡Pero si estoy en paz!. ¡No vayan a matarme!. El médico ha hablado con mis padres y les ha explicado que efectivamente lo mejor para mí es desconectarme. Que he perdido masa cerebral y que prácticamente doy plano en los encefalogramas. Mi padre ha dicho que lo pensarían, pero mi madre le ha contradicho. Que de ning­una manera, que a su hijo nadie lo va a matar mientras ella viva”.
--“He oído hablar a mi padre con el médico. Esta convenciendo a mi madre para desconectarme. Espero que no lo consiga”.
--“He tenido un sueño ¿o no?. Es que no distingo entre la vigilia y el sueño. Creo que en mi estado no duermo. Siempre vigilo”.

--“Ha ocurrido un extraño fenómeno. Es como si alguien palpara mi mente. Posiblemente estén haciendo algún experimento ahí fuera para ver hasta que grado estoy ya muerto. Es como si me hicieran cosquillas en la mente”.
--¡¡¡¡”Síííí, estoy vivooooo! --grito desesperadamente para hacerles ver a los que intentan entrar en mi mente que efectivamente pienso y estoy consciente”.
-- ¿Quién es? -- me dice una voz dentro de mí.
-- Soy yo Javier, Javier Corrales, aún sigo vivo, no me desprendáis de la máquina de respiración asistida.
-- ¿Qué es una máquina de respiración asistida?
-- ¿No eres tú un médico intentando entrar en mi pensamiento?
-- No, eres tú el que se está introduciendo en el mío. ¿qué quieres?
-- Que les digas a los médicos que estoy bien, que pienso. ¿Quién eres tú? ¿Estás a los pies de mi cama? ¿Estoy en una cama o me habéis llevado a algún otro lugar donde podáis hablar conmigo?
-- Me llamo Liza. No tengo ni idea de lo que me estas hablando. ¿Dónde estas?
-- Estoy en el hospital, pero no sé dónde.
-- ¿Pero estas... en qué estado estas?
-- Al parecer mi estado es bastante lamentable. Ya ves que me quieren desconectar.
-- No me refiero a tu estado físico, yo soy del estado de Nueva York. ¿Y tú?
-- Debo estar en Madrid, España. ¿Qué haces aquí? ¿Estáis aplicando algún nuevo avance científico para entrar en mi mente?
-- ¿Qué dices?. ¡Nunca he contactado con nadie que esté a más de 20 metros de donde me hallo
-- ¿Cómo que nunca contactas con nadie...
-- Pues veras, es que tengo una facultad extraña que me posibilita el contacto con otras mentes. Pero siempre ha sido con mentes cercanas.
-- ¿Eres telépata?
-- Si, pero nadie lo sabe. Me da miedo que piensen que soy extraña
-- ¡Que va! A mí me parece muy bien.
-- ¿Cómo es que estas en España?
-- Porque soy español. Sé que estoy en un hospital porque he oído hablar a la gente a mí alrededor y me he enterado de todo. Ellos piensan que estoy inconsciente.
-- ¿No puedes hablar con ellos?
-- No. Pero cuando cuentan cosas me entero perfectamente. El sentido del oído no debo haberlo perdido. Me he enterado de que he tenido un accidente. Mi profesión es la de piloto de formula uno. Estaba conduciendo en la última prueba del campeonato del mundo cuando al parecer tuve un accidente. Bueno el caso es que estaba perdido y de pronto has aparecido.
-- ¿Qué puedo hacer por ti?
-- No se, pero algo se nos ocurrirá. ¿Qué puedo hacer yo por ti?
Ambos rieron mentalmente de la propuesta que hizo Javier.

