miércoles, 22 de julio de 2009

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(El principio del fin)

Es curiosa la forma en que el destino, o el azar, te pone en camino de no-se-sabe-que que en principio supone la nada, pero que va enrevesandose hasta conformar el centro de tu centro, de tus alegrías, de tus desesperanzas, de tus lagrimas. Es claro que no todos los encuentros te llevan a ello. Solo aquello que, por raro, mordaz, bonito, triste, o un olor, o un pergamino que se resquebraja y su sonido alimenta adormecidos recuerdos de nunca, o un sabor que alimenta la esperanza perdida de encuentros que satisfagan tu imperiosa necesidad de algo nuevo, o ese tacto que impregna la yema de tus dedos de calor y de frío, de polvo rancio y nítidas superficies, o una mirada conturbada ante la explosión que experimentas ante un grafismo nuevo, o un reto a la expresión, o un abultado apéndice.

Cuando las sensaciones, la relación de todos los sentidos confluyen en un punto en que tu estática laxitud te confiere la negativa estancia en el proceloso mar de la abulia, del dejar pasar todo aquello que podrías tomar, solo por el hecho de “ser consciente” de que tu has nacido para satisfacer y no ser satisfecho, para dar y no recibir, solo entonces estas abierto, expectante a ese confluir de sentidos que arrebatan el sentimiento al mundo, a la vida, y te llenas. Solo un problema, al final caes de nuevo en tu pragmática casuística, en tu devenir conformado... Pero eso fue mucho después...

