jueves, 13 de agosto de 2009

EL AVIADOR

He salido de mi casa. Debo tener una casa. Seguro que la tengo. Pero no la recuerdo. Lo intento sin mucha fuerza, pero no consigo ubicarla. Algo familiar se me viene a la mente, por eso creo que debo tener una casa. Además, si no la tengo ¿De donde he salido?
Voy andando. Tengo la sensación de haber quedado con alguien en algún lugar, pero no sé a donde voy. El lugar, la ciudad, las calles son las mismas pero diferentes. Lo sé. Como siempre, noto el bulto de la cartera de documentos que llevo en el bolsillo izquierdo de atrás, en el pantalón. Sí. Como siempre en el izquierdo. Y los bolsillos delanteros me pesan porque llevo, como siempre, un sin fin de cosas: monedas, llaves, teléfono y muchas más que nunca recuerdo.
Hace una temperatura fresca para la época en que estamos. Pero no hace frío. Intento recordar en que época estamos pero no consigo hacerlo. Pero tengo la sensación de que no debería ser tan fresca. Será por eso que llevo una gabardina.
Giro en una esquina y comienzo a subir una calle en leve cuesta. Estoy desnudo. Lo sé porque alguien me ha mirado y lo he visto en sus ojos, en su expresión. Me miro y efectivamente estoy desnudo. Me lío en una toalla grande y sigo caminando. No sé porque tengo esa toalla. Debe ser que algún vecino, al verme desnudo por la calle, me la ha arrojado desde un balcón. No sé exactamente a donde voy, pero reconozco un portal y entro en él.
El portal es un rectángulo. Al final de su arista más larga comienzan una escalera a la izquierda protegida por una barandilla de hierro forjado. En los primeros escalones hay cuatro niños, o niñas o mezcla de ambos, sentados en los primeros cuatro escalones, en fila india, apoyados en la pared. Parecen serios o tristes o ambas cosas. Sigo subiendo los peldaños de granito desgastado por el uso. En la primera planta me cruzo con alguien, que me resulta familiar pero que no reconozco, que baja los peldaños de dos en dos o de tres en tres. Va con prisa. No me mira, por lo que entiendo que no se ha dado cuenta de que voy desnudo. En ese instante noto la presión de la cartera en el bolsillo trasero. Me miro. Efectivamente estoy vestido pero sin gabardina. Me quedo asustado entre dos escalones, apoyado en la pared amarilla con una cenefa marrón a un metro de altura sobre el suelo. El desconocido conocido vuelve a subir la escalera con las mismas prisas. Al llegar a mi altura lo paro.
- Dime la verdad. Dime si me ves vestido o desnudo.
Me mira con sorna
- Yo te veo bien - Me dice. Y sin más sigue subiendo a la misma velocidad hasta perderse en la puerta que se abre en el piso de arriba. Sigo subiendo despacio para no desnudarme otra vez y llego hasta la puerta que abierta me traga en su interior. Lo entiendo todo. A la dueña de la casa le ha dado un ataque de algo. Como ansiedad o así. Y el conocido, pero no, es un médico que la está atendiendo. Todo se ha calmado y vestido, se me viene a la memoria el nutrido número de niños sentados en los cuatro primeros peldaños de la escalera. No conozco muy bien a esta señora pero estoy seguro de que por algo he ido allí. Y es porque somos íntimos amigos. Mi novia, la única persona que reconozco, está en la habitación. Han debido pasarlo mal. Un susto o algo así. Pues conozco muy bien a mi novia y sé cuando tiene qué tipo de ánimo. Pero ya ha pasado. El médico le ha dado no sé qué tipo de pastillas o inyección o algo y ella está bastante normal. Muy normal. Esto sin que yo sepa que grado de normalidad habría que aplicarle cuando estuviera normal. Me viene a saludar muy eufórica. Una euforia que considero normal entre dos íntimos amigos. Me da las gracias por haber venido a su cumpleaños. Era eso. Por eso he venido a esta casa. Debemos ser muy amigos. Yo sonrío como aquél que domina la situación por ser normal aunque para mí no lo fuera. Le toco la barriga. Ella, orgullosa, la hincha más aún de lo que está. Esta preñada. Se sienta. Todos están sentados menos yo. Se sienta en el sofá que hay justo al lado de una mesita cuadrada sobre la que está sentada mi novia. Queda un pequeño sitio al final del sofá justo al lado de mi novia. Yo permanezco de pié en medio de la habitación.