-- ¿Cómo has tardado tanto en aparecer?
-- Mi familia piensa que estoy loca, o algo parecido. Me llevarán a hacerme unas pruebas en un hospital mental.
-- ¿Cómo es que siendo yo español y tu americana nos podemos entender?. Yo nunca he hablado más de dos palabras de ingles.
-- Yo tampoco hablo español. Ni tan siquiera las dos palabras que dices.
-- ¿Será por lo de la telepatía?
-- No sé, hace muy poco que se me ha despertado esta facultad y además no he hablado con nadie de esto ni a través de la telepatía. Es la primera vez
-- ¿Cómo me encontraste? A mí lo que me pasó es que de pronto algo me hacia cosquillas por dentro y ahí estabas tú.
-- A mí me paso lo mismo. Yo siempre he podido captar las mentes de los demás pero nunca he contactado con nadie como contigo. ¿Tú tenías esa facultad antes de?... Bueno... Tú me entiendes.
-- Si te entiendo. Te refieres antes de entrar en coma, pues no. Nunca he tenido esa sensación. Es más nunca he creído que hubiera alguien con esas facultades.
-- A mí me están matando. Me siento mal por tenerlas. Además me siento rara y me creo que todo el mundo se da cuenta de que me entero de lo que piensa. Así que, no se como, pero lo he logrado, puedo ponerme un escudo protector contra la intromisión de ideas de la gente que me rodea. Solo lo vencen los pensamientos demasiado fuertes. Contra ellos no tengo defensa.
-- ¿Acaso ha sido fuerte el mío?. No contestes, me da igual. De cualquier manera me alegro de que haya ocurrido. Aunque... a veces me parece que es solo una ilusión mía. Que no existes y que te invento para no volverme loco.
-- A mí me pasa lo mismo. Estoy absolutamente aturdida. Desconozco todo esto. Además me da miedo.
-- Pues yo no te voy a hacer nada. Aunque quisiera no podría. Estoy en coma, recuerda.
-- No seas tonto, no me refiero a eso, lo sabes.
-- Ya lo sé. He intentado hacerte una broma.

-- ¡Ya sé donde estoy!. En el hospital “La Paz” de Madrid. Lo que pasa es que no sé que habitación.
-- ¿Puedo hacer algo?. Oye, me gustaría ir a verte, pero ya sabes que vivo en Estados Unidos. No tengo dinero y además se supone que estoy loca.
-- Ya.
-- No te enfades, es verdad que no puedo.
-- Sí. Lo sé. Pero si pudieras... Más que nada para que les dijeras a mis padres que estoy vivo. O al menos eso creo. Que no me desenchufen de la maquina de respiración artificial.
-- No se como hacerlo
-- Pues yo tampoco. Lo único que espero es que mi madre siga firme a lo que dijo en la habitación y que no deje que me desenchufen. Así al menos te tendría a ti para hablar. Pero si me desenchufan... adiós a todo. Bueno... adiós a ti que eres lo único que tengo.
-- Anda ya. Seguro que tienes miles de cosas más.
-- Si pero son recuerdos. Nada actual. Tú eres mi única actualidad. Mi única referencia de tiempo.
-- Bueno pensaremos algo. Debo descansar. Nuestra comunicación se me hace agotadora. Debe ser por la distancia. Mañana hablaremos.
-- ¿Hablaremos?
-- Bueno. Lo más parecido a hablar. De cualquier forma, creo que he hablado contigo más que con cualquier persona conocida. Eres la única persona a la que he sido capaz de contarle lo de la telepatía.
-- Porque no tenias más remedio. Porque es así como hemos entrado en contacto.
-- Sí pero a pesar de ello.
-- Lo sé. No te preocupes, princesa, que te guardare el secreto.
-- Jajaja, me haces reír. Eso es malo. No estoy acostumbrada. En mi familia dicen que cuando un chico te hace reír es la primera señal de que te estas enamorando.
-- ¿Qué edad tienes?
-- Diecisiete, ¿tú?
-- Veinticinco.
-- ¡Que viejo!
-- Bueno, pero no soy demasiado feo. O al menos no lo era antes del accidente. Es que como no sé si me duele algo, no sé como ha quedado mi cuerpo.
-- Seguro que bien, no te preocupes.