El papiro lo encontré un día cualquiera, hace aproximadamente un año.
Acostumbraba a salir con amigos conformados que no confirmantes.
Asistíamos, como si de un rito, por la costumbre, se tratase a periódicas cenas en los restaurantes más señalados de la ciudad.
Tras la ingestión, acostumbrábamos a dar una vuelta por los círculos, ya manidos, foros, ora de triviales conversaciones, ora tensas, ora filosóficas...
De una de ellas, recuerdo, salió la carta magna de los pilares fundamentales de la relación de pareja. Los cuatro pilares fundamentales de la misma.
Estas reuniones de fin de semana, sentados al amor de la noche, y de la música, fueron apartándome de la realidad, de una realidad deseada y ya labrada de años y años de convivencia y me arrojaba a aquella otra realidad de soledad, de estorbo.
Ocurrió un día cualquiera.
Vi pasar a alguien acompañado de alguien que portaba bajo su brazo un papel enrollado. Acostumbrado como estaba a ver pasar mil gentes con las cosas más dispares bajo el brazo, que prácticamente no presté la atención debida. Fue más tarde cuando recapitulé y comprendí que desde aquel día quedé expectante, con la sensación de haber encontrado misterio. Ese misterio que haría explotar lo no vivido. Como digo, no presté atención al papel enrollado. Era en principio uno más de los artilugios que cada uno lleva escondido bajo su sobaco. Habían, aquel que portaba una maquina de escribir y que nunca me produjo sensación que prestara a mi necesidad conturbe alguno. Aquel otro que llevaba un pan y un pollo asado y se paseaba con el sobaco lleno de grasa en su grasienta ansia de no perder posiciones. Había aquel que portaba banderas, significando así una direccionalidad nada apetecida por mi necesidad. Había aquel que apretaba en su sobaco una gran barra de hielo que jamás se derretía bajo su brazo. O aquel que chamuscado en brasero encendido, moría lentamente en su ardor. ¿libros?, ¿folios?, ¿enormes lapiceros?... todos, todos y cada uno de ellos portaban algo bajo su brazo. Yo, mi abulia, mi conformismo, mi negación a la vida, mi plumbica estancia, reunidas todas en mi necesidad.
Solo ocurrió porque sí. Aquel papel enrollado con protuberancias manifiestas bajo un brazo de cuello erguido asombrado por apéndices de firme personalidad, de mirada de asombro en la distancia, de marcados pómulos en rayas de sol. Aquel DIN A1 enrollado, iluminó la terraza escasa de luz, aumentó la temperatura y desapareció tras las puertas que encierran la fuerte música. Fugaz rayo que de calor y de luz descansó en su propio rescoldo que en mí improntó.
¿Por qué ese papiro? ¿Que contendrá? ¿que será aquello que tormentas desata y por qué?. Debo leerlo. Alguna vez me ha pasado, alguna vez. Pero siempre se ha quedado en rescoldo. Igual que aquella vez. Pero aquella vez pude ver el color de su luz, y la bebí, y fue ese color nuevo y esa curiosidad que te concentra en el estadio de la necesidad.
Todo el mundo necesita. Todo el mundo busca desesperadamente su papiro, su televisor, su máquina de escribir, también, por qué no, su pollo asado y su pan. Todo el mundo busca su luz, la luz que ensombrece a la claridad y al propio sol y que ciega en espanto y en locura a todo lo discernible. Una luz que rompe la ecuanimidad y se sumerge en vivencias no vividas, en éxtasis inexplorados, en sabias deducciones que se desmoronan. En todo aquello que libera tu propia libertad y que por ello mismo te coarta y te encierra en el miedo de la posibilidad.
Y fue ese color, mezcla de azules y de rojos y de nítidos blancos. Y era blanco, pero rojo, pero azul, pero no... Era ese indefinido color que un ciego de nacimiento definiría como el color más bonito del mundo.
Ese color fue difuminandose a lo largo de la semana. Desapareció de mi. Abandonó mi espíritu el ansia loca, indescriptible, de leer ávidamente el, sin duda, manuscrito encerrado en aquel sobaco. Esa luz cegadora adormeció con mi deseo en el estatus que confiere el lento morir día a día y desapareció.
Dos semanas más en el recuerdo cuasi huido. Dos semanas más que busco los cotisemanales foros de tertulia, de tedio, de abulico desespero de mi mismo. Dos semanas en que la cena se me hace interminable y en que la nostalgia de nada se apodera de mi. Dos semanas en que prendo pronta prisa con mi sentido y con mi necesidad la característica de mil sobacos portando sus dictáfonos, sus pañuelos de seda, sus hijos, sus putas, sus dientes deformes, sus palas y picos...
Dos semanas y...
Sentados. La exigüe luz acariciándonos. La noche apresada en la palabra, en la cerveza, en el cubata. El humo anochece aun más a la noche. Desgrana Cronos su imparable melodía ignorando las prisas y las risas, ayudando a que el destino se cumpla. Mil sobacos se abren paso entre mil sobacos entrechocando los portentos de su vida venidos al objeto que aprisionan entre su brazo y su cuerpo. Chocan. Sonidos de metal, y de ropas usadas, y de finos linos, y de nostalgias, y de cueros, y de miedos, y de pomposidades, y de frío, y de pollos asados, y de nada... Y mi necesidad sigue oscura en su larga, ya, noche. Nada alerta mis sentidos ni aporta nada nuevo a mi necesidad que muere en mi sobaco.