Alguien desde una butaca me increpa por algo que he hecho mal en algún momento que no recuerdo ni reconozco. Miro a todos con fingida sonrisa y vuelvo la sonrisa hacia el imprecador.
- Todos aquí me conocen. Saben que eso es imposible.
No es verdad. Nadie me conoce. O yo no conozco a nadie. O a lo mejor sí pero no me suenan. Aunque da la impresión de que ellos si me conocen. Voy a sentarme en el asiento que queda libre junto a mi novia. Hago un comentario sobre los niños que he visto en la escalera.
- Pero si son los míos. ¿No los has reconocido? Es que los han sacado para que no me vieran en el estado en que me he puesto - Me replica la anfitriona.
Sigue hablando la anfitriona con un niño pequeño que hay en su regazo. Lo tomo de sus manos y lo siento, yo repanchigado en el sofá, encima de mi pelvis. La presión hace que se me escape un pedo. Todos callan. No se oye ni el volar de una mosca. Intuyo que no hay moscas. Debe ser por la época en que estamos. La embarazada se vuelve hacia el niño que tengo sentado encima de mí. Algo dice de gases y le achaca el pedo al niño. No en vano los culos están cerca uno de otro. Yo dejo que el equívoco me salve de la vergüenza. Le digo a mi novia que no me encuentro muy bien. Que voy a salir un momento a tomar el aire. Me mira con comprensión.
Al bajar la escalera los niños siguen en el mismo sitio. Los miro. No los reconozco. Ellos me miran. Por su mirada me da la impresión de que tampoco me reconocen. O es que están preocupados. Les digo que ya pueden subir. Sonríen felices y comienzan a subir las escaleras alborotando. Uno de ellos sube a gatas pues es muy pequeño. Salgo a la calle desnudo. ¡DESNUDO! Está anocheciendo y busco las sombras para que no me vea nadie. Una señora tardía se cruza en mi camino. Tengo que salir de mi duda. La paro. Le pregunto que si me ve vestido o desnudo. La señora me mira un instante a los ojos. Luego pasa su mirada por mi cuerpo desnudo y vuelve a mirarme a los ojos y sin decir nada pero pareciendo ofendida se da media vuelta y sigue caminando hacia su destino.
Sigo sin saber si estoy vestido o desnudo. Me toco el que debería ser bolsillo que guarda mi cartera de documentos. Solo noto la carne blanda de mi glúteo. Estoy, pues, desnudo. Sigo caminando pensando en que mi glúteo, antaño terso, está blando. Debo ser mayor. Para comprobarlo me toco la cabeza. Compruebo que mi pelo es escaso. Sí. Debo ser viejo. O al menos mayor. No me reconozco.
Sigo andando desnudo hasta un descampado. Me siento en un muro bajo de piedra fría. Su frialdad entra en contacto con mi piel desnuda. Miro hacia todos lados. No veo a nadie. No logro entender nada de lo que me pasa. Por qué estoy desnudo a ratos. Mi pensamiento deriva hacia mí mismo y compruebo con sorpresa que no sé como me llamo. Hago verdaderos esfuerzos hasta que me viene a la mente un rostro conocido vagamente, pero con nombre. Soy yo. En ese momento noto la abultada cartera en el pantalón. Estoy vestido. Doy un salto y poniéndome de pié saco la cartera. La abro y voy esparciendo sobre el muro de piedra su contenido. Mi DNI. Cuatro fotos pequeñas de cuatro niñas diferentes. Serán mis hijas aunque no se parecen entre ellas. Varios carnés de diferentes asociaciones. Algunos papeles escritos. Una carta doblada del seguro del coche… Saco del bolsillo derecho tres manojos de llaves. Un encendedor. Y una pluma. Del izquierdo un montón de monedas. Un fajo de billetes de euros y algunos billetes, enormes de grandes, de mil pesetas. Recojo todas mis pertenencias del muro de piedra fría pero los billetes de mil pesetas se han quedado pegados al muro y en el intento de recuperarlos se rompen en pedazos.