-- ¡Javier???
-- Sí, estoy aquí
-- Se me ha ocurrido algo para ayudarte
-- ¿Qué?
-- Puedo llamar por teléfono a tu madre, o al hospital y hablar con ella para explicarle lo que pasa.
-- ¡Fantástico!
-- Sí, pero ¿cómo le hago entender que no soy un fraude?
-- No sé... ¡SÍ! Ya lo tengo. Te contaré cosas que solo ella sabe.
-- Me parece muy bien, espera que coja un boli y un bloc. Ya puedes.
-- No, se me ocurre otra cosa mejor. Cuando era pequeño, mi madre me enseño un alfabeto que solo ella y yo conocemos. Apúntatelo y lo que vayas a escribirle lo haces en este alfabeto. De esa manera ella lo entenderá enseguida.
-- Bien ¿cómo es?
-- Escribe el alfabeto desde la a hasta la z sin incluir la w porque aquí la usamos poco, por no decir nada, y numera las letras de 3 en 3, o sea, la a sería 1 la b 4, la c 7. Así hasta la z que sería el nº 76. después multiplica cada uno por 123 y divídelo por 321. De esa manera obtendrás un número para cada letra. De este número obtenido utiliza el segundo y tercer decimal. Mi nombre, de esa manera, sería ¾ se queda pensando un momento ¾ 29,83,73,79,81,75. Así es como me enseñó a multiplicar y a dividir.
-- ¿No hay repeticiones de letras y números?
-- Sí, se dan en la k y la i, pero en la escritura son fácilmente diferenciables. De cualquier manera, no debe haber problemas. Cuando contactes con ella le dices que le quieres mandar una carta que te he dictado y lo que harás será mandarle una serie de números que serán los que te salgan de aplicar esa ecuación.
-- De acuerdo. Esta tarde, cuando se vaya mi madre llamo por teléfono. Espero que en información me den el número.
-- Si quieres te doy el de mi casa.
-- ¿Cómo podré hablar con tu madre si yo no sé hablar español?
-- Porque mi madre es filóloga. Estudió, aunque no lo ejerce, filología inglesa. Seguro que de algo se acuerda. Procura hablar despacio. Si no la consigues localizar allí, busca el teléfono del hospital y pregunta por mi habitación.
-- ¿Cuál es?
-- No lo sé. Es posible que la hayan dicho, pero no me acuerdo, o no he prestado atención. Pero puedes preguntar por la habitación de Javier Corrales.
-- Bueno, ¿qué le digo a tu madre?
-- Dile, textualmente, “mamá, estoy en contacto telepático con esta chica que te escribe. Sé que estoy en coma, pero estoy vivo. Sé que te han pedido que me desconectes de la máquina de respiración asistida, pero no lo hagas, porque soy muy feliz tal como estoy. Lo que viva he vivido. Tengo una amiga que me gusta mucho que es la que te escribe. Es americana y no habla bien español, pero no te preocupes. Yo hablo mucho con ella. Como señal te diré que cuando tenía yo cinco años me contaste, porque pensabas que no me enteraba de nada, que papá te había puesto los cuernos con la madre de Lucía, sí, la que vivía justo enfrente de nosotros. Y que lo pasaste muy mal, pero que lo perdonaste y que nunca más lo volvió a hacer. Mamá, no dejes que me desconecten”.
-- Bien, así lo haré.

-- ¿Javier?
-- Si, dime, estoy aquí.
-- He llamado a tu madre.
-- ¿Y qué?
-- No la he localizado. Ese teléfono no existe.
-- ¡¿Cómo puede ser?!. ¿No te habrás equivocado? ¿Has probado con el hospital?
-- No, no me he equivocado. Sí he llamado al hospital.
-- ¿Y qué?
-- Me han dicho una cosa muy extraña.
-- ¿Qué?
-- Que no estas allí. Que te desconectaron hace mucho tiempo.
-- ¿Qué?. No es posible. Estoy hablando contigo.
-- Sí, pero eso no es lo peor. Lo peor es que te desconectaron en el año 2.002
-- No puede ser. El accidente lo tuve en 1.999
-- Eso es lo que me temía. Javier. No sé que pasa, pero he de decirte algo más extraño aún.
-- ¿Qué?
-- Que estamos en el año 2.023.
-- Estas de broma. No puede ser. Estaría muerto hace tiempo. Mucho tiempo.
-- Pues así debe ser.
-- Te repito que no puede ser, porque esta mañana han estado aquí mis padres.
-- ¿Es verdad lo del año 1.999?. ¿Lo del accidente?
-- Sí, claro. Seguro que ha tenido que salir en los periódicos de tu país. Ha sido en la final del campeonato del mundo. ¡DOS AÑOS! Hace ya dos años... Increíble. Creía que fue ayer mismo.
-- ¿Sabes? Voy a ir a mirar los periódicos atrasados y ya te cuento.
-- Bien. ¿Por qué no puedes hablar conmigo si no es desde tu habitación?
-- Porque cuando salgo me protejo para que no me entre nadie. Es malo lo que me pasa. Además, no sabes los malabarismos que debo hacer para que el psiquiatra no me interne por loca.
-- Bueno. Pues cuando llegues a casa me cuentas.