Cronos, con el destino bajo su brazo, ha desgranado ya las horas que faltan para el encuentro. Una sutil, leve, luz azul y roja y blanca comenzó abatiendo la noche desde la esquina de las putas, haciendo que despierte la necesidad que duerme en mi sobaco y que rompa las cadenas de su cuasi extinto pálpito, que empuja al brazo, que enciende los ojos, que gira la cabeza, que mira y ve. Y viene chocando papel enrollado contra pijerio, contra antidepresivos, contra hija. Mi necesidad confundida por el mágico destino, reconoce en aquel sobaco un antidepresivo conocido que le habla de barcos y de despachos oficiales, y en aquel otro una hija que le habla de color amarillo, de extranjero, de vídeo perdido, de frustración. Ambos sobacos han tenido contacto con mi necesidad en tiempos pasados. Han compartido tiempo y espacio. Y se han hablado, y se han consolado.
Tengo la posibilidad de rozarme con la luz del papiro. Y corazón de sobaco soporta alado su paso y su saludo. Y la mirada, ciega de color, y de azul, y de rojo, y de blanco, siembra su ceguera en el oído y hace que le repitan una y otra vez las preguntas en la tediosa tertulia.
¡LEVÁNTATE!
Y sigues sentado, mientras Cronos se te acerca y entrechoca su destino con tu necesidad.
“Recuerdas la última película de bardem???”
¡LEVÁNTATE!
Y sigues sentado mientras Cupido va matando lentamente tu necesidad.
“Pues a mi me impresionó Blas de Otero en su Son Entero”
¡LEVÁNTATE!
Y sigues sentado mientras Eolo te trae de otros tiempos la frase “Carpe Diem”
“Por cierto que he hecho un panegírico a Milán Kundera”
¡LEVÁNTATE!
Y sigues sentado mientras Cancerbero, inconstante, abre y cierra sus puertas dando su último aviso, mientras que tú no sabes si estás dentro y debes salir, o si estas fuera y debes entrar. Es muy poco tiempo el que la mantiene abierta. Ya no atiendes preguntas. Ya no esperas respuestas. Solo una obsesión: entrar, salir. Cualquiera de las dos opciones te lleva a un cambio. Han pasado casi dos milésimas de segundo de dudas, de intrigas, de acelerado pulso de sobaco.
Y te levantas.
Y te acercas a la puerta que oculto Cancerbero se apresta a abrir y a cerrar en continua prisa, con la sonrisa cómplice que recuerda a Cronos.
Y penetras en el ruido, en la alta música, en la noche d dentro, en el humo, en el alcohol.
Y miras, y tu mirada, directa saeta, fija presta pronta su prisa en presa que acepta apoyo de barra a tu derecha. Y rozas tu necesidad contra gestos, mímicas, desconcierto, pábulo, ruina, miedo, alcohol, angostura, mecánica... hasta llegar a la barra en que solícito solicitas, silente misterio, migajas de conocimiento que prendan prendas que en permiso devenidas, hagan florecer espacios en su luz y permitan acercamiento confuso de lectura de necesidad contra pergamino hermético.
“pergamino, aquí necesidad, necesidad, aquí pergamino”
Y queda todo para ti.
Queda todo en la ancha franja que denota deseo de nunca fuga, y de fuego, y de misterio, y de risa, y de contacto de apéndices, y de níveos colores. Y presuntas las manos se juntan al humo, y los pelos discordian pareceres, y las palabras sueñan su sueño adormecidas en la mirada en la mirada, y la inútil nostalgia cuando la presencia es cuerpo irrumpe en el trazo y desboca alma contra papiro, fuego contra alma, ramas de ancestros contra fuego. Fulguran los colores, rojo, blanco, azul, contra la necesidad que flirtea con los primeros renglones del papiro.
Amo tu nariz.
La necesidad confunde el verbo, y este se justifica en ausencia del tiempo. Cronos, realizado su trabajo, sigue silente su misterio. Pero estas solo. Dependes de ti. Y aún a penas has descifrado el primer renglón de su papiro: “Me llamo....” Tu ansia explota e improntas la velocidad que tu propia necesidad te infiere, y abrupto esqueje de eructo de prisa, acometes ya nostalgia, ya ansia, ya necesidad, ya amor. La ilógica de la sinceridad contra papiro incierto. Doblegas tu espíritu, tu fuerza, tu karma, en atrevidas, osadas, desordenadas conjugaciones y explotan en un final indefinido.
Papiro en indefensa espera entreabre quemadas esquinas, indeleble tinta, difuminada luz externa contrastando con la cegante luz que desprende, imposibilita acercamientos de lectura, que no por menos intuidas, menos desesperadas.
Y deviene el final en la última pregunta.
Y viene el principio de mi huida ante al apagón de su luz y su papiro.
Ya desaparecen sus blancos, sus azules y sus rojos, y espalda contra pecho, desaparece en fragor de palabras mientras entrechocan papiro y pijeria y antidepresivos.
“¿ Y estas con......?
“ Con ella.”
Y todo se acaba. Y se calla la música. Y desaparece el humo. Y Cancerbero se encoge de hombros mientras te deja paso.
Y..............
“¿Por donde vamos?, me he quedado en Bardem...”
Mientras tu mente se cierra en truenos y brazos de barro te recorren en tu noche. Pupilas, ya casi ciegas por la negativa de los párpados a perder

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