Vuelvo caminando buscando la primera calle. He tomado una vereda. Más que vereda es un camino. A lo lejos se oyen voces. Risas. Cuando llego a la altura del ruido compruebo que la senda por la que camino pasa entre una explanada a mi derecha y unas gradas a mi izquierda. Las gradas están llenas de gente que ríen felices lo que pasa en la explanada. En la explanada hay un nutrido grupo de gente. Casi todos niños. Debe ser una fiesta. Algunos van disfrazados. Estoy pasando entre las gradas y la explanada. Miro hacia las gradas. Parece que la gente está esperando que ocurra algo. Suena un disparo. O un cohete. Un ruido seco. Todos en la explanada comienzan a correr gritando “Ya han soltado a los jabalís”. Efectivamente observo como dos jabalís pasan cerca de mí con los colmillos al aire persiguiendo alegremente a la marabunta de niños y madres que llenan la explanada. Siento terror y comienzo a correr. Tropiezo con el primer escalón de la grada y caigo al suelo. Por la vereda o el camino se acerca una niña huyendo de un jabalí. Intento agarrar al jabalí por el rabo. El jabalí se da cuenta de mi gesto y se vuelve sonriente hacia mí un instante. Es una niña disfrazada de jabalí. Vuelve la vista a su perseguida y comienza de nuevo a correr en pos de ella.
Continúo andando y en las inmediaciones de la casa de la chica embarazada me encuentro con mi novia. Nos tomamos de la mano y comenzamos a andar. Yo desnudo. Le pregunto que si estoy desnudo. Ella me mira y vuelve la vista al frente sin dejar de caminar mientras niega mi pregunta con un sencillo NO. Pero no es cierto. Yo sé que estoy desnudo. A lo mejor me lo dice para que no me sienta mal. No le quiero comentar que la calle ha comenzado a ablandarse por no preocuparla. Es un ablandamiento leve en que mis pies descalzos se hunden sutilmente en la acera. Como si fuera una esponja. Sí. Es así. Pero ella no se ha dado cuenta por ir calzada. Por eso pienso que es mejor no preocuparla y no se lo digo. Seguimos caminando, yo blandamente.
Llegamos a su casa. Comenzamos a subir la escalera. Está rota. La escalera. Una luz difícil de adivinar se cuela por los rotos de los peldaños de madera. Le pregunto si es ésta su casa. Me contesta que la conozco tan bien como ella, que no pregunte tonterías. Le contesto que efectivamente ésta es su casa, pero la antigua. Que ya se había mudado hace dos años a una nueva. Ella me mira con preocupación y agarrados de la mano seguimos subiendo la escalera. Abre la puerta de la casa y en medio del pasillo hay otra puerta no más alta que ochenta o noventa centímetros.
-¿No ves? - Le digo - Es tu casa antigua!
-Que no. No lo es. Anda pasa y nos acostamos que estas muy cansado. - Me dice.
Nos acostamos. Ella parece dormida. La habitación comienza a moverse. Un papel de periódico se mueve suavemente por un rincón del techo. La habitación está deformándose completamente. Tenso todos los músculos para pararla. Muevo ligeramente a mi novia:
- ¿Estás dormida? - Me contesta que no.
- Por favor, llévame a un hospital - le suplico.
- ¿A qué hospital quieres ir? - me pregunta
- A un psiquiátrico, por favor.
- No. - Me dice - No estás loco. Estás cansado. Duérmete.
No puedo dormir. Me levanto a oscuras. Me acerco a la puerta. La abro y paso a un salón.
Camino hasta los ventanales de cristal limpísimo por donde se cuela la luz de un sol resplandeciente. Me asomo al exterior. Sobre un manto de hierba hay un grupo de niños jugando a perseguirse. Los perseguidores van vestidos de jabalís. Quedo un rato mirando a los niños que juegan. Para afianzarme en mí mismo dirijo mi mano hacia el lugar donde debería estar la cartera. Allí estaba. Estoy vestido. Ya sé como me llamo. He recordado el nombre y la cara de cada uno de los niños que había en la escalera. He oído un rumor detrás de mí. Me vuelvo despacio. Allí están todos mirándome en silencio. Los niños, la señora preñada, los que llenaban la habitación. Todos. Y todos desnudos. Un señor absolutamente desconocido, desnudo, de blanco, me toma del brazo diciéndome con voz suave:
- No deberías salir desnudo de tu habitación. Hace frío ya. Además a los demás no les agrada.
Le sonrío como si entendiera lo que me está diciendo. Pero no es así. En el dormitorio no esta mi novia. Agradezco tener este cuaderno y mi pluma en la mesita de noche. He escrito todo esto para que no se me olvide. Ahora me siento mejor. Me acostaré y me dormiré enseguida. Mañana tengo un día de trabajo duro. Creo que soy aviador.

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