-- ¿Javier?
-- Sí
-- Ya me he informado. He estado en la hemeroteca de mi ciudad y he revisado por nombres. He buscado tu nombre y sí. Es cierto que tuviste un accidente en el circuito del Jarama.
-- Ya te decía yo que era cierto.
-- Sí, pero lo tuviste en 1.999
-- ¡Ya te lo dije!
-- Sí, pero no es menos cierto que estamos en el año 2.023
-- ¿Es cierto eso que me dices?
-- Sí.
-- ¡Dios!. ¿Qué me pasa?
-- No sé. ¿Te has quedado atrapado entre dos mundos?
-- ¡Qué va!. Para mí que fue ayer cuando tuve el accidente.
-- Pues en el hospital me dijeron que no sabían nada de ti. Tuvieron que mirar los ingresos de los últimos 25 años que es lo que podían mirar en el ordenador. De esta investigación es de donde sacaron que te desconectaron hace tiempo. Así que busqué en Internet y sí, venían algunas referencias. Pero como no las podía creer, es por eso que me fui a la hemeroteca.
-- ¡Dios!. ¿Qué puedo hacer ahora?
-- Pienso que... pero no.
-- ¿Qué?
-- No, no me atrevo ni a pensarlo
-- ¡Dime?
-- Javier. Ya no sé vivir sin tu presencia en mi cabeza. Me he acostumbrado a ti. No sé si esto es amor porque nunca he estado enamorada. Pero... Si existiera la posibilidad de que te vinieras a vivir conmigo...
-- ¿Cómo?
-- No lo sé. Imagino que debe haber alguna posibilidad de compartir mi cuerpo. Vente a mi mente. De todas formas te pasas la mayor parte del tiempo en ella, así que no habría mucha diferencia.. Sería como compartir piso.
-- No sé... ¿crees que saldría bien? Digo en caso de que fuera posible.
-- Sí. Además no sería peor que esos casos que conozco de doble personalidad. Tú estarías conmigo porque yo así lo quiero. No me serías impuesto.
-- Sí, pero debería estar relegado toda mi... tu vida a esconderme.
-- No sé... podrías asomarte al exterior de vez en cuando, cuando nadie nos vea.
-- Te tomarían por loca. Cuando estaba vivo, en 1.999, tenía una amiga con doble personalidad y no creas, no era muy agradable hablar con ella.
-- ¿Le preguntaste acaso, alguna vez a que era debida su doble personalidad?. Te lo pregunto porque al parecer mis padres piensan que yo la tengo. Y solo porque al principio me pillaron hablando contigo en voz alta.
-- Pues no, la verdad es que nunca se me ocurrió preguntarle.
-- ¿Es posible que estuviera con alguien como tú?
-- Pues... no sé. La verdad es que si me llega a decir que está con alguien como yo, el primero que llama a los loqueros soy yo. Pero ahora...
-- Claro. A mí me pasa lo mismo. Jamás habría pensado caer en esta... en este... no se como calificarlo. A veces pienso que no existes y que realmente estoy loca.
-- Pero no estas loca. Tú sabes que existo. O al menos he existido.
-- Sí, pero a lo mejor lo he leído en alguna parte y me estoy haciendo una ilusión vana. O mi mente me está jugando una pasada de loca.
-- No! Espera... debe haber alguna señal que te haga creer en mí.
-- No, si yo creo en ti. Es una forma de creer en mí.
-- Sí, pero algo más real, más tangible.
-- ¿Cómo qué?
-- Pues no sé... espera...
-- ¡Ya está!, tengo la solución
-- ¿Cuál es?
-- Existe algo que jamás en mi vida he dicho a nadie. Ni a mis padres ni a la interesada, y después a nadie por vergüenza, o por lo que sea. Cuando tenía 10 años más o menos, en el verano de 1.984 estuve con mis padres veraneando en Almería, en un pueblo que no me acuerdo como se llama, puede ser Agua Amarga. Allí me enamoré por primera vez de una chica de 22 años. Era mi sueño. Recuerdo un árbol grande que había en un descampado a la izquierda de la carretera que lleva al pueblo. En ese árbol escribí su nombre. Se llamaba Adelaida. Y la fecha 1.984, o verano de 1.984 y firmaba Don Javier para aparentar más edad. La edad que necesitaba para acercarme a ella. . seguro que si existe aún el árbol estará allí mi nota.
-- ¿Pero como lo hago para ver si es cierto, si no sueño, si no estoy loca?
-- No sé, podrías llamar al ayuntamiento y preguntar.
-- Bueno. Daré por buena tu nota.
-- Bien.
-- Oye. Llega mi madre. Me tengo que ir.
-- ¡Espera!. ¿Por qué siempre me hablas de tu madre? ¿Y tu padre?
-- Hace ya un par de semanas que lo llamaron con urgencia. Por lo visto ha pasado algo en su campo de trabajo que requiere sus servicios
-- ¿Qué campo es?
-- Él es físico quántico y además astrónomo. No me ha dicho nada, pero he leído su mente. Al parecer se han detectado ciertas señales en distintos telescopios que necesitan investigación. Creo que los que lo han llamado pertenecen a SETI.
-- ¡Ah, conozco esas siglas. ¿Tu padre tiene algo que ver con las señales de inteligencias de otros mundos?
-- No sé, pero lo requieren para muchas cosas de ese estilo. Bueno, adiós, me voy a cenar con mi madre.
-- Adiós.

