lunes, 6 de julio de 2009

EL FINAL

EL FINAL


Ruedan por mis centros los rugidos imparables de la procelosa tormenta.

Ruge y clama el silencio de vistas entre los huecos y se instala en el precipicio de la desidia, de la angosta estancia que todo lo mancilla.

La material presencia del reproche nace en la palabra y no muere con ella.

La palabra crea, y su creación se distribuye en el aliento de lo no dicho y de lo pensado, y de todo aquello que de sol limpio se calla y muere.

El silencio no crea, y de su no creación no nace su sueño.

El silencio sueña y se despeña de flores, y cantos, y a veces tinieblas, y mar, y luz, y a veces lágrimas, y a veces el silencio no sabe y desde su ignorancia entierra los tristes tallos aun nacientes, o amargos diseños de vidas nuevas que se quedan en él y en su silencio de silencio.

El sueño es silente y creativo, y su creación de todo lo perdurable muere en su silencio.

Ese silencio que rebosa de ansia, de pérdida, ese silencio que llora su rudeza, y su brutalidad.

Y es un silencio que nace de la palabra en oferta, del reproche y del pereque.

Que nace de la abulia parca y distante en el tiempo y en el espacio, y que abarca milenios de infortunio, quizás lágrimas, quizás deseos comprimidos y escondidos en su silencio.

Y ha llegado la hora de las primeras y finas lluvias que laceran la tierra y que crean los primeros surcos, y que horadan su suelo para sumergir en ella la palabra y el silencio, que huidos de lonas, y de techos, desafían su reto e impostan más rudeza a la crudeza del tiempo.

Denostado, e irresoluto, y gozando albores no conseguidos, recuperaciones nunca pactadas, arbóreas, llanas praderas de calma y vacas, calan agujas de finas las primeras aguas.

Y atado al silencio que la palabra amarga rebota, y sin salida, aguarda la herida que en tierra hunde polvo y agua, estío y frío, que de agua, torrente de truenos, labra.

Reciente la parva que en sol se ofrece, reciente la nada.

Reciente el blanco que de blanco escala el tiempo, reciente la estancia, compartida estancia.

¿Es miedo el que en la ausencia canta flores de lirio, y de malvas?

¿Y canciones de barcas que parten de ausencia preñadas?

¿O es la llama que emborrona la triste Roma alcanzada?

¿O es imbunche prendido en su otra nada?

Un beso.

Un contado beso.

Un encontrado beso robado a la noche.

Mancillada.

Y su movimiento, desconcertada, alienta mi vigilia nunca descansada, en la noche triste, en la noche rala.

Un beso.

Un puto beso deseado en los tiempos y en los dedos plegados en fuerza de puño que silencia el alma haciendo brotar el sentido desconcierto del: “no pasa nada”.

¿Algo de amor, un roce, otra palabra, un poco de sobrasada?...

Pan, oferta truncada que siembra de rictus la tuya y mi mirada, que rompe sus olas desatadas en la calma inherente al cristal de vara que se opone.

A la lluvia plateada que fue, y no es nada.

Y el intento de reseguir choca con la palabra.

¿Escampa?

Y si no es así... ¿qué me pasa?

¿Por qué anochece tan imbricada la nostalgia?...

¿Por qué apunta sus mieses, el que rompe algodones, a la escarcha?...

Es tiempo de brotes, y de esmeraldas, y de piedras amarillas y calcinadas, y de hombros hundidos, y de cáncer de espalda, y de cantos de grillos y de cigarras.

Es tiempo de sombras y de nombres diluidos y de recuerdos intactos y de silencios de espada.

Es tiempo de pronta excusa para nada.

El silencio no crea y desde su no creación no nace el sueño.

Nace el despecho, y la rabia, y la yunta se parte, y se roza, y se pierde, y fracasa.

Y ella ¿poncella? O no, derramada, y eléctrico el salto al sutil tacto, muscarina que infecta su arco, y demora aparcada, rompe su sueño en parco: ¿qué haces?, ó, “estoy cansada”, ó, libérame de la presencia de lo odiado, o de la costumbre acostumbrada, o de tus pelos, o de tus patas, o de la repugnancia alada de tus ronquidos que ensombrecen mi sueño, y mi nada...

Y él ¿nebulón? , sombra que esparce su sombra en la fuga de su vida a la vida de la almohada que a cojín devenida le espera, y sobre ella, cabeza descansada, recrea en recuerdo de dedos sus centímetros que libera de cadenas y tinieblas a su monstruo que espera que su mano desbandada atenace fuerte y triste su agónico deseo, en Teseo convertida, saciando en logro la herida que le impide levitar en su sueño solo.

Impromptu de vida que se extingue en ajado papel largo y blanco y doble.

Es tiempo de núbiles promesas en desacuerdo de estío con Parca vista al frente, y rímeles corridos, y playa y mar, a gente que compite en el convite postrero.

Es tiempo de recogida de la tardía almendra, dejada y postergada en la fiesta de la ayoza, donde firme y prieta goza, donde pinta la simiente, donde escarcea la mente y requiebros solicita, y ya pronta necesita otros siembros, otra risa, y ya todo lo improvisa, y su hondo hunde y parte, y se aquieta la brisa y su cuerpo reparte, buscando de entre los libros el final de la repisa.

Es tiempo de no espera, de canción cantada. De hombro a hombro y de roce. De pierna a pierna y descalza. De llave, de pómulo y de lagrimas, y de deseo compartido y de frágil escalada de fronteras de vino y de ensalada.

Es tiempo de riadas.

Es tiempo de canciones, y de risas, y de prisas, y de pantalones y de faldas, y de olvidar la premura que enraíza lo venido.

Es tiempo recibido, en que beber, placer prohibido, secano llano que en pendiente se derrama, ayuntas la mano a la seca rama, y sacias tu sed en la charca.

¡Que lejos queda la escarcha!

¡Que lejos queda Te Amo!

Y que lejos el principio, y que difícil saber cuando....

Y que final más triste nos estamos buscando.

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