viernes, 17 de julio de 2009

COSA JODIDA LA VIDA

COSA JODIDA: LA VIDA

¿Fue viernes?
Creo que si.
Creo que confabularon los eones y nebulosas para que el acontecimiento comenzara y finalizara en el bendito-maldito viernes.
Germinó en él y murió en él, salidos de la arteria que fluye mayestática por los evos que nos conciernen.
Nos sometemos a la distorsión acaeciente de lo inesperado pero intuido en su sublimación más animal. Adjetivamos lo incógnito por lo pragmático deviniendo hacia la confrontación de lo intuido en el onírico mundo que confabulamos.
Estamos, y de hecho morimos y dormimos en el inefable agustático e informe sofá que nos determina una concentración de lo que puede ser, desprendiéndonos de la miseria que siempre es, y así, impregnados de la melosa flauta que filosofía en étnia y llagas de cara, que surcada ignora su cometido de plica abierta a cementerio, al que se niega, infringe su arritmia y desboca en tropel de animas que defenestran la pura que lo ilumina.

Necesito un cuento.
Necesito la informe, la amorfa distancia de un cuento.
Algo, sí, que me indique que los querubines anotan las simplezas, que los nostálgicos elaboran sus trabas, que los impuros se queman, que la naturalidad exaspera y frente al frente difuminan sombras que de un ayer, o de un hoy, se afierran y desprotegen lo insustancial. Lo nunca dicho, o lo siempre dicho. Lo que se advierte y no se concentra en la sensación diurna que acomete placeres o decires que se pierden.
No se crea un cuento con los conocimientos que infringe el deseo.
No son anotaciones lo que se vierten en el concéntrico mundo que supone la elaboración de un cuento.
Se intuye, y al cabo se difumina y se diluye en uno mismo, arrastrando la simpleza y la ignorancia y la desazón y el siempre odiado devenir. El puto: “ tiene que....”
Por eso necesito un cuento. Con su arrullo y con su simpleza ahuyentará la presura que me atenaza y la distorsión que me provoca el desacuerdo con la realidad. La conferida extorsión del... “si no atenúas tu marcha, te sentirás desmarchado”.
Por eso necesito un cuento. Algo que empiece, por ejemplo, “Había una vez algo en algún lugar, en alguna fecha de no hace mucho tiempo, o quizás si haga mucho tiempo, que impelía a los protagonistas a algo, o posiblemente a nada, y que de ello surgió la inoperancia activa, o incluso ni eso.
Había una vez un él o una ella que se acercaron, o se acercó él, o se acercó ella, y de ese impulso nació la nada. O fue él que dijo y dijo y dijo... y ella que escuchó y solo escuchó. Lo que si pudo haber pasado es que el tiempo, tiempo de inquisición y metáforas y sinapopeyas, se vistiera de otoño tardío con algún ramalazo de comprensión de primavera. Lo que sí pudo pasar sería, sin duda, o con ella, que la didáctica jugara al sempiterno juego de la esquina baja y fortaleciera con su enjuto luto la siniestralidad que nos ilumina.
Había una vez un algo que moría por salir y que al final salió y murió. Murió con la conciencia de que había vivido en el sueño y en la decadencia de un rostro y de una palabra y de un exceso de medida. Y murió dentro de la mística y del sonrojo y del deseo y de la parafernalia. Y murió en el recuerdo y en la sensación de la opresiva y suculenta sexualidad.
Había una vez, hace escasamente unas horas, algo que encendía las pupilas del cadáver y que inyectaba sabia de mil distintos tonos de verde en las venas de un viejo olivo.
Había una vez una simbiosis. Las simbiosis siempre han dicho que son necesarias y que centran el estío y denostan la crucifixión. Siempre las simbiosis se dieron entre quien necesita “de” y quien de “de” vive, y ambos, simbióticamente activados, supuraban vida en la vida y sin reactivos que mancharan la pertenencia a uno u otro mundo de degeneración.
Había una vez un silencio compartido, y un reto altivo, y una frase, y una ventaja sobre nada. O sería esquiva y pronta enseña que irisa su risa y friega los platos donde se comiera, o la sin razón del extraño conato de brusco cambio en la fortaleza del hecho esquivo.
Miles de hombres, miles de trajes de pana, un sin fin de boinas y bajo todos ellos, un perro. Un insignificante perro que dignificaba el traje de pana y suprimía la necesidad de un Dios y de un cielo. Una mirada que nacía desde allá abajo, y entre pelo, y entre orejas, y difuminaba su arco en torno al ropaje. Cada canuto de la pana, cada pliegue del traje, cada costura y cada recosido hablaba no más de la pereza que de una vida desperdiciada. Andaba el año de Los Encuentros. Corrían sus días estrechándose en las callejuelas y partiendo almendrados cobijos. Nunca supieron que se encontraron.
Había una vez una ELLA sentada a la puerta de una cafetería, y a su lado un novio, o un marido, o simplemente un él con minúscula. Su conversación transcurría por derroteros desgajados de reproches y de “Si no te hubiera conocido...”, y de angustia, y de recuerdos enmarcados en el más lejano sentido.
Esa misma vez, ese mismo lugar, ese mismo tiempo, otra mesa, una ella con minúscula bostezaba junto a ÉL, y en su bostezo se encontraba su reprimida existencia, su abulia, su apático desdén y la espera de la nada hasta la muerte.
En un determinado momento a ELLA se le cae un pañuelo, o una polvera, o alguna nonada, al suelo, justo al lado de la silla que ocupa ÉL.
La mirada de su compañero de mesa la sigue inquiriendo desde la altura que le da su rabia y su amargura, y ELLA baja los ojos hasta el objeto que el destino ha desprendido de sus manos hasta el suelo mientras, lánguidamente, como queriendo eternizar el momento en su lento gesto, ese momento que la retrae de la rutina, avanza el brazo hacia el suelo, y su cuerpo, levemente, lo sigue.
ÉL ya había llegado con su mano hasta el objeto y lo levanta suavemente, y su mirada buscó su mirada, y su sonrisa encontró su sonrisa, y en un segundo, en su instante de sonrisa, supieron ambos que se pertenecían desde siempre y para siempre.
Y ELLA tomó su nonada de las manos de su amante, eterno amante, y le tembló el alma al ritmo que el alma le temblaba a ÉL.
Un leve y sutil roce de sus manos en la entrega.
Ambos se volvieron lacerados sus cerebros por la angustia de lo perdido por encontrado en el pozo de su perdición.
ELLA y él se levantaron y reprochando él y callando ELLA se marcharon calle abajo.
ÉL vuelve su cuerpo y con él su mirada.
ELLA vuelve su mirada y con ella su cuerpo, y cruzan sus miradas, sus deseos, su nostalgia, y se prometen tiempos felices y fidelidad y amor eterno, y aparece en ELLOS el recuerdo de nada, y un ¿por qué?, mientras ella bosteza por enésima vez mirándose una uña.

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