-- ¿Javier?
-- Sí, estoy aquí. Dime.
-- Lo he pensado mucho. Quiero que te vengas conmigo. De cualquier manera, no tienes nada que hacer allí. Lo único es que me da un poco de miedo que estés muerto.
-- Pero no es verdad. Yo me siento auténticamente vivo. Bueno, vivo de mente. La verdad es que el cuerpo no lo he sentido desde que tuve el accidente.
-- Ya lo sé. Por eso te digo que, si quieres, te puedes venir conmigo
-- Bueno, vamos a probar. Así me enseñas tu ciudad y los cambios que ha habido desde que...
-- Dilo, es necesario que lo digas, que aceptes esto como es. Si no lo haces es posible que nos volvamos locos los dos.
-- ...¿Me morí? Jamás pensé que se podría utilizar este tiempo verbal en este verbo.
-- Ja ja ja. Otra vez me haces reír.
-- Dime una cosa: ¿qué estamos estudiando?
-- Ja ja ja. “Estamos” en el último curso del instituto. El año que viene empezamos la universidad. Ya decidiremos que estudiamos. Es posible que tú sepas de algo que nos venga bien.
-- ¿Decidido, entonces?
-- Decidido. Cuando quieras.

-- Doctor Macius, ¿Cuánto tiempo debe quedarse en observación?
-- No le puedo decir exactamente. Creo que Liza, sufre un proceso de esquizofrenia y se le deben hacer unas pruebas y pienso que lo mejor para ella es que se quede una temporada con nosotros para estudiar su comportamiento y comprobar sus reacciones al tratamiento.
-- ¡Dios mío... sola... ¿qué va a ser de nosotros...?
-- No llore, eso no ayudará en nada. Le garantizo que estará perfectamente cuidada. Además ya ha visto al entrar el precioso bosque que nos rodea. Allí pasará la mayor parte del tiempo vigilada por alguien.
-- ¿Podremos venir a verla?
-- Siempre que quieran, y siempre que a ella no le produzca distorsión alguna.
-- Cuídela mucho, doctor.
Con estas palabras, la madre de Liza, la dejó en manos de los especialistas del Hospital Mental.

-- ¿Doctor Macius?
-- Sí, ¿Con quien hablo?
-- Soy Marc, del servicio de vigilantes voluntarios.
-- Ah, hola Marc. ¿Qué quieres?
-- Estoy en el sector del lago vigilando a Liza. Está sola sentada en un banco riéndose ella sola. Me he acercado para ver si necesitaba algo y se ha puesto a hablarme en español sin parar de reirse.
-- hummm... Voy para allá.

-- Hola Liza.
-- Buenos días doctor.
-- ¿Cómo te encuentras hoy?
-- Nos encontramos perfectamente, ja ja ja...
-- Liza, no entiendo bien el español. ¿Qué has querido decir?
-- Que hace un día espléndido, que me siento muy feliz y que comparto todo esto con Javier. Quiero decir, conmigo misma.
-- Hace ya un par de meses que estas aquí, Liza. Creo que me conoces lo suficiente para saber como soy. Quisiera hablar contigo sobre ti y todo lo que te rodea. Si estuvieras de acuerdo...
-- “Javier, ¿crees que el doctor está preparado para que le contemos la verdad?”
-- “Creo que sí. No se ve mala gente. Pienso que lo entenderá todo”
-- “Ya sabes que somos uno solo, a mí, personalmente me gustaría contarle, pero debemos estar de acuerdo”
-- “Creo que no sería malo. Al menos tendríamos a alguien con quien hablar a parte de nosotros. Además se ve que es comprensivo, inteligente y que es un buen doctor. Adelante pues.”
-- Doctor, creo que le debo una explicación. A mis padres no se lo he contado porque no lo entenderían. A mi madre, porque es de Illinois, y ya sabe... y a mi padre, porque nunca está en casa. Apenas lo conozco.
Liza le hizo al doctor un resumen de todas sus vivencias desde que comenzó a desarrollársele la telepatía, hasta que encontró a Javier y hasta el día actual.
-- “Muy bien Liza, hemos estado perfectos”
-- Ja ja ja
-- ¿De que te ries, Liza?
-- Es Javier, me está haciendo reír.
-- ¿Puedo hablar con él?
-- Claro que sí, doctor. Yo le traduciré.
-- Hola, Javier.
-- Buenos días, doctor.
-- Podéis vivir ahí dentro los dos sin problemas?
-- Claro que sí, doctor. Creo que nunca estuve tan bien como ahora.
El doctor Macius se marchó preocupado y pensando que la estaban perdiendo. Solo le quedaba un as en la manga. La Doctora Michaelle Bishop. La más eminente psiquiatra que pudiera existir

-- Hola John, he venido en cuanto me has llamado.
-- Hola Michaelle. ¿Has tenido buen viaje?
-- Sí. ¿Por qué nos reunimos en el hotel en vez de en el hospital?
-- Creo que tenemos un problema que no se puede tratar en el hospital.
-- ¿Qué tipo de problema?
-- Tenemos una paciente llamada Liza. Es telépata. Me lo ha demostrado, y es cierto. No se puede estar a menos de veinte metros de ella sin que nuestras ondas le lleguen. Por eso te he emplazado en este hotel. Aquí estamos a salvo de sus percepciones.
-- ¿Realmente es telépata?
-- Sí, efectivamente lo es. Pero eso no es todo. Sus facultades la han trastornado hasta el extremo de que cree firmemente que ha invitado a vivir en su mente a otra persona. Un español que tuvo un accidente de coche y ha muerto.
-- Eso es imposible.
-- Igualmente pienso yo, pero el hecho es que así lo piensa ella. Entró en contacto con él, que está en España. Mejor dicho, estaba. Tuvo un accidente en 1.999 y pasó a un hospital con respiración asistida hasta 2.002, fecha en que fue desconectado y enterrado en Madrid.
-- Entonces... ¿Cómo es posible que haya entrado en contacto con ella? ¿No dijiste que para ella es imposible recibir nada que esté a más de 20 metros? No creo en la veracidad de esos hechos. ¿No es cierto que cumple todos los requisitos para ser tildada de esquizofrénica?
Macius le hizo a la doctora Bishop un resumen de lo que le había contado Liza.
-- No he podido confirmar todos los datos de ese tal Javier. Es cierto que existió y que tuvo ese accidente, y que estuvo en ese hospital. Lo que no hemos podido confirmar es lo del alfabeto utilizado con su madre, porque ella murió hace algunos años, ni la historia del árbol y el nombre grabado en el mismo porque no existe ese árbol. Hace tiempo que toda esa zona está masificada de viviendas.
-- De alguna manera habrá leído la historia en alguna parte...
-- Puede.
-- ¿Y dices que ella se encuentra feliz?
-- Sí, pero me temo que es la clase de felicidad que deviene del estado en que se encuentra.
-- ¿Razona bien?
-- Sí, perfectamente.
-- ¿Había estudiado español ella?
-- No. Además, he de decirte que su español es perfecto.
-- ¿Puedo verla y hablar con ella?
-- Creo que sería peor. Sabría inmediatamente que habíamos hablado de ella en este sentido. Yo he podido zafarme, creo, de su mente gracias a la aplicación de diversas técnicas. No creas que me está resultando fácil.
-- Bien, creo que lo que habría que hacer es nada.
-- ¿Cómo que nada?
-- Sí, nada de recursos convencionales. Ella, por lo que me dices, está enamorada de esa idea, de ese Javier. No puedes hacer nada contra él. No hay nada sobre esa invitación al amigo. Sabes que la mente aún a pesar de los adelantos habidos en neurología y en psiquiatría, es un campo prácticamente inexplorado. El hecho de que se le haya desarrollado la facultad de expresarse en español deviene, seguro, de algún tipo de herencia genética. Algún antepasado español. Pienso que la única posibilidad de recuperarla es anular su mente ligada a su propia vida con la ingesta de algún psicotrópico y hablarle a su otro yo, a ese recientemente adquirido. En su doble personalidad, seguro que detectaremos algo de amor hacia su otro yo. Es a ese amor al que debemos acudir y explicarle que debe desaparecer.
-- ¿Crees que daría resultado?
-- Se han hecho algunas cosas parecidas en Suiza. El doctor Jean Francois Jarret estuvo trabajando en este sentido en 2.018 o 2.019. pero no obtuvo los resultados esperados. El paciente entró en un estado catatónico del que nunca ha salido.
-- ¿Y crees que lo que ha sido malo para otro paciente para este será bueno?. ¿En qué te basas?
-- En que la teoría es buena. Es la aplicación la que puede haber fallado. Al doctor Jarret no le dejaron seguir la experimentación, aunque yo soy de las que piensan que puede ser, “es”, efectiva.
-- Bien, en caso de estar de acuerdo con tus teorías, ¿estarías dispuesta a compartir conmigo el experimento?
-- Por supuesto que sí. Para eso he venido. Pero estaré en el hotel hasta que la mediques convenientemente para inhibir su volitividad. De esta manera solo estaremos con su otro yo. Con su yo adquirido.
-- Pero... tenemos un problema. Su yo adquirido es español. Deberemos contar con un traductor.
-- Olvídate. Soy mitad chicana, ¿recuerdas?.

-- ¿Michaelle?
-- Sí.
-- Ya puedes venir. La paciente está dormida.
-- Voy enseguida.

-- ¿Está sedada?
-- Sí.
-- ¿Has comprobado si su otro yo está despierto?
-- Está con nosotros.
-- ¿Doctor? No puedo ver nada. Solo les oigo. ¿Qué está pasando? No entiendo nada de lo que dicen. ¿Pueden hablar en español?
-- Hemos anulado la volitividad de Liza. Ahora estas tú solo ahí dentro.
-- ¿Quién es usted?
-- Soy la doctora Michaelle Bishop, una colaboradora del doctor Macius. No debe temer nada. Hemos dormido a Liza para poder hablar contigo sin dañarla a ella.
-- ¿Qué quieren de mí?
-- Solo queremos hablar contigo. ¿Es cierto que eres un piloto de coches español?
-- Sí, lo era. Al menos eso me ha explicado Liza. Que me desconectaron de la máquina que me mantenía vivo.
-- ¿Cómo podemos saber que eso es así, y no eres una suplantación de personalidad de Liza?
-- Mire doctora, yo no entiendo nada de lo que me pasa. Tampoco entiendo como puedo estar aquí. Lo único que sé es que estaba tan tranquilo en el hospital y ella apareció en mi mente. O yo en la suya. No puedo decir como fue. Lo cierto es que me encuentro en un estado muy raro. Puedo ver a través de sus ojos y en definitiva sentir a través de sus sentidos. Lo que a ella le hace daño a mí también.
-- ¿Qué tal te cae Liza?
-- Muy bien. La pregunta me parece una tontería. Si no fuera así me hubiera ido de ella. No sé a donde, pero lo hubiese hecho. Estoy en ella y con ella porque es una persona sensible y además muy bella.
-- ¿Sabes que a ella esto le está afectando de manera muy negativa? Sus padres y todos los que la rodean piensan que está loca. ¿Tú que piensas?
-- ¡Que no está loca, ni mucho menos!
-- Entonces... ¿la quieres?
-- Creo que sí. Que estoy enamorado de ella. Es una sensación rara la que tengo. Es como si estuviera enamorado de mí. Nunca estuve más cerca de mí que lo estoy ahora.
-- ¿Por cuánto tiempo piensas que puedes quedarte con ella?
-- No lo sé. Nunca lo había pensado.
-- ¿Sabes que estando ahí dentro, ella no podrá hacer una vida normal?. ¿Sabes la edad que tiene Liza?
-- Claro que lo sé. Tiene 17 años y el mes que viene cumplirá 18.
-- ¿Crees que a los 17 años se merece quedar anulada para el resto de la vida?
-- No está anulada. Me ha dicho que jamás ha hablado con alguien tanto como conmigo en este tiempo. Que está feliz de que yo esté con ella.
-- Sí, pero... ¿Hasta cuando?. ¿Qué será de ella dentro de unos años?. ¿Sabías que era una buena estudiante y que ahora ha tenido que abandonar los estudios?
-- ¿Por mi culpa?
-- No, no es por tu culpa, pero ciertamente influye. Y lo sabes. Al menos deberías saberlo si eres tan legal como me pareces. Si realmente la quieres, deberías olvidarla. Dejar que ella viva su vida.
-- No lo había visto nunca desde ese prisma.
-- Pues pienso que no hay otro desde donde verlo. Pero solo depende de ti. Solo tú puedes hacer que ella vuelva a ser quien era.
-- ¿Me dejas pensarlo un tiempo? ¿Que lo comente con ella?
-- No podrás hacerlo. Si no desapareces de ella ahora mismo, cuando se despierte estarás con ella, serás ella y no podrás hacerlo nunca más. Debe ser ahora o nunca.
-- No sabes lo duro que es para mí hacer lo que me estas pidiendo. Bien. Desapareceré. Solo quiero que me prometas una cosa.
-- ¿Qué?
-- Que cuando esté bien. Recuperada. Le digas lo mucho que la quiero. Que efectivamente estoy enamorado de ella. Que le agradezco por haberme hecho vivir este tiempo. Que la espero allá donde vaya.
-- Prometido. Ahora os dejaremos solos. Ella despertará dentro de 5 horas. Vuelvo a repetirte que depende de ti el hecho de que ella pueda reintegrarse a su propia vida.
-- Salieron de la estancia y Michaelle tradujo al doctor Macius toda la conversación.
-- ¿Qué haremos con su deseo de que Liza sepa que la ama?
-- Por supuesto que nada. Liza no se puede enterar de nada de eso, porque no ha existido. Cuando Liza despierte, pensará que Javier ha sido un sueño, una pesadilla. -- contestó Michaelle

-- Buenos días señora Quaterman.
-- Buenos días doctor.
-- He aprovechado mi día libre para venir a verla. Hace ya un mes que Liza obtuvo el alta y he venido para interesarme por ella. ¿Cómo se encuentra?
-- Estupendamente doctor. Se ha reintegrado a sus clases y está más despierta. Tiene apetito y creo que no se acuerda de nada de lo sucedido.
-- Ya. ¿Y la telepatía?
-- Creo que le ha desaparecido, al menos no parece que la tenga.
-- Eso mismo opino yo. Antes de venir a verla he pasado por el instituto y me he acercado a ella sin que se entere a menos de 20 metros y no ha contestado a mis llamadas mentales.
-- No sabe cuanto me alegro. ¿Qué pudo ser, doctor?
-- Mi colega, la doctora Bishop, y yo coincidimos en que ha sufrido un PET, proceso de paranoia esquizoide temporal, lo que le provocó una disfunción cerebral que le desarrolló la capacidad telepática. Ella misma quería salir de ese trance. Requería ayuda y por eso hablamos con su personalidad adquirida solicitándole ayuda para la personalidad real y funcionó. Al desaparecer esta personalidad desapareció su PET y con él su capacidad telepática.
-- No sabe usted, doctor, lo agradecidos que le estamos de ello.
-- ¿Entonces dice que no se acuerda de nada?
-- No, a veces he intentado sacar la conversación. Le he preguntado por Javier, o si conoce a algún español, o que tal va con su amigo, pero siempre me mira de forma extraña preguntándome si estoy loca.
-- Altamente satisfactorio. Sí. Bueno la dejo. Solo he venido a preguntar.
-- ¿Doctor, cree usted que debe ir al hospital a hacer algún tipo de revisión?
-- No, no es necesario. Entiendo que está perfectamente reestablecida.
-- Gracias otra vez, doctor.

-- Detrás de nosotros está el doctor Macius, Jhon Macius. Está intentando llamarme.
-- Ten cuidado, no te vuelvas. Seguro que es una trampa para que mires y de esa manera poder llevarte de nuevo al hospital.
-- No lo pensaba hacer. Ahora todo el mundo piensa que me he recuperado y que ni tan siquiera sé quien eres o si has existido en mi mente. Además, creen que me ha desaparecido la capacidad telepática. Lo que no saben es que no solo no ha desaparecido, sino que se ha acentuado. Ya no existen los límites de distancia. Solo los límites que yo impongo.
-- Bueno, olvidemos al doctor. Ya veras, cuando estemos en España te voy a enseñar todos los lugares bonitos que conozco.
-- Sí, pero deberíamos haber comprado dos billetes en vez de uno.
-- Ja ja ja ja, ahora eres tú la que me haces reir.
-- ¿Sabes? Yo solo quiero estar contigo. Te quiero mucho.
-- Yo también te quiero.

1 comentario:

  1. ¡¡Está brutaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaalll!!
    ¡¡Asperísimo ese cuento!!, me lo quedo, me lo quedo, me lo quedo.
    ¡Felicitaciones! (¿qué más te podría yo decir?, si tu ya sabes bien qué eres.